18

Porter

Día 1 – 11:30

Aunque solo habían pasado dos semanas desde la última vez que Porter puso el pie en la sala 1.523, en las profundidades del sótano del cuartel general de la Policía Metropolitana de Chicago en la avenida Michigan, aquella estancia parecía aletargada, anodina.

Adormecida.

A la espera.

Encendió el interruptor de la luz y escuchó cómo zumbaban y cobraban vida los tubos fluorescentes, que enviaron una descarga por el aire viciado. Se acercó hasta su mesa y echó un vistazo a los diversos documentos y archivos desperdigados por su superficie. Todo estaba tal y como él lo había dejado.

Su mujer le observaba desde un marco de plata en la esquina de la derecha, la más alejada. No pudo evitar una sonrisa al verla.

Sentado en el borde de la mesa, sacó el teléfono y marcó su número de móvil. Tres tonos, seguidos de aquel mensaje del buzón de voz, tan familiar para él:

Te has puesto en contacto con Heather Porter. Como esto es el buzón de voz, lo más probable es que haya visto que eras tú quien llamaba y haya decidido que no quiero hablar contigo. Si estás dispuesto a rendirme un homenaje en forma de tarta de chocolate u otra ofrenda que consista en un surtido de delicias culinarias, envíame un mensaje de texto con los detalles, reconsideraré tu puesto en mi lista de amistades y quizá…

Porter colgó y hojeó una carpeta etiquetada como «El Cuarto Mono». Todo lo que habían descubierto sobre él cabía en aquella única carpeta, al menos hasta aquel día.

Llevaba media década persiguiendo al Cuarto Mono. Siete chicas muertas.

Veintiuna cajitas. No se te pueden olvidar las cajitas.

Jamás se había olvidado de las cajas. Le perseguían cada vez que cerraba los ojos.

La sala no era muy grande, nueve por siete y medio, más o menos. Además de la de Porter, había cinco mesas metálicas con más años que la mayoría del personal de la Metropolitana, dispuestas de forma caprichosa por el lugar. En el rincón opuesto se alzaba una vieja mesa de reuniones de madera que Porter había encontrado en un almacén pasillo abajo. El tablero estaba rozado y lleno de muescas; el acabado de madera de arce, ya sin lustre, estaba plagado de pequeños cercos de los centenares de vasos, tazas y latas que se habían posado en él a lo largo de los años. Tenía una gran mancha marrón que Nash juraba que se parecía a Jesucristo (Porter pensaba que solo tenía pinta de café). Hacía bastante tiempo que se habían rendido y habían dejado de frotar para intentar eliminar aquella decoloración.

Detrás de la mesa de reuniones había tres pizarras blancas. Las dos primeras contenían fotos de las víctimas del CM y de los diversos escenarios de los crímenes; la tercera estaba vacía en aquel momento. El grupo tenía la costumbre de utilizar la última, fundamentalmente, para sus sesiones de debate de ideas.

Entró Nash y le ofreció un vaso de café.

—Watson se ha acercado al Starbucks. Le he dicho que nos veríamos aquí después de que haya ido arriba a hablar con el teniente. Los demás también están de camino. ¿Qué se te está pasando por la cabeza? Huelo el humo.

—Cinco años, Nash. Estaba empezando a pensar que no llegaríamos a ver el final de todo esto.

—Hay una más ahí fuera, por lo menos. Tenemos que encontrarla.

Porter asintió.

—Sí, lo sé. Y lo haremos. La llevaremos a casa.

Había dicho lo mismo con Jodi Blumington apenas seis meses atrás, y no la localizaron a tiempo. No podía plantarse delante de otra familia, otra vez no. Ni nunca más.

—¡Pero bueno, mira quién está aquí! —vociferó Clair Norton desde la puerta.

Porter y Nash se dieron la vuelta desde las pizarras blancas.

—Esto ha sido como una morgue sin ti, Sammy. ¡Un poquito de alegría para el cuerpo! —Cruzó la sala y rodeó a Porter con los brazos—. Si necesitas lo que sea, me llamas, ¿vale? Quiero que me lo prometas —le susurró al oído—. Estoy ahí para lo que te haga falta, día y noche.

Cualquier muestra de afecto ponía nervioso a Porter. Le dio unas palmaditas en la espalda y se apartó. Se imaginó que parecería tan incómodo como un cura que corresponde al abrazo de un monaguillo ante la mirada de toda la congregación.

