(21) Estando tomando el sol en el Cranión (Craneion) se le acercó Alejandro y le dijo: «Pídeme lo que quieras». A lo que respondió: «Pues, no me hagas sombra».
En su Vida de Alejandro, Plutarco dice (uno se hace un cuadro tan vivo que tiene que echarse a un lado para que pase este hombre grande rodeado de sus capitanes) que fue entonces, retirándose, que Alejandro comentó: «Si no fuera Alejandro querría ser Diógenes». Me hago la idea de que Alejandro percibió una sucesión o serie del poder entre él (poder absoluto) y Diógenes (poder cero). Y encontró que los términos entre ellos estaban formados por seres anfibios: esclavos de sus superiores, amos de sus inferiores. Así, sólo en los extremos de esta serie desaparece la ambigüedad del status político. Alejandro no se va a engañar con ésa de «primero en la aldea antes que segundo en Roma». Su comentario, pues, significa: «Cero en las afueras antes que lugarteniente de César».
No faltan los que entienden este texto jugando con las palabras. Por ejemplo, cuando a uno «le hacen sombra». O cuando los militares entran en la Universidad y se produce un apagón cultural y, como si fuera poco, un general va donde un decano y le dice «pídeme lo que quieras». Se hacen en cadenas también los juegos de palabra. Por ejemplo, que Diógenes significa que Alejandro lo eclipsa; que eclipsándolo, lo ensombrece; que ensombreciéndolo, lo humedece; que humedeciéndolo lo hace estornudar. ¡Salud!
Otra lectura (la que hacemos, pienso, a la primera y siendo niños y la sola popular, acaso por el consuelo o satisfacción fácil que aporta) es que Alejandro, con todo su poder, no tiene nada que Diógenes quiera. «¡Vete!» quiere decirle Diógenes. Lo hace con elegancia: «Déjame el sol». Porque ¿cómo puede Alejandro irse y seguir quitándole el sol y cómo puede dejar de quitarle el sol sin irse? Pura lógica.
También se deja leer esta historia en fila con las otras de la alfombra, el plato y la colodra. ¿Qué puede ofrecer Alejandro que no sea vanidad? ¡Bah, pero si no es más que un saqueador de alfombras, platos y colodras! ¡Un despensero de doña Vanidad y un filibustero de los vanidosos! «Déjame el sol. Es de lo poco que no es superfluo y me lo quitas. ¿Vas a saquear eso también?»
Interpretaciones divertidas pueden hacerse para venderlas a la salida de la matinée. Como ésta: Alejandro, el sol del mundo helénico que se encumbra al revés del sol real —quiere decir, hacia Oriente desde Occidente— se presenta radiante ante Diógenes. Se interpone así entre éste y el sol real. Pero, ¿qué puede proyectar este nuevo sol como no sea la sombra del sol verdadero?
Echando mi cuarto a espadas, se me ocurre pensar en esa colina, el Cranión. Dicen que había allí un jardín de cipreses muy hermoso. Allí estaba Diógenes cuando lo encontró Alejandro (de paso: sugieren algunos que Alejandro anticipando sus conquistas fue a ver a este Diógenes para hacerse una idea del tipo de sabios que iba a encontrar en India; porque Alejandro sabía más, sabía que Diógenes imitaba a estos sabios). ¿Por qué no puede ser el jardín del Cranión toda la explicación de esta historia? ¿A quién no le ocurrió, en primavera, despatarrarse sentado en el Parque Forestal, y en un baño de olores, colores y luz sentirse tan feliz, tan feliz, que si alguien hubiera venido a ofrecerle la Presidencia de la República o la Rectoría de la Universidad lo hubiera despachado al cuerno con vientos frescos?
Quería haber agregado aquí algo sobre las satisfacciones alucinatorias de los psicólogos. Quiero decir, que uno bajo su capa hace con Alejandro una alpargata y tan fresco. Esta es, más o menos, la consolación de la filosofía: o la filosofía de la consolación que, como se sabe, es lo mismo.