(35) Disputando Platón sobre las ideas y empleando los términos «meseidad» y «vaseidad», dijo: «Yo, oh Platón, veo la mesa y el vaso, pero no sus ideas». A esto, Platón respondió: «Dices bien, pues tienes ojos con que se ven el vaso y la mesa, pero no tienes mente con que se entienden la vaseidad y la meseidad».

Robert Genaille traduce lo último así: «para ver la mesa y el vaso tienes ojos, pero para ver las ideas que les corresponden necesitarías más espíritu que el que tienes».

De todos modos, siquiera se sugiere aquí el empleo de una analogía popular entre los ojos y la mente. Yo no sé si es popular por vulgarización del platonismo o si nace por su cuenta a partir de la imaginación colectiva. Tendría que ser esto último, porque lo primero que se nos ocurre decir al recordar o imaginar con viveza es que estamos viendo lo que recordamos o imaginamos cuando la verdad es que no lo vemos. «Estoy viéndolo» decimos al recordar a un ser querido, muerto hace tiempo. También, el intento que hacemos ordinariamente para comprender una noción o idea —como la de triángulo, de hombre, de mesa— se reduce a imaginar una cosa.

Pienso, después de mucho, mucho ensayar entender entidades como esas ideas de que habla Platón, que la pedagogía usual en defensa de su status más pierde que gana cuando se recurre a metáforas como «los ojos de la mente» o «la mirada de la mente». Como alega Berkeley, uno nunca logra concebir un triángulo que sea sólo triángulo —es decir, que ni sea equilátero, ni isósceles, ni escaleno. Difícil va a ser lograr algo así mientras la operación de concebir se figure como «un ver con los ojos de la mente». La fuerza del argumento de Berkeley contra las ideas abstractas tiene pues gran soporte en la analogía según la cual tenemos ojos para ver la triangularidad, ojos en la mente, así como en la cara tenemos ojos para ver los triángulos dibujados en el pizarrón.

Cuando era estudiante, mi profesor de lógica exponía a Husserl y sus ideas: según este escritor no sólo hay ojos en el espíritu para ver las ideas así como los hay en el cuerpo para ver las cosas, sino que hay también ceguera de los ojos del espíritu, ceguera eidética. O sea, a Diógenes también le hubiera dicho Husserl que era un ciego de la mente o algo así.

El caso de las ideas se defiende mejor evitando audaces metáforas. Pienso que en lugar de declarar ciego a Diógenes nada más por desprecio o fastidio (como lo hace el Platón de la anécdota, quien mejor que nadie tiene que saber que esa ceguera no puede tenerla Diógenes sin perder la facultad de razonar), pudo proponérsele esta experiencia mental (a él, tan duro de parresia): «Piensa en algo muy doloroso, por ejemplo, piensa en la violación de tu madre. ¿Verdad que no la puedes imaginar? ¡Tanto duele! Pero, puedes pensar sin dificultad la violación de tu madre. Una rotunda idea, por más que no la veas. Yo tampoco la veo».

Otrosí: Comprobamos que las cosas terminan por desvanecerse con el énfasis de Platón en las ideas. Creo que igual se desvanecen con el énfasis de Diógenes en la sensación.

Otro otrosí: ¿Qué hace Diógenes mezclado en estas disputas puesto que él mismo decía que las lecciones de Platón «eran una pérdida de tiempo»?