—Te lo agradezco, Clair. Gracias por defender el fuerte.

Clair Norton llevaba en el cuerpo cerca de quince años. Se convirtió en la mujer detective más joven de raza negra después de tan solo tres años de patrulla, cuando ayudó a desmontar una de las mayores redes de narcóticos en la historia de la ciudad: todos los implicados eran menores de dieciocho. Veinticuatro estudiantes en total, fundamentalmente del Cooley High, aunque los delitos se extendían a seis institutos. Actuaban siempre dentro de las instalaciones escolares, lo cual dificultaba las cosas, y supuso que Clair, con su aspecto juvenil, tuviera que hacerse pasar por una alumna.

Aquello le hizo ganarse el apodo de «Nuevos policías», por la antigua serie de la Fox. Pero ningún miembro del operativo se atrevía a llamárselo a la cara.

Clair hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Qué demonios, tendrías que darme las gracias por hacer de niñera de tu compañero. Es más simple que el mecanismo de un botijo. Me la juego a que si lo encierras en una habitación y vuelves una hora más tarde, te lo encuentras muerto, tirado en el suelo con la lengua metida en un enchufe.

—Oye, que estoy aquí —dijo Nash—. Que te estoy oyendo.

—Ya lo sé. —Se dio la vuelta y le quitó el café de la mano—. Gracias, corazón.

Edwin Klozowski, «Kloz» para la mayoría, entró paseándose detrás de ella con un maletín rebosante en una mano y los restos de un bollito de chocolate Little Debbie en la otra.

—Así que por fin volvemos a reunir al grupo, ¿eh? Ya era hora. De haber tenido que pasar un minuto más ahí, en el departamento de informática de la central, diseccionando el disco duro de otro amante del porno que se ha desmadrado, lo mismo me planteaba lo de volver al diseño de videojuegos. ¿Cómo lo llevas, Sammy? —Alargó un brazo y le dio una palmada en el hombro a Porter.

—Qué pasa, Kloz.

—Me alegro de verte de vuelta. —Soltó el maletín sobre una de las mesas vacías y se metió el resto del bollito a presión en la boca.

Porter vio a Watson de pie en la puerta y le hizo un gesto para que entrase.

—Kloz, Clair, este es Paul Watson. Nos lo ha cedido criminalística. Nos va a echar una mano. ¿Alguien ha visto a Hosman?

Clair asintió.

—He hablado con él hace unos veinte minutos. Está comprobando la situación económica de Talbot, pero no ha encontrado nada todavía. Ha dicho que se pondrá en contacto contigo en cuanto dé con algo.

Porter asintió.

—Muy bien. Vamos a empezar.

Cruzaron la sala y se sentaron a la mesa de reuniones. Las víctimas del Cuarto Mono los miraban desde las pizarras blancas.

—Nash, ¿dónde está la foto de Emory?

Nash se sacó la fotografía del bolsillo y se la entregó. Porter la pegó en el extremo derecho de la pizarra.

—Voy a repasarlo desde el principio. Es información de sobra conocida para la mayoría de vosotros, pero Watson no la ha oído antes, y quizá saquemos algo al refrescarlo. —Señaló la foto de la esquina superior izquierda—. Calli Tremell. Veinte años, desaparecida el 15 de marzo de 2009. Esta fue su primera víctima…

—Que nosotros sepamos —intervino Clair.

—Es su primera víctima según su patrón como el CM, pero las pruebas sugieren que es sofisticado y que muy probablemente habrá matado con anterioridad, —dijo Klozowski—. Nadie sale del cascarón matando como él lo hace. Se van haciendo, con el tiempo desarrollan sus métodos y técnicas.

Porter continuó.

—Sus padres comunicaron su desaparición aquel martes, y recibieron la oreja por correo el jueves. Le siguieron los ojos el sábado, y la lengua llegó el martes. Todos iban empaquetados en cajitas blancas atadas con cordel negro, la etiqueta con la dirección del destinatario escrita a mano, y ninguna huella. Siempre ha sido meticuloso.

—Lo cual sugiere que, realmente, no era la primera —reiteró Klozowski.

—Tres días después de que llegase la última cajita, un corredor encontró su cuerpo en Almond Park. La habían colocado en un banco con un cartel de cartón pegado en las manos con pegamento que decía «No hagas el mal». Ya habíamos captado su modus operandi cuando llegaron los ojos, pero aquel cartel confirmó nuestra teoría.

