(31) Estando en una cena, hubo algunos que le echaron los huesos, y él acercándose, los meó encima, como hacen los perros.

No hay que decirlo, parece, Diógenes no es un perro. Basta verlo. Sus ladridos y mordiscos sólo son metáforas de ladridos y mordiscos. Resulta ofensivo decirlo, de obvio que es. Pero, considérese: las bofetadas, puntapiés y palos que recibe Diógenes no son metafóricos: le caen encima como si efectivamente se tratara de un perro. Nunca estuve presente, pero estoy seguro que de estarlo no sabría distinguir entre las patadas que le daban a Diógenes y las que dan a los perros.

Platón lo llamó «perro» y, como ya dijimos, le respondió: «Dices bien, porque me volví a los que me vendieron». Aquí no estamos seguros sobre cómo interpretar. Una interpretación es: «Perro yo y perro tú»; otra: «No, yo no perro; tú perro». Prefiero la primera lectura. Mordisco va y mordisco viene. Distintas layas de perros, pero perros los dos.

La anécdota que comento aquí revela otro detalle: la estrechez y unilateralidad que suelen imponer las perspectivas con metáforas. Si tiro a uno de los huesos de la comida como si fuera un perro, ¿resulta impropio que éste venga, levante un pie y me eche en los pantalones su pipí? Ese es un detalle de las metáforas que importa cuando se trata de la pugna social: que las toma uno a la letra sólo en lo que le conviene; y como si no bastara, no acepta que el adversario las tome a la letra en lo que le conviene a él. «Tú, perro, aguántate los huesos; pero el pipí me lo echas en verso». Peor era todavía con los perseguidos en los años de Pinochet: el tirano trataba a sus adversarios como si fueran perros sarnosos reales; pero éstos ni en décimas satíricas podían ladrarle.

Dudley dice que el nombre «perro» fue aplicado por primera vez a Diógenes por la anáideia, o sea, su costumbre de hacer todas las cosas en público. Dice también que Diógenes retuvo el nombre por sus posibilidades alegóricas. De las anécdotas con el mote de «perro», todas dan razón al comentario de este autor. Sobre la alegoría del perro en el despliegue del cinismo, no conozco comentarios que satisfagan plenamente. Acaso sea pedir demasiado. No sé quien pueda decir nada de la vida de los perros en la Atenas de Diógenes. ¿Sería como otra cualquiera? En días pasados estuve allí y había perros en las calles de las caletas vecinas. Parecían estar en unanimidad contra los vehículos motorizados. Andaban en grupos, eran de cierto porte, vagos todos, nada de mal parecidos y cada uno, único individuo de su especie.

El cuadro de la vida de perros creo que no tiene marco si se prescinde de la ciudad, sus mercados, sus arroyos, baldíos y extramuros. Claro que hay mucho entre el cinismo, los perros y la ciudad. Los perros le brotan a la ciudad tal como el cinismo. Hay un esbozo incompleto pero importante sobre el cinismo y la alegoría de los perros que se encuentra en un escolio sobre Aristóteles. Aquí lo tomo de Dudley, que no sé más:

Hay cuatro razones para que se los nombre «cínicos».

Primero, por la «indiferencia» en su modo de vida, porque hacen un culto de ella y, como los perros, comen y copulan en público, van descalzos, duermen en barriles o en portales… La segunda es la desvergüenza de los perros, y ellos (los cínicos) tienen en alto la desvergüenza, no como inferior al recato sino superior… La tercera razón es que los perros son buenos guardianes, y ellos guardan los principios de su filosofía… La cuarta es que el perro discrimina amigos de enemigos… De modo igual reconocen ellos como amigos a los aptos para la filosofía y los reciben con amabilidad, mientras que a los que no lo son los corren, como hacen los perros, ladrándoles.

Con la alegoría de los perros, Luciano no está de acuerdo; dice de los cínicos de su época:

Seguidores de los perros, poco se cuidan de las virtudes caninas; ni son guardianes de confiar ni fieles y afectuosos servidores.

Y dice más, yendo a una alegoría zoológica furibunda que es para dudar de todo lo que dice:

Se les hace agua la boca a la vista del dinero; por temperamento, perros; por cobardía, conejos: por imitación, monas; por lascivia, asnos; por celos, gallos…

¿Qué diría el pobre Diógenes al ver esta «imitación de la naturaleza»? La verdad, parecería que sus partidarios sólo «participan» de sus ideas.