(42) A uno que le dijo que muchos se reían de él, le respondió: «Y acaso de ellos los asnos; pero ni ellos se cuidan de los asnos ni yo de ellos».

Es una figura de adición. Hay que cuidarse de ellas, porque suelen ser arbitrarias. Aquí, nadie le pide el parecer a los asnos. Diógenes dice: «¿Se ríen de mí? Pues, vamos a traer a los asnos para que se rían de ellos. ¿Qué les importa a ellos que los asnos se rían? Pero, entonces, ¿qué puede importarme a mí que se rían ellos?» Es una forma graciosa de transformarlos en asnos. Pero, no olvidar, para ello se necesitan asnos que rían.

En este dictum asoma una explicación de los dos Diógenes: el santo de los estoicos y el pícaro de la tradición popular (ése del que aquí se ríen). Más de un comentarista lamenta que sobrepasando los cínicos a todos en coraje no recurrieran a otras armas en lugar del insulto y el desprecio y no ofrecieran más alternativa que una absurda renuncia. Un juicio a medias como éste siempre se hizo y pienso que de él resulta la mofa del cinismo, la incomprensión de sus batallas callejeras. Estos, los que juzgaban a medias, son los que alababan a Diógenes, aunque no irían con él de caza. Hasta para Zenón vale una actitud así: se cuenta que sentía vergüenza, que no podía con el descaro cínico (la anáideia) y que cuando Crates quiso probarlo haciéndolo llevar un plato de lentejas por el Cerámico, se le vino todo al suelo y salió corriendo. Así, «la delicadeza de Zenón» implicaba que muchos sólo veían la teoría cínica, dejando para los «desvergonzados» nada menos que la práctica. Con una división así no cuesta entender el desdoblamiento de Diógenes que trae tan desconcertados a los lectores ordinarios de sus hechos, y hasta a sus comentaristas competentes. La verdad es que no hay dos Diógenes: sólo uno que se ve de una manera desde las altas ventanas de la academia y de otra desde las tabernas, los mercados y el arroyo.

Como dijimos, algo así sucede también con Quevedo. El camino elegido por Diógenes para alcanzar la autarquía —el camino más corto, como se le llamó— acarreaba este costo: El desprecio admirado de los que están arriba y la burla agresiva de los que están abajo. De este «camino más corto» de Diógenes, decía el emperador Juliano que era en realidad el más largo. De este camino, el de la práctica cotidiana de sus ideas, decía Diógenes que lo seguiría aunque fuera contra las espadas y el fuego.