89

Clair

Día 2 – 17:34

La puerta estaba cerrada con pestillo.

Nash volvió a girar el picaporte como si esperase obtener un resultado distinto y se dio la vuelta, frustrado.

Clair presionó la oreja contra la puerta.

Nada.

Nash le hizo un gesto para que retrocediese y se inclinó mostrándole tres dedos.

Clair lo entendió.

Se arrodilló y apuntó con el arma hacia la puerta con los codos apoyados.

Nash bajó un dedo, luego otro. Al tercero, impactó con todo el peso de su cuerpo contra la puerta y casi cae al interior de la habitación al ceder el marco con un desafiante crujido.

Aún agachada, Clair hizo un barrido por la habitación con el arma lista.

En el centro del dormitorio había una cama grande con dosel, colocada bajo un techo con molduras muy elaboradas. A la izquierda vio una pequeña zona de estar con estantes llenos de libros, un escritorio y un sofá grande que separaba aquel espacio del resto de la habitación. Una chimenea crepitaba en el rincón de la zona de estar. En la otra punta del dormitorio principal, otro pasillo doblaba una esquina.

Nash se movió con precaución, y Clair lo siguió.

Había una mujer tumbada en el suelo junto al sofá, atada y amordazada igual que la doncella en el piso de abajo.

Nash se fue directo al vestidor, en el extremo derecho, y apartó la ropa a base de manotazos para asegurarse de que estaba vacío. Clair continuó y dobló la esquina. Se encontró en el interior de un cuarto de baño de mármol blanco. Aquel espacio tan recargado no ofrecía escondite ninguno. A la izquierda había un armario de ropa blanca lleno de toallas gruesas y suficientes botes de champú, acondicionador y suministros de higiene para abastecer a un hotel pequeño. Allí no había nadie escondido.

Volvió al dormitorio y se encontró a Nash mirando debajo de la cama.

Clair se arrodilló junto a la mujer y le quitó la mordaza.

—¿Sigue aquí?

—No…, me parece que no —dijo ella con voz temblorosa—. ¡Dios mío, creo que se ha llevado a Arty!

Se revolvió entonces, frenética, tratando de obligar a su cuerpo a incorporarse y sentarse. Nash la ayudó, la desató y la acompañó hasta una silla con un relleno exagerado, junto a la cama.

—¿Y su hija? —le preguntó Nash.

—Carnegie no llegará a casa hasta las… —Estiró el cuello hacia atrás, hacia la chimenea del extremo opuesto, donde un pequeño reloj daba la hora desde la repisa—. ¿Qué hora es? Está oscuro. No lo veo bien.

—Deben de ser las cinco y media.

—¿Más de las cinco?

Una sirena aullaba a lo lejos.

Clair se acercó al ventanal junto a la cama y abrió la cortina. No pudo ver nada.

—Señora, ¿cuánto tiempo hace que se ha ido?

Nash ya le había desatado las manos, y la mujer se frotó las sienes.

—Arty ha llegado a casa un poco después de las dos para cambiarse para una reunión. Ese hombre ha llegado justo después. Diez minutos más tarde, como mucho.

—¿Qué ha pasado?

—No sé exactamente…, todo ha sucedido muy rápido. Yo estaba ahí, en el sofá, leyendo, y alguien ha llamado a la puerta del dormitorio. Me he imaginado que sería Miranda. Arty ha dicho que iba él. Un segundo después he oído un golpe muy fuerte, y al ponerme de pie para ver qué estaba pasando, ha entrado ese hombre corriendo. Se ha lanzado sobre mí y me ha empujado hacia el sofá. Creo que me he dado un golpe en la cabeza, porque me he desmayado durante un momento. Cuando he recuperado la consciencia, tenía las manos ligadas, y el hombre me estaba atando los pies. He chillado, y él se ha quedado sonriéndome, sin más. En realidad, se ha disculpado por importunarme y me ha dicho que tan solo tenía que intercambiar una o dos palabras con mi marido. Luego me ha atado la mordaza en la boca. He visto a Arty allí tirado. —Hizo un gesto hacia el pasillo—. Se movía, pero muy despacio. Creo que estaba intentando levantarse. El hombre ha vuelto con él y le ha clavado una jeringuilla en el cuello, algún tipo de narcótico, porque Arty se ha desmayado después de eso. Entonces ha vuelto conmigo, se ha disculpado de nuevo y me ha pinchado con una aguja en el brazo. Me he vuelto a desmayar, y cuando me he despertado, ya se había extinguido prácticamente todo el fuego, así que he debido de estar dormida un buen rato. Después han llegado ustedes.

Clair buscó una foto de Bishop en su móvil y se la mostró.

—¿Es él?

La mujer asintió.

—¿Le va a hacer daño a Arty?

Nash localizó el interruptor de la luz y lo pulsó. Ojalá no lo hubiera hecho.

En la pared del dormitorio estaba garabateado con sangre: «No hagas el mal».

El Cuarto Mono
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