(43) A uno que le afeaba el que entrase en lugares inmundos, le respondió: «También el sol entra en los albañales y no se ensucia».

¿Qué lugares serían, lupanares, tabernas, garitos, basurales? ¿Pasaba Diógenes por ellos o los frecuentaba? Genaille traduce así: «frecuentaba».

El sol entra en los albañales y no se ensucia. Diógenes quiere decir que no deja de ser Diógenes porque se mezcle con gente vil. ¿Es así? Al fin de cuentas, el sol no entra en los albañales, sólo los ilumina. Por una higuera en la que buscaba frutos alguien le dijo que se había colgado uno de ella. «Yo la dejaré pura», fue la respuesta. Y a continuación de la historia del sol y los albañales viene ésta. Que…

… estando cenando en un templo vio sobre lo mesa pan sucio, lo cogió y arrojó diciendo que en el templo no debía entrar cosa inmunda.

¿En qué quedamos? ¿No sigue el templo siendo templo aunque pidan amparo allí los delincuentes? Dictum y contradictum.

Se trata de temas opuestos que recurren y recurren no sólo en el mundo del retórico. Cuando la política recomienda la alianza, lo inmundo no contagia, uno «pacta con el diablo si es necesario»; cuando la política recomienda la separación, ¿cómo va uno a mezclarse con lo inmundo? A cada rato nos encontramos con demagogos de ademanes grandiosos que están por encima de las pequeñeces y los prejuicios; a cada rato, también, con demagogos con todo el horror en el rostro ante la sola idea de rebajarse. Así es el poder: tan puro, que nada lo contagia; tan puro, que está expuesto al contagio.

¿Y qué son los albañales? Cloacas, resumideros, dice el diccionario.