(25) Una vez la lluvia lo mojó entero, y como muchos se compadecieran, Platón, que también estaba presente, dijo: «Si queréis compadeceros, idos»; con lo cual quiso significar su gran deseo de fama.

Por lo que sabemos es improbable que Platón y Diógenes se hayan encontrado. Así, que la leyenda los haga encontrarse con frecuencia es cosa que instruye mucho. Sobre todo, estando ya más habituados a considerar las oposiciones con perspectiva dialéctica. Además, ¡oponer la pompa de Platón a la humildad de Diógenes! Todo un panfleto. La psicología moderna, sin decir nada de nuestro mismo Platón, nos corregirá: «Son dos pompas las que se oponen». Los teólogos agregarán «¡Cuidado, cuidado, esa pompa de Diógenes es de lo peor que hay!»

Lo que me interesa más sobre el Platón de esta anécdota es el juego con la palabra «compasión». Ya estamos de acuerdo, no hablo de Platón. Hablo tan sólo del texto que está anotado arriba y como está anotado. Aquí es la palabra «compasión»; más atrás fue la palabra «vanidad». Este es un Platón que juega con las palabras, que ha descubierto una regla para jugar con las palabras. Esta regla retórica diría algo como lo siguiente: las cosas (hechos, fenómenos, cualidades, comportamientos) opuestas se designan con palabras opuestas; ensaya nombrarlas con la misma palabra y observa el efecto que esta operación produce en tu audiencia. Por ejemplo, pompa y humildad nómbralos por igual «pompa»; vanidad y simplicidad nómbralos simplicidad nómbralos por igual «vanidad»; valentía y temor nómbralos por igual «temor»; compasión y desprecio nómbralos por igual «compasión».

Ésta es sólo una de las muchas trampas que debemos sortear con los nombres. ¿Cómo se sortean? Supongo que la regla básica consiste en no perder jamás de vista la cosa nombrada. Por ejemplo, el proverbio «Las cadenas de oro son cadenas» ¿por qué se acuñó? Nada más simple: porque es común que el oro no nos deje ver la cadena. En el caso de esta historia de compasión, podemos decir que es el ingenio retórico el que no nos deja ver la compasión. Porque ¿qué es lo que en efecto ocurre? Que a Diógenes le cae agua encima, eso es lo que ocurre. No hay indicación alguna que permita hacerse una imagen. Supongo que el can se albergó en un sucucho, que un mal día se puso a llover, que el agua de algún techo se escurría por una canaleta y que daba al caer justo encima del mísero techo de Diógenes. Algo así. Viendo los que pasan tal estado de cosas, se compadecen de Diógenes. Lo concreto, lo efectivo es que cae agua sobre Diógenes y no hay cobija que resista. Reaccionar por este daño, sentir el impulso de impedirlo, a eso se llama compasión. Eso es nombrar con propiedad. Si, en vena de interpretación, considera alguien que Diógenes montó esta escena justo para suscitar la compasión de los que pasan, ya no se está en el plano de los hechos y tiene uno que andarse con mucho cuidado para nombrar. En todo caso, si ésa es su interpretación, ya se ha quitado con ella la base del empleo de la palabra «compasión». Al desprecio, la censura, la indiferencia (todos ellos implicaciones posibles de la interpretación ya dicha, que Diógenes ha montado ese espectáculo) Platón da el nombre de «'compasión».

Si alguien condena a otro por sus hechos, se le puede tomar a envidia, indignación, maledicencia, venganza. Pero éstas son nada más que interpretaciones. ¿No es maravilloso? De «condena» pasamos a «envidia», a «maledicencia». Más maravilloso todavía: decir de alguien que no se maquilla que esa es su forma de maquillarse, de quien se arroja sobre su enemigo, que ésa es su forma de huirlo, de quien se avergüenza que es ésa su forma de exhibirse.