8
DESIERTO de Nubia.
El día resultó agotador. Virginia había permanecido al lado de Tony Delpy desde la mañana, e incluso habían almorzado juntos. El arqueólogo era un tipo serio, minucioso en su trabajo, pero había sido extraordinariamente amable con ella. Hasta se había soltado hablando de su vida privada en el comedor, lo que les había servido para lograr un mayor nivel de complicidad. De esta manera, Virginia había descubierto a un hombre solitario, amante de su trabajo y sólo de él, que cuando no se encontraba ante unas ruinas le embargaba una tremenda sensación de soledad. Pero hacía muchos años que eso no sucedía, pues desde que había entrado a formar parte del grupo de Bellver no había descansado ni quince días seguidos. Para él, su familia era aquel grupo, al que se sentía profundamente unido.
Aparte de lo aprendido sobre el arqueólogo, a nivel profesional éste le dio una gran información acerca de aquel lugar en el que estaban. Virginia tomó buena nota de todo, claramente perpleja ante los detalles que Delpy apuntaba al tiempo que dirigía la excavación.
—Aunque te parezca increíble, todo esto que ahora pisamos —dijo dibujando con el dedo un círculo alrededor en la distancia— era, quinientos años antes de nuestra era, una vasta extensión de selva.
Virginia lo miró asombrada.
—¿Selva? ¿Este desierto?
—Tenemos constancia de que un río descendía desde varias millas hacia el nordeste y pasaba precisamente por ahí —señaló unos cincuenta metros por delante de la excavación—. Y desde aquí hasta la excavación que dirige el profesor —apuntó atravesando con la mirada los quinientos metros de llanura que separaban a los egipcios del siguiente área de trabajo—, había campo cultivable. Un verde valle.
—¡Increíble!
—Sí. Increíble.
—¿Me estás diciendo en serio que había una zona selvática en medio del desierto?
—Suelo bromear con otras cosas, Virginia, no con esto. Te lo aseguro.
—Pero parece imposible —se resistió a creerlo ella.
—Hace dos mil quinientos años todo era bien distinto. No se sabe por qué, pero hay documentación que certifica el cambio abrupto que sufría el terreno. Y de la misma manera inexplicable, el propio desierto lo engulló varios siglos después.
—¿Un cambio climático?
—Eso mismo. Aterrador, ¿no te parece? Estamos hablando de hace más de dos mil años. Entonces no había fábricas que exhalaran gases, ni combustibles que acabasen con el pulmón del planeta, como ahora. Y, sin embargo, se produjo. El cambio climático devastador. A veces el ser humano se olvida de dónde vive. A veces, el hombre obvia que sus días sobre este planeta transcurren en una era interglaciar; y que la siguiente era glaciar llegará hagamos lo que hagamos, inexorablemente.
Virginia asintió convencida de sus palabras. Luego, retomó el asunto que tanto la había sorprendido:
—¿Y de dónde provenía aquel río? ¿Del mismo Nilo?
Delpy negó rotundamente con la cabeza.
—No se sabe con certeza... Los estudios que se han realizado sólo se basan en aquello que se ha podido recuperar: arte, reliquias y templos a los que el hombre ha podido acceder. Como te ha dicho esta mañana Norah, con la construcción de la gran presa de Asuán hubo un movimiento internacional para salvar cuanto se pudiera del arte egipcio. Sin embargo, aún quedaron templos hundidos bajo las aguas del Nilo y otros, como éste, enterrados bajo la arena. Y jamás se ha podido acceder a ellos. Así que la información no está completa, lamentablemente. Mi teoría es que allí se encuentra toda la documentación que nos falta para hacernos una idea real del pasado de Nubia.
—Pero lo que es innegable es que aquí vivía gente...
—Exacto. En torno al templo.
—¿Nubios? —preguntó Virginia tomando notas en un cuaderno.
—No sólo nubios. Se dice que podían ser incluso una civilización independiente, al servicio del gran sacerdote que dirigía el templo.
—¿Y por encima del sacerdote no había un faraón?
—Desde luego. Pero si hacemos caso de la leyenda, los faraones tenían una relación un tanto especial con ese sacerdote...
—Espera, espera —le interrumpió levantando la cabeza y mirándole por encima de sus gafas de sol—. Has dicho faraones... ¿En plural?
—Eso es. Conocidos hubo tres faraones que coincidieron con el mismo sacerdote.
—Pero se trata de una leyenda...
—Es parte de una leyenda, sí. Pero... —respondió dejando la frase colgada con un matiz dubitativo.
—Pero tú, al igual que el resto, crees que detrás de la leyenda se esconde una historia real...
—Escucha. Los egipcios fueron una civilización cargada de misterios. Como siempre cuenta Dante, se cree que conocían mucho más que nosotros sobre el Universo. No sabemos por qué, pero a medida que hemos ido avanzando, paradójicamente, hemos ido olvidando ese conocimiento. Quizá para justificar su pérdida, hemos ido atribuyendo el término de leyenda a todo aquello que nos resulta lejano e incomprensible. Porque nos parece inexplicable e imposible. Pero yo creo que detrás de esas leyendas se esconden realidades. Igual no tal y como las entendemos, pero realidades al fin y al cabo. —Hizo una breve pausa y escrutó el gesto reflexivo de Virginia—. De todas maneras, si cuando terminemos esto escribes un libro, por favor, omite esta parte...