(28) Preguntándole un boticario llamado Lisias si creía que había dioses, respondió: «¿Cómo no he de creer si te tengo por enemigo de ellos?»

¿No es como para que le den a uno de patadas? Aquí está de cuerpo entero la parresia (la franqueza atrevida) que todo el mundo recomienda, pero ¡ay del que la practique! ¿No se dijo «la verdad, aunque severa, es amiga verdadera»? Sí, se dijo. Y justamente por eso, porque es severa (acarrea no sólo puntapiés, sino cárcel y muerte) se la deja a los excéntricos, masoquistas y locos.

A propósito de la franqueza atrevida (la parresia). No hay comentarista que la pase por alto. Claro, es tan conspicua. Por ejemplo, decirle en su cara a Filipo de Macedonia: «¡Ambicioso insaciable!» es cosa extraordinaria, increíble. En tren de enormidades, muchos van a exclamar con sólo oír a Diógenes: «Pero, ¿cómo es posible?… ¡Decirle eso a Filipo!… ¿Quién se cree éste? ¿De dónde salió?».

Pero lo que quiero decir es esto: que así como no hay comentarista que pase por alto la parresia, así también no hay uno que se detenga en su implicación más obvia: los golpes que por su causa recibe Diógenes. ¿Por qué se habla de la parresia siempre y de los golpes nunca?

Cuando Diógenes escupe su «¡Insaciable!» en la cara de Filipo ¿de qué se admiran los circunstantes? ¡Vaya, pero si es evidente! De la parresia, la franqueza atrevida de Diógenes, de eso se admiran. ¿Será de eso? ¿No habrá que ir un poquito más allá para explicar esta admiración? ¿No será que se admiran de que Diógenes enfrente sin miedo la casi segura pateadura que sigue? ¿Y por qué se indignan tanto, más que si fueran el mismo Filipo? Para adular a Filipo, desde luego; pero, ¿no habrá más? Porque si no se adelantan a marcar su oposición a Diógenes muy bien podrían verse molidos a patadas, ellos también.

Cuando le preguntan a Diógenes por lo mejor en los hombres responde sin vacilar: la parresia, la franqueza descarnada. ¿No es para quedarse pensando? Hay un verso de Rubén Darío: «Ser sincero es ser potente». ¿Se puede ser sincero sin parresia? Parece que no. La sinceridad pide parresia; la parresia pide le devuelvan a uno con golpes, palos, cuchilladas y cárceles. ¿Y la filosofía? ¿Qué cosa será una filosofía sin parresia? Los soldados romanos mostraban sus cicatrices en el cuerpo. Los filósofos debieran mostrar el trasero.

Viniendo a la ruda respuesta que recibe Lisias, el boticario, ruda y todo tiene su rango de argumento condicional. Su forma sería más o menos:

Todo parece en regla; sólo que los dioses, siendo los dioses, ¿cómo podrían tener enemigos? De allí un argumento muy diferente:

Hay también una dificultad con este Lisias. O más bien, con Diógenes ante este Lisias. ¿Cómo podría preguntar nadie por la existencia de los dioses si es él mismo una prueba viva de que existen? ¡Pobrecito Lisias, cabeza de chincol! Ni en sus enemigos cree. ¿Cómo le iría en la botica?

Otra dificultad con los dioses resulta de combinar dos dicta de Diógenes. No sé si se puede hacer algo así y si no soy yo ahora el cabeza de chincol. En fin, Diógenes dice que «los hombres buenos son las imágenes de los dioses»; pero tiene que andar en pleno día con un farol buscando un hombre sin encontrarlo. Por lo primero, uno tiene a la mano la prueba de los dioses: basta un hombre bueno. Por lo segundo, ni en Atenas buscando en pleno día y con linterna se encontraba un hombre. ¿Dónde pues encontrar un hombre bueno?