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DESIERTO de Nubia.

—Después del oro, el oricalco era el metal más preciado por los atlantes. —A Bellver le costaba articular las palabras, pero aún conseguía hacerse entender—. Se dice que se extraía de las montañas, de ahí el nombre orichalcum, que significa "cobre de montaña". Otro nombre que se le da es el de orihalcon, por el que se conocía al Medallón.

—Que acabó robando Nathan Fitch... —recordó Virginia.

Bellver asintió con un gruñido.

—De modo que, si todo esto resultase no ser una gran patraña, Fitch tendría al Genio...El profesor soltó una risita. Su ahijada, por primera vez, notó un escalofrío que recorrió su espalda como una corriente eléctrica.

—Si conocieras a Fitch —balbuceó—, pensarías que él es el maldito Genio...

Aquellas fueron las últimas palabras del profesor antes de que comenzara a tararear una canción imposible, desentonada y, probablemente, falseada por la embriaguez.

Durante la jornada siguiente, Virginia Solves había reflexionado sobre la conversación mantenida aquella noche. En lo que a la parte profesional se refería, el currículum de la escritora era tan vasto que le confería una buena dosis de experiencia para afrontar un asunto en el que la línea que separaba realidad y mitología no estaba bien definida. Hacía siete años que había dejado a un lado el mundo del periodismo para dar rienda a su verdadera pasión: la investigación de la Historia. Desde entonces, había publicado tres obras cuya mención la catalogaba como una de las mejores escritoras de no-ficción del mundo. Aquellos trabajos la habían conducido por medio planeta recopilando datos y consultando fuentes; le encantaba trabajar y aprender a pie de campo. Por ello, Virginia era consciente de que en la fase documental el autor debe inclinarse ferozmente hacia la objetividad, sin dejarse tentar por opiniones de unos u otros no fundamentadas. Lo que cuenta para un trabajo estricto es lo computable: lo real. La Historia contra la leyenda; la realidad frente a la inventiva. Y, hasta el momento, ella no había tenido en sus manos pruebas factibles que corroboraran lo que su amigo y el resto del equipo consideraban una verdad irrefutable. Sin embargo, su fe en Bellver la inclinaba a creer que algo de cierto podía haber en todo aquello. Y cuando lo consideraba, sentía un hálito de miedo soplando en su nuca.

Por otro lado, en lo referente a la parte personal, la actitud del profesor la preocupaba más que el hecho de que estuviera dando crédito a una leyenda. Tenía la intuición de que en su fuero interno albergaba un sentimiento de culpa por algo, y aunque creía saber por qué, necesitaba que alguien se lo corroborase. Y la persona elegida fue Norah:

—La última vez que lo vi así fue hace muchos años, cuando murió su mujer —le comentó a la experta en informática mientras ésta se quitaba el cansancio acumulado durante el día bajo el agua de la ducha—. Él no me lo va a confesar, pero sé que lo está pasando mal.

—Han sido dos años muy duros para todos —confesó la chica—. En la Corporación todo ha sido silencio y mentiras sobre lo que le ocurrió al equipo del proyecto "Paralelo treinta y dos". Dante ha tratado de averiguarlo de muchas maneras, pero no ha conseguido nada. Excepto ahora, que Nathan Fitch le ha prometido mostrarle la verdad.

—¿Fitch le ha prometido respuestas?

—Sí.

—¿A cambio de qué? ¿De desenterrar el templo? —Virginia se encogió de hombros—. Creí que era vuestro trabajo...

—A cambio de que le entreguemos la Piedra de Ilbet sin que nadie lo sepa.

—¿Por qué?

—Posiblemente porque quiera sacar un beneficio particular aprovechando los recursos de la Corporación. ¡A saber el valor que puede alcanzar ese objeto!

—Y Dante ha aceptado guardar silencio para averiguar lo ocurrido.

—Todos queremos averiguar lo ocurrido. No es sólo él quien ha perdido a una persona importante en ese incidente...

Virginia escuchó el agua caer durante unos instantes, tras el silencio doloroso de Norah.

—¿A quién ha perdido Dante? —se atrevió a preguntar.

—Se llamaba Sarah. Sarah Rahal. La conocimos en Isla Dunk, en Australia. Tenía una tienda de alquiler de equipos de buceo y organizaba inmersiones. Era una chica especial. Al profesor le encandiló su destreza e inteligencia. Tenía buenas aptitudes: luchadora, autosuficiente y no parecía muy feliz de estar donde estaba. Así que le propuso que se viniera con nosotros. Pero Sarah rehusó. No quería volver al mundo ni estrechar lazos con nadie durante más tiempo del que duraba una de sus excursiones. Aún así, ya conoces a Dante... Insistió e insistió hasta convencerla. Quizá no le quitara de la cabeza sus motivos por los que se había ido de Estados Unidos a aquella isla apartada de la mano de Dios, pero le prometió que velaría siempre por ella. Y Sarah aceptó iniciar una nueva andadura bajo su manto protector. —Hizo una breve pausa y apostilló—: Bueno, así es como él lo ve. En realidad, cada uno somos responsables de lo que hacemos y de las decisiones que tomamos. Y ella no aceptó su propuesta por la protección que le ofrecía, sino por salir del agujero en el que se había enterrado en vida.

Norah salió de la ducha y se envolvió en una toalla mientras Virginia tomaba el relevo:

—¿De qué había huido? —se interesó mientras el agua tibia empapaba su melena.

—De un pasado en el Cuerpo de policía de Los Ángeles saldado con la muerte de su novio, de la que parecía hacerse responsable. Pero qué más da. Cada uno tiene sus motivos para huir del pasado, ¿no crees?

—Puede ser. Así que depósito su confianza en Dante, o eso es lo que él siente, y ha acabado como ha acabado...

—Dante no tuvo ninguna culpa. Estábamos en la Antártida cuando decidieron llevarse a Sarah a aquel viaje en calidad de experta buceadora —sentenció zanjando el asunto.

—¿Y tú, a quién perdiste?

Norah cruzó su mirada con sus propios ojos reflejados en el espejo. La indiscreción de la pregunta la situó directamente en primera línea de batalla contra su memoria. Pero, aún así, su alma quiso expresarse:

—Mi novio... Allen.

Virginia se quedó inmóvil bajo la ducha. De espaldas a ella, Norah se secaba el cabello castaño con la toalla imprimiendo cierta rabia al movimiento.

—Lo siento.

—No te preocupes —respondió la chica volviéndose hacia su compañera—. Más lo siento yo. Supongo que el tiempo te enseña a sobrellevarlo. Pero Dante sigue empeñado en culparse. En saldar extrañas deudas morales consigo mismo. Y para soportarlo, se ahoga en alcohol.

En los días sucesivos, las excavaciones evolucionaron a gran ritmo. Por un lado, el equipo delimitó una nueva zona en la que creían casi con toda seguridad que podrían hallar una de las cámaras laterales del templo. Por otro lado, casi cincuenta personas tuvieron que ser evacuadas aquejadas de cefaleas crónicas; curiosamente, aquellas que habían llegado a mayor profundidad.

Tony Delpy había bajado después con un aparato de radio, tras detener su excavación sobre la posición de la capilla. Al subir, había comprobado que a tan sólo un metro de la superficie era imposible comunicarse con el exterior y que su reloj dejaba de funcionar correctamente, consecuencias que atribuyó a un fenómeno electromagnético.

Las siguientes jornadas se presentarían enormemente duras. Bellver tuvo la necesidad de replantear la operación, dado que ningún excavador podía mantenerse en activo a esa profundidad durante más de veinte minutos o media hora, a lo sumo. Y, añadido al problema, Elorza le comunicó que la gente estaba nerviosa. Quizá no entendieran demasiado bien el tema del electromagnetismo, o quizá achacaran las bajas de sus compañeros a algo que nada tenía que ver con lo que ellos consideraban “normal”. Lo cierto era que los más supersticiosos hablaban de energías muy diferentes a las que el equipo justificaba. Y, de cundir el pánico, pronto la operación se iría al garete.