Watson levantó la mano.

Nash puso los ojos en blanco.

—No estamos en primaria, Doc. Habla con total libertad.

—¿Doc? —repitió Klozowski—. Ah, ya lo pillo.

—¿No he leído en alguna parte que así era como escogía a sus víctimas? ¿«No hagas el mal»? —preguntó Watson.

Porter asintió.

—Eso lo captamos con su segunda víctima, Elle Borton. Al principio pensábamos que las propias víctimas habían hecho algo que el CM consideraba malo, y que por eso iba a por ellas, pero con Elle nos dimos cuenta de que el centro de su atención no eran las víctimas, en absoluto, sino sus familias. Elle Borton desapareció el 2 de abril de 2010, poco más de un año después de su primera víctima. Tenía veintitrés años. Nos pasaron el caso cuando sus padres recibieron la oreja por correo dos días después. Cuando encontraron su cuerpo apenas una semana después de aquello, sostenía un impreso de devolución de impuestos a nombre de su abuela, correspondiente al año fiscal de 2008. Indagamos un poco más y descubrimos que la mujer había muerto en 2005. Su padre llevaba los últimos tres años presentando declaraciones a devolver falsas. En ese momento nos trajimos a Matt Hosman de Delitos Económicos, y descubrió que la estafa iba mucho más allá. El padre de Elle había presentado devoluciones de impuestos a nombre de más de una docena de personas, todas fallecidas. Eran internos de la residencia que él dirigía.

—¿Y cómo pudo saber eso el CM? —preguntó Watson.

—No estamos seguros, pero las pruebas nuevas nos hicieron volver atrás y fijarnos en la familia de Calli Tremell.

—La primera víctima.

—Resulta que su madre estaba blanqueando dinero procedente del banco donde trabajaba, más de tres millones de dólares a lo largo de los diez años anteriores —dijo Porter.

Watson frunció el ceño.

—De nuevo, ¿cómo pudo saber el CM lo que estaba haciendo esa mujer? Tal vez sea ese el vínculo. Averigüen quién tiene acceso a esta información y encontrarán la identidad del CM.

Klozowski soltó un bufido.

—Claro, como es así de fácil… —Se levantó y se acercó a la pizarra—. Melissa Lumax, víctima número tres. Su padre estaba vendiendo material pedófilo. El padre de Susan Devoro daba el cambiazo a los diamantes de su joyería con otros falsos. La hermana de Barbara McInley atropelló y mató a un peatón seis años antes de que Barbara desapareciese. Nadie relacionó a su hermana con el asesinato hasta que llegó el CM. El hermano de Allison Crammer tenía montada en Florida una fábrica en la que explotaba a inmigrantes ilegales. Después tenemos a Jodi Blumington, su víctima más reciente…

—Hasta Emory Connors —intervino Nash.

—Perdón, su víctima más reciente hasta Emory Connors. Su padre introducía cocaína en el país para el cártel de los Carlitos. —Fue tocando todas las fotografías—. Todas estas chicas están emparentadas con alguien que hizo algo malo, pero no están relacionadas entre sí. Los delitos son muy diversos, no hay un denominador común.

—Es como un vigilante —dijo Watson entre dientes.

—Sí, con mejor información que las fuerzas del orden. No teníamos constancia de ninguno de esos delitos; los encontramos al investigar los asesinatos —le dijo Porter—. Sin el CM, esa gente seguiría en la calle.

Watson se levantó, se acercó al tablón y entrecerró los ojos al revisar las fotografías una por una.

—¿Qué hay de nuevo, viejo? —le dijo Kloz a Watson antes de soltar una carcajada.

Todos se le quedaron mirando.

Kloz frunció el ceño.

—Vale, así que es gracioso cuando lo dice Nash pero no cuando lo dice el informático, ¿no? Ya veo cómo funcionan las cosas aquí abajo, en el sótano.

Watson dio unos toquecitos en la pizarra.

—Va en escalada. Miren las fechas.

—Iba en escalada —dijo Nash—. Sus días de matar gente ya quedaron atrás.

—Cierto, iba en escalada. Casi una al año hasta su quinta víctima, Barbara McInley, y después cada seis o siete meses. Y también está esto. —Señaló la foto de Barbara McInley—. Es la única rubia. Todas las demás son morenas. ¿Tiene alguna relevancia?

