(26) Habiendo uno dádole un bofetón, dijo: «Por Heracles, que yo ignoraba una bella cosa, y es que debo llevar casquete».

Las anécdotas en que Diógenes es golpeado o amenazado de golpes no son escasas. Hay que considerar que vivía expuesto, que mendigaba, comía y dormía bajo el cielo. Hay una diferencia entre los golpes que le daban y los que daba él: él daba golpes a voces: a él le daban golpes con los puños. Diógenes es hombre que se expone al máximo desde que se arroga el derecho de exponer a sus congéneres. La exposición de éstos produce una reacción de golpes y puntapiés. En esto, las cosas entre nosotros siguen como antes. «La verdad es que debo llevar casquete». Reconoce así Diógenes, alegremente, las implicaciones de su profesión: «¡Vaya, qué torpe soy, no darme cuenta de lo que primero acarrea este oficio mío!» Los disidentes de toda especie se harán reflexiones así cuando los encierran: «Debí llevar casquete».

¿Diré que es extraño o diré que no? Me refiero a que no encontré jamás un escritor que tomara en sus manos este tema: los golpes que Diógenes recibe. Se habla de este hombre, pero en la esfera de lo eterno, las categorías, las grandes proposiciones. La autarquía, la ascesis, la anáideia, la parresia, la afirmación de la naturaleza, la denuncia de las convenciones, la libertad, la vida mínima. Parece que los temas de Diógenes hubieran caído para siempre en manos académicas. Se asimila a Diógenes, se lo comprende, se lo clasifica y absorbe en una estantería de «alternativas», de «formas de vida», de «respuestas». Hasta se habla, como dijimos del «existencialismo» de Diógenes. Pero, mientras ocurre así, no vuela una mosca. Diógenes, en la academia, es un huevo que va de clase en clase, de conferencia en conferencia como por entre manos malabaristas. Desde luego, se habla hasta la exhausión de lo que el huevo tiene dentro, del desarrollo del huevo, de todo lo que ocurre en ese desarrollo, haciéndose del huevo, pollo y del pollo, gallo. Pero el huevo sigue igual. Ni un pío le sale.

¿Cómo decirlo sin caer en habla manoseada? Parece que no se puede. Cuando se practica lo que se piensa, los pensamientos entran en existencia. Quedan a la vista de todos y de uno mismo. No hay criterio más firme de verdad para los pensamientos que su práctica. Diógenes practica lo que piensa.

Al caer la noche busca un rincón donde echarse a dormir porque piensa que el techo del sueño es el cielo y su lecho la tierra. Así de sencillo: Diógenes practica lo que piensa. Come, defeca, se rasca y se masturba a la vista de todos porque piensa que todo debe hacerse en público. Otra vez: practica lo que piensa. Le dice a Alejandro que se mande a mudar, porque desprecia la tiranía. Su desprecio de la tiranía no es el tema de un discurso desarrollado en lugar seguro, con el sello de la autoridad universitaria, ante un público curioso y sin prejuicios. ¡Bah, los tiranos van con sus esposas a esos eventos! Diógenes, el «suelto de lengua» enfrenta al tirano no a la sobremesa sino en el campo abierto de su tiranía, donde en un santiamén pueden despacharlo.

Digo que el criterio firme de verdad de los pensamientos es su práctica. Se dirá: «Vea usted lo que acarrea a Diógenes la práctica de sus pensamientos, la vida sin vergüenza, el habla franca, la denuncia de las convenciones: puñetes y puntapiés, risa y desprecio». De acuerdo. Por ahora, de acuerdo. Quedémonos en los puñetes y los puntapiés. Vuelvo a mi método de representar las cosas. ¡Si pudiera hacerlo como esos escritores que suelen aparecer! Mejor, como esos pintores que tenemos. Un cuadro de Diógenes tratado con puños, pies y palos quisiera tener. Entonces, me avendría a tratar del asunto en clases y conferencias. Con un puntero, señalaría los detalles del evento: la nariz sangrante, el diente quebrado, el ojo magullado, las manos que tiran de los cabellos, las risotadas, los apuros para no quedar al margen de la paliza. En un cuadro así («La Paliza de Diógenes») se detalla la práctica de las ideas. Por ejemplo, la idea de que si a uno le viene una urgencia y puede satisfacerla, lo hace allí donde le viene.

¿Que la paliza prueba que la idea no es practicable? Depende. Vean a Diógenes exclamar: «Por Hércules, que yo ignoraba una bella cosa y es que debo llevar casquete». Vale para pensarlo largo: «El casquete de Diógenes».

Y a propósito de Heracles, oímos siempre que Heracles era el modelo de los cínicos elegido por Antístenes y Diógenes; pero oímos también que Diógenes fue después el modelo. ¿Por qué este cambio? Las historias y dichos de Diógenes pueden examinarse también tomando los modelos Heracles y Diógenes como polos de una tensión. Heracles desquijarra al león de Nemea; Diógenes se está mirando a un ratón que subsiste en el arroyo. Heracles, el fuerte, se apropia sin más razón que su fuerza de las cosas que quiere; Diógenes se conforma que le den las sobras. Después de contar la anécdota del ratón, Laercio nos dice que Diógenes se revolcaba en la arena ardiente en verano y se abrazaba a las estatuas cubiertas de nieve en invierno para resistir. Las anécdotas y dicta en que Diógenes llama a fortalecerse, en que se jacta de ser el amo, de vencer a los hombres, en que pretende estar entre los niños y no haber un hombre a la redonda, todas están como inspiradas por la figura de Heracles el Fuerte; pero abundan también los dichos e historias en que vemos al débil, al parásito, al ratón que se escurre entre los basurales. La autarquía de Heracles es la autarquía del fuerte, la autarquía del león al que nadie disputa el lugar que le place, la presa que le place. Por el contrario, la autarquía de Diógenes es la autarquía del débil, del ratón que forma sus hábitos en el mínimo, por debajo de todo nivel de subsistencia. Entre estos extremos se configuran realmente situaciones humanas a granel. Así también puede trazarse un hilo de sentido en el anecdotario de Diógenes. Un hilo tenso en todos sus puntos. Acaso haya aquí una explicación para la popularidad del encuentro de esos dos, Diógenes y Alejandro. No es que los extremos se toquen, se enfrentan. O se tocan y se hace sensible la contradicción. Se dice: Preferible cabeza de ratón a cola de león. ¿Por qué?