(23) Como Platón lo llamara «perro», le dijo: «Dices bien, pues me volví otra vez a los que me vendieron». Habiendo definido Platón al hombre como «animal bípedo, sin plumas», tomó Diógenes un gallo, quitóle las plumas y lo echó en la escuela de Platón diciendo: «Este es el hombre de Platón».
¡Pobre gallo! ¡Venir a caer en medio de las disputaciones de los filósofos! Se le puede considerar como uno de los primeros mártires de la ciencia. Me cuesta imaginar las caras de los académicos ante ese bípedo pilucho, cacareando desconcertado, tratando de batir alas sin conseguirlo puesto que faltan a sus alas esa parte de su definición que son las plumas. Podemos esbozar aquí un pedazo de diatriba, ese género literario que los cínicos crearon y difundieron. El personaje que conduce el argumento es este mismo gallo desplumado.
GALLO: «¿Que un hombre es un bípedo sin plumas?»
ACADÉMICOS: «Así pensamos nosotros.»
GALLO: «¡De donde resulta que soy yo un hombre!»
ACADÉMICOS: «…»
GALLO: «¡Esa sí que sería buena! Un gallo sin plumas es un hombre… Un gallo sin plumas, mis señores, simplemente, ¡no es nada! ¡Nada de nada! Pregúntele a la primera gallina que encuentren».
Reúno estos dos dicta —el de la definición de Diógenes el perro, como perro; y el de la definición de Platón, el hombre como bípedo sin plumas— porque se refieren ambas a las dificultades de Platón con su lógica. También con su retórica. Sobre esto último, llamar a Diógenes «perro» es nombrarlo con un nombre de otro animal. En esto consiste el nombrar metafórico. Cuando se nombra con metáforas, éstas deben ser adecuadas, es decir, llamando perro a Diógenes esperamos cierta congruencia o semejanza entre las características del perro y las de Diógenes. Por ejemplo, Diógenes «ladra» a sus semejantes en falta, los «muerde» con frecuencia (porque no es perro faldero precisamente); los que son así tratados «corren a palos» a Diógenes. Cuando cambian los actores de malos a buenos, Diógenes «mueve la cola» y los hombres «le echan los huesos que sobran». Pero, he aquí que a una relevante característica del perro —volver con el amo aunque éste lo venda a otro— no hay nada que corresponda en Diógenes. Y para peor, sí corresponde en Platón. ¿No es, pues, como si Platón, llamando «perro» a Diógenes, estuviera ladrándole? Hay que andarse con mucho cuidado con las metáforas. Platón trata de perro a Diógenes, pero fue él, no Diógenes, quien volvió a Sicilia, donde este tirano, Dionisio, que antes quiso matarlo y que terminó por venderlo como esclavo. Moviendo la cola volvió Platón donde su dueño por más patadas que éste le diera. Cosa insegura, resbaladiza, peligrosa el habla metafórica. Cuando el jefe del Gabinete advierte que peligra el barco del estado, no cuesta mucho decirle que entonces hay que cambiar el piloto. Pienso que cuando Napoleón en Egipto frente a las pirámides dijo a sus soldados la frase famosa – «Desde lo alto de estas pirámides cuarenta siglos os contemplan» —más de uno se volvió a mirar, no las pirámides, sino los cuarenta siglos encaramados en ellas.
Con las definiciones también hay problemas. Aquí, los gallos desplumados pasan por hombres. Supongo que el defecto de la definición —Laercio dice que en la Academia se subsanó agregando «con uñas anchas»— no lo veía Diógenes como lo vemos nosotros. La intuición de Diógenes, como también se muestra en la anécdota de los higos, se refiere al lapso insalvable entre nuestras ideas y los hechos. Este es un problema de la filosofía del conocimiento, de larga historia, de asaltos formidables, pero todos frustrados hasta aquí. Con las ideas como principios de realidad y verdad, las cosas del mundo sensible, el mundo de la experiencia ordinaria, quedan marginadas: los gallos pueden pasar por hombres; a los higos, ni el olor de los higos les queda. Fue Diógenes el que echó a andar entre los académicos que no sabían probar el movimiento. «Estoy probando el movimiento», dijo Diógenes mientras caminaba.
Como decimos, la disputa entre la orientación concreta de Diógenes y la orientación abstracta de los académicos sigue hasta nuestros días. Por ejemplo, Klaus Heinrich en su disertación sobre los cínicos antiguos y el cinismo contemporáneo, habla del «centro existencial de la filosofía de Diógenes» y describe su anti-intelectualismo como anti-esencialismo.