Porter se pasó la mano por el cabello.

—No lo creo. Con estos asesinatos, está castigando a los familiares por sus delitos. No creo que para él se tratase nunca de las propias víctimas.

—Todas las chicas tienen un aspecto similar. Guapas, pelo castaño y largo, edades similares. Para ser alguien sin un tipo concreto, desde luego que parece tenerlo. Todas menos Barbara, la única rubia. Esa chica es una anomalía. —Watson hizo una pausa de un segundo antes de preguntar—: ¿Sufrió abusos sexuales alguna de las chicas?

Clair lo negó con la cabeza.

—Ni una sola.

—¿Alguna de ellas tenía algún hermano?

—Melissa Lumax, Susan Devoro y Calli Tremell tenían un hermano cada una; Allison Crammer tenía dos —dijo Clair—. Hablé con ellos cuando entrevisté a las familias.

Watson asintió, con los engranajes que le daban vueltas en la cabeza.

—Si asumimos que la mitad de esas familias tenía por lo menos un hermano, y que el CM se llevaba a los hijos de manera aleatoria, tendrían que haber aparecido una o dos víctimas masculinas. Eso no sucedió, así que había una razón para que se llevase a las hijas en lugar de los hijos…, pero no sabemos cuál.

Porter carraspeó.

—Sinceramente, no tengo muy claro que eso importe ya. No tenemos que preocuparnos por sus futuras víctimas. Como ha dicho Nash, para él se ha acabado lo de matar. Tenemos que concentrarnos en su última víctima.

Watson regresó a su silla.

—Lo siento. A veces se me va la cabeza por esos derroteros y pierdo la concentración.

—En absoluto. Por eso te hemos pedido que te unas a nosotros. Eres una mirada nueva sobre todas esas pruebas y esa información antigua.

—Está bien —dijo Watson.

Porter cogió un rotulador azul y escribió «Emory Connors» con letra grande en lo alto de la tercera pizarra.

—Vale, ¿qué sabemos sobre nuestra víctima?

—Según la chica de la recepción de su edificio salió ayer a correr poco después de las seis de la tarde —dijo Clair—. Han dicho que era lo habitual en ella. Salía a correr casi todos los días, normalmente por la tarde. Nadie la vio regresar.

—¿Sabía alguien por dónde le gustaba correr? —preguntó Nash.

Clair hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Solo la veían entrar y salir.

—Tal vez yo pueda responder a eso —dijo Kloz. Estaba tecleando en un MacBook Air—. Llevaba un Fitbit Surge.

—¿Un qué?

—Es un reloj que monitoriza el ritmo del corazón, las calorías quemadas, la distancia recorrida y demás. También lleva un GPS incorporado. He encontrado un programa instalado en su ordenador que registraba todos los datos. Ahora mismo estoy accediendo a la información.

—¿Alguna posibilidad de que el GPS continúe activo?

Kloz hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No funciona así. El reloj registra los datos del GPS mientras lo llevas puesto, después se sincroniza con la nube por medio de una app del móvil o conectándolo a un ordenador. Ella lo vinculó al teléfono, que también está apagado, pero creo que sé adónde iba. —Le dio la vuelta a su Mac para que los demás vieran la pantalla, ocupada de esquina a esquina por un mapa. Había una línea azul punteada que partía de Flair Tower y seguía por la calle Erie en dirección oeste, hacia el río. Al borde del agua, el recorrido rodeaba un gran espacio verde—. Nos encontramos con el mismo trazado casi a diario. —Dio unos golpecitos con el dedo en la pantalla—. Esto es el parque de Aaron Montgomery Ward.

Porter se acercó más. La vista se le estaba yendo a la mierda.

—Clair, ¿te importaría comprobarlo cuando terminemos aquí?

—Claro, jefe.

Se volvió de nuevo hacia Kloz.

—¿Has encontrado algo más en su ordenador?

Kloz le dio la vuelta al Mac y se puso a teclear.

—Me habéis dado la posibilidad de registrar legalmente el disco duro de una adolescente buenorra. Ni que decir tiene que he sido concienzudo.

Clair arrugó la nariz.

—Puto enfermo mental.

Kloz le puso una sonrisita.

—Me enorgullezco de mi condición de enfermo mental, querida. Algún día me lo agradecerás. —Se quedó estudiando la pantalla un instante—. El novio de Emory se llama Tyler Mