(20) Habiendo subido dos ratones a su mesa, dijo: «He aquí que Diógenes también mantiene sus parásitos».
¿Cómo han de estar las cosas en materia de hábitos e higiene para que a nuestra mesa suban los ratones? Y todavía, ¿cómo han de estar como para que se hagan chistes como éste? Supongo que en historias así encontramos límites serios para lo que nos pide Ignacio de Loyola. Ratones sobre la mesa a la hora del almuerzo. ¿Cuánto podrá concebir de Diógenes una sociedad de consumo y confort? O ensáyese una representación de una de las muertes de Diógenes. Dicen algunos que murió de cólico que le vino por comer un pulpo crudo. Por mi parte, reconozco que soy incapaz de hacerme una representación de algo así.
Pero, éste es también dictum magnum para mí: «He aquí que Diógenes también mantiene sus parásitos». Bueno, hay que reconocer que el can hasta ternura sentía entre tales comensales. ¡Cuánto le debía a uno de estos roedores! Pero ¿es Diógenes un parásito? Por lo que se cuenta, acaso, fue banquero, soldado, prisionero, esclavo. Pero, por las anécdotas que conocemos, más que nada fue un filósofo cimarrón; vagabundo de arroyos y extramuros, caballero de las afueras de Atenas. Vivía en un tonel, defendía la naturaleza contra las convenciones sociales. Pero, ¿cómo se financiaba? Ahí está Diógenes: recoge lo que le echan, le echan lo que sobra. No encuentro que nadie se saque el pan de la boca para darle. ¿Lo aceptaría?
Pienso que esta anécdota debiera interpretarse no en el sentido «Diógenes, que no es nada, tiene así y todo sus parásitos», sino así: «Diógenes, el último de los parásitos, tiene también los suyos». Como ese sabio mísero, de que habla Calderón, que encontró que otro sabio iba cogiendo lo que él botaba.
Hay que traer al comentario de esta anécdota, la otra del ratón-maestro de Diógenes. ¿Ha terminado el can por igualarse con su ratón-maestro, ha llegado por fin a identificarse con la naturaleza (o mejor quizás con la vida en el arroyo)?
Otrosí: Diciendo: «También tiene Diógenes sus parásitos» ¿implica: «Diógenes, el parásito, tiene también parásitos»? Así, primero, él sería un parásito; y, segundo, sólo sería un miembro de una cadena interminable de parásitos de parásitos de parásitos…
En el fracaso del proyecto cínico, el recurso deliberado al parasitismo tiene importancia grande. Sobre el proyecto de Diógenes hay esta teoría: que las ideas que defendía y practicaba en Atenas (ascesis, libertad, individualismo, cosmopolitismo, rechazo de la polis, vuelta a la naturaleza, indiferencia, parresia, anáideia) las recibió aunque imperfectamente ya en Sinope y venidas listas para su consumo de India; y que el propósito de Diógenes sería formar en Grecia una especie de casta a la manera de los brahmanes, casta superior a la que le era debida toda consideración y que el resto de los hombres debía alimentar. (Hay una anécdota en que Diógenes, pidiendo dinero, arguye que no es limosna lo que pide sino lo que se le debe). Así, el fracaso del cinismo obedecería a muchas causas: el imperfecto conocimiento que los cínicos tuvieron de sus propias fuentes, las condiciones sociales y políticas incompatibles con este proyecto que imperaban en Grecia, inadecuado a la vida desnuda a la intemperie, la naturaleza pobre en recursos, la cultura griega contraria al parasitismo brahmánico. Como es el caso de tanta teoría, tenemos aquí una elaboración valiosa por los hechos que recolecta para sustentarse, pero errática en sus ambiciosas generalizaciones. Hay mucho sentido en la identificación del cinismo con numerosas postulaciones de la filosofía hindú; pero es claro que esta identificación no es todo el cinismo. Diógenes no es un brahmán; tampoco un remedo incompleto de brahmán. Basta tomarlo a la primera para saber que es otra cosa. Que los individuos existan en sociedades que buscan imponer a todos los mismos valores implica para siempre una tensión. Siempre está para ellos en la orden del día el impulso de cambiar los valores vigentes, lo que no es más que una componente de la tensión. Siempre y en todos los individuos, hay un Diógenes en potencia; y este Diógenes salta al acto al primer asomo de crisis social. Hasta sin crisis puede pasar al acto; sólo que en este acto no es más que una muestra existente de lo que en todos alienta. Así se entiende nuestro sentimiento ambiguo ante Diógenes: le damos de puntapiés, pero le damos también de comer.
En fin, lo que parece más importante de esta anécdota es la dependencia en que Diógenes está (y el mismo parece aquí reconocer) respecto de la sociedad que combate y denuncia. ¿Es posible la autarquía (la auto-suficiencia)? Ya en la antigüedad se objetó ad nauseam la autarquía cínica, por ejemplo arguyendo que aún reduciéndose el vagabundo Diógenes al zurrón, el palio y el báculo, así y todo dependía todavía de los hombres que hacen esas cosas, como el curtidor, el tejedor y el carpintero.
Se cuenta también que cuando un muchacho rompió el barril en que vivía Diógenes (nadie hasta adonde sé se ha preocupado de investigar las posibles motivaciones de este curioso destructor) los atenienses lo castigaron y dieron al can otro barril. Esta anécdota es también digna de ir entre las grandes. Atenas no sentía escrúpulos en mantener un parásito que día a día minaba sus fundamentos, que vivía para vilipendiarla y exponerla. ¿Qué pensar? ¿Sería que los atenienses después de lo ocurrido con Sócrates se contenían como para tolerar ahora no sólo a Sócrates sino a Sócrates vuelto loco (como definía Platón a Diógenes)?
¿O había una relación más profunda, más necesaria o, como se dice, estructural —quiero decir una especie de simbiosis moral entre la Atenas de Diógenes y el Diógenes de Atenas?