Capítulo III

La junta secreta de los magos

Una amplia mesa circular dominaba el centro de una sala subterránea en el interior del palacio de Babilonia, iluminada a base de antorchas en las paredes. Sentados alrededor se congregaban diez magos de avanzada edad. Ante ellos, el más joven de todos presidía la reunión desde un altar de piedra. Era un hombre fibroso, con turbante sobre su cabeza y ostentosos anillos en sus dedos. Una cadena de oro sostenía una piedra verde que colgaba bajo su perilla de tonos grises, triangulada. Su traje largo, claro, refulgía con la luz del fuego que crepitaba en la chimenea. Se llamaba Gaumata, y era conocido por ser asesor del rey.

Decían de él que el mismo Cambises le había permitido regresar a Persia como funcionario político. Su hermano, el mago Patizithes, encargado de custodiar el palacio, lo había acogido. Y pronto, Gaumata había sabido hacerse con la confianza del rey convirtiéndose en su mano derecha; su asesor y protector. Por todos también era sabido su carácter obsesivo, ansioso de poder y despiadado; factores que coincidían a la perfección con la personalidad de Cambises. Sin embargo, los que permanecían a su lado gozaban de sus favores y disfrutaban de una vida repleta de riquezas y reconocimiento.

Ahora los diez magos del Consejo habían creído oportuno alertar a Gaumata sobre un grave problema social: el descontento popular causado por el despotismo del monarca. En el preciso momento en que éste estaba ocupado en la campaña egipcia, los persas clamaban por la liberación de la política de aquel tirano.

La voz de Patizithes se elevó sobre el resto:

—Hermano, tú sabes que la opresión de nuestro rey alcanza no sólo a nuestro Imperio sino a todas y cada una de sus conquistas. Cambises es odiado, al contrario que sucediera con su padre, y se ha creado muchos enemigos potenciales. Y nosotros no somos una excepción —afirmó con rotundidad.

Gaumata frunció el ceño y acarició su perilla con suavidad, mientras recapacitaba sobre aquellas palabras.

—Nuestro rey nos proporciona una vida generosa, ¿cuál es el fundamento de vuestras palabras? Los impuestos afectan al pueblo y, a nivel religioso...

—Cambises ostenta su poder con desprecio y tiranía —interrumpió Patizithes—. Tú sabes mejor que nadie que es un desequilibrado que no valora la vida de sus súbditos y que sólo pretende la gloria. Desde la muerte de Ciro, el Imperio ha ido en decadencia. Las medidas antipopulares han afectado en su mayoría a los ciudadanos, pero otras decisiones han calado en sectores más altos, como el nuestro. ¿Por qué inició la campaña de Egipto?

El resto asentía en silencio.

—Sólo buscaba la gloria y la venganza —continuó su hermano sin dejarle responder—. Incluso el oráculo de Amón le advirtió para que no lo hiciera.

—Y se equivocó —matizó Gaumata.

—¿Tú crees? —Patizithes se puso en pie—. Nuestro ejército pierde efectivos; vidas de ciudadanos que son obligados a ingresar en él para perecer en tierras lejanas sólo por la gloria de un perturbado. No mueren en conquistas, mueren en sublevaciones absurdas que se evitarían con una política correcta.

—Creo que no nos corresponde a nosotros decidir sobre esos asuntos.

—Por supuesto. Porque Cambises, nuestro rey, también nos tiene sometidos. Vivimos por y para él. Tenemos todo lo que deseamos menos la libertad. Libertad para elegir qué es lo que nos conviene realmente —Patizithes caminó alrededor de la mesa elevando el tono de voz—. Ahora, en lugar de regresar a su país, ansía seguir expandiéndose. Descuida lo que posee a cambio de ampliarlo. Y más tarde o más temprano, alguien logrará ocupar su lugar —sentenció—. Alguien que podría eliminarnos del mapa y acabar con nuestra situación de privilegio por estar apoyando incondicionalmente a Cambises.

Gaumata frunció el ceño. Acababa de entender el propósito final de aquella reunión.

—Así que es eso lo que tratáis de decirme... —habló dirigiéndose a todos—. Que seamos nosotros mismos los que derroquemos a nuestro rey...

—Piénsalo. Tendríamos el apoyo popular casi mayoritario.

El mago acariciaba aún su barba, perfilándola inconscientemente en un gesto monótono. El brillo del fuego iluminaba sus oscuras pupilas, aunque otro más profundo, el de la codicia, comenzaba a resplandecer tras él.

—La propuesta es arriesgada...

Patizithes se aproximó hasta él.

—Si retirases tu protección y lo enviases a una difícil campaña, Cambises moriría —aconsejó en un tono sutil.

—Pero si no saliese bien el plan —intercedió Gaumata—, sabría que he retirado mi protección. Y, entonces, vendría a por nosotros...