La ciudad perdida
20 de julio de 2010.
Al Garner cerró el libro sobre su escritorio.
Sentados frente a él, Virginia Solves y Miguel Corbal aguardaban expectantes.
—Estarán de acuerdo conmigo en que si Dante Bellver hubiese tenido acceso a este manuscrito —habló el presidente de la Corporación Nethuns—, no habría ido en busca de sus compañeros. —Levantó la cabeza hacia sus invitados—. Sarah Rahal, Andrew Ebner y Allen Levine encontraron su destino, y lo aceptaron. —Tamborileó con los dedos sobre la encuadernación de piel como si aquellas palabras sentenciaran una verdad irrefutable—. Pero Nathan Fitch lo engañó.
Se puso en pie, tardo. Con el libro en una mano y la otra hundida en el bolsillo de su pantalón, avanzó sin prisa hacia el mirador acristalado del fondo, desde el que se contemplaba una maravillosa vista de la ciudad.
—En el año mil ochocientos setenta y nueve —continuó, cambiando de tema—, un explorador inglés llamado Oliver Barrow se hizo con unas cartas de un misionero español datadas a finales del siglo dieciséis. En ellas, el padre Francisco de Toledo aseguraba que los jefes de la tribu indígena con la que había convivido en la selva Lacandona, en México, le habían hablado de una ciudad extraordinaria que había existido cientos de años atrás, repleta de riquezas, habitada por hombres blancos y cuyo rey ostentaba el poder de los dioses. —Se detuvo ante un cuadro de arte abstracto colgado en la pared—. La ciudad había desaparecido de la noche a la mañana junto con sus habitantes, tras ser asediada por los vikingos en el año novecientos ochenta y nueve —explicó mientras retiraba el cuadro de la madera oscura que forraba el tabique, abriéndolo de derecha a izquierda como si se tratase de una puerta.
Tras la pintura se ocultaba una caja fuerte. Garner giró la rueda de la combinación en ambos sentidos, tres veces. La portezuela se abrió.
—Con los datos reflejados en aquellas misivas sobre su supuesta localización, Barrow se internó en la selva. Toda su aventura quedó relatada en diversas cartas que fue enviando a su hijo, William, hasta el día en que desapareció. Veintitrés años más tarde, William Barrow escribió un libro titulado La ciudad perdida, que jamás llegó a publicar... En él narraba las peripecias de su padre, basándose en las cartas que le había remitido. —Introdujo el Libro de Qustul en el interior de la caja y sacó en su mano otro. Éste, en cambio, no parecía más que una novela de bolsillo, de pastas gastadas, maltratadas por el tiempo, y hojas oscurecidas. Garner cerró la portezuela y, sobre ella, volvió a encajar el cuadro—. En los años sesenta, uno de los bisnietos del explorador descubrió el pasado de su familia, y llevado por el afán de notoriedad rescató el texto y lo publicó. Verdaderamente, tuvo escasa difusión.
Virginia y Miguel cruzaron sus miradas. Al Garner regresó tranquilamente al escritorio, la vista clavada en la portada del libro.
—Pero lo que nos interesa es lo que cuenta en sus páginas. —Se sentó en su butaca, dejando el libro sobre la mesa—. El explorador desapareció junto con las cartas del misionero, por lo que no hay pruebas de que lo que cuenta sea real. Sin embargo, cuando su viejo amigo, el señor Delpy, lo leyó, quedó sorprendido por ciertos pasajes. E inició una investigación.
Garner empujó suavemente la novela por la superficie del escritorio hacia Virginia. La portada mostraba un dibujo con grandes hojas verdes que se abrían dejando a la vista las ruinas de una civilización en medio de la jungla. En la parte superior figuraba el nombre de Stephen Barrow; y, en la inferior, el título: Kilupalm: La ciudad perdida.
—¿Tony Delpy trabaja aún para la Corporación? —preguntó sorprendido Corbal.
—Es el director del departamento de arqueología. Supongo que tendrán mucho de qué hablar.
Virginia se mostró desconcertada.
—Espere un momento. No me interesa nada que tenga que ver con sus proyectos. Le entendí que, a cambio de robar la reproducción, usted me ayudaría a encontrar al profesor Bellver. Yo he cumplido con mi parte...
Garner asintió con un movimiento de cabeza.
—Y yo estoy siendo fiel a mi palabra. Verán, el departamento de cosmología ha hecho grandes avances en el estudio sobre el comportamiento de la materia oscura. En coordinación con éste y gracias al libro, Tony Delpy y su equipo localizaron hace quince meses unas muestras de un antiguo asentamiento en la selva de Lacandona. Él se lo explicará con más detalle, señora Solves. Pero Delpy está convencido de que ese rey del que hablaban los indígenas es el profesor Bellver...
Los ojos de Virginia se abrieron exageradamente.
—...Y, si la teoría de nuestros científicos no es errónea —concluyó recostándose en su butaca—, hay una posibilidad de rescatarlo.
Miguel, visiblemente escéptico, carraspeó.
—En el caso de que estuvieran en lo cierto... ¿Han pensado que el profesor puede que no quiera ser rescatado? —Miró a su mujer, como si le rogase un poco de cordura.
—Miguel, por favor... —suplicó ella.
—Señor Corbal, fueron ustedes quienes insistieron hace seis años en que desenterráramos nuevamente el templo de Nubia. En agradecimiento a lo que hicieron por la Corporación y por todos nosotros, estudié la posibilidad de hacerlo. Fue imposible, y lo sigue siendo. Ahora Tony Delpy está convencido de que se ha presentado una oportunidad de...
Inconscientemente, Virginia fue alejándose de la discusión que mantenían su marido y el magnate, centrando su atención en el libro.
Lo abrió por la primera página.
La hoja, de un marrón que parecía tener quemados los bordes, era tan fina que daba la impresión de irse a deshacer en sus manos.
Y, sin apenas darse cuenta, se sumió en su lectura:
1
Una breve introducción — Las cartas del padre Francisco de Toledo — Los gemelos Glick — Preparativos.
Por las venas de Oliver Barrow corría la estirpe de los valientes: desde corsarios al servicio de la Corona a ancestros que combatieron en la Guerra de los siete años, pasando por intrépidos viajeros y marinos que se habían lanzado al Pacífico para circunnavegar y cartografiar nuevas islas.
A sus treinta y cinco años, Barrow era socio de la Royal Geographical Society, y entre sus hazañas destacaba haber surcado el Océano Atlántico en busca de islas míticas o haber completado por primera vez el recorrido del río Congo en África junto a Henry Morton Stanley, donde había vivido fascinantes experiencias en los tres años que duró la expedición.
Después de aquello, resultaba difícil encontrar un nuevo desafío que satisficiera sus expectativas y ansias de acción. Sin embargo, en 1879, cayeron en sus manos las cartas de un misionero español del siglo dieciséis. En su lectura hallaría un reto a la medida: ir en busca de la ciudad perdida de Kilupalm; un lugar que, según las tribus indígenas, había escondido grandes tesoros e innumerables misterios.
A pocas semanas del comienzo de su travesía, Barrow y su equipo desaparecieron en el corazón de la selva, en el Nuevo Mundo, sin dejar más rastro tras de sí que el halo de una leyenda.
Esta que me dispongo a contar fue su última aventura...
Autor
J.D. Lisbona
(Madrid, 1974)
Tras licenciarse en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, cursó estudios de diseño gráfico, ejerciendo posteriormente ambas profesiones en gabinetes de prensa y agencias de publicidad.
En el ámbito literario, es autor de la novela La redención de los ángeles caídos (Ed. Jirones de Azul); un thriller que, alternando aventuras, terror y suspense a lo largo de diversas épocas y escenarios de la Historia, sirve de marco para el análisis de la existencia humana.
El reflejo de un extraño, su segundo trabajo publicado, recupera las características clásicas del género negro: ambientes oscuros y asfixiantes, personajes ambiguos movidos por bajas pasiones, mundos donde el bien y el mal se entremezclan... En sus páginas propone una trama angustiosa, cargada de misterio, suspense y violencia.
La leyenda de la pirámide invertida, publicada en 2012, combina aventuras, intriga y acción en un viaje que propone explorar algunos de los misterios del Universo en el que vivimos.
Novelas no publicadas:
La angustia de Abraham (1997. Finalista del Premio de Novela Yoescribo 2007)
Las sombras de un crimen (2009)
La trama de la telaraña (2010)
Cuadro de Tinieblas (2011)
Además de novela, también es autor de relatos de terror:
R.I.P. (2006)
Baja Frecuencia (2006)
El retrato de las ánimas (2006)
Y ha escrito varias historias en formato de guión cinematográfico:
Espectros (2006)
Renacido (2006)
D.E.P. (2009)
Contacto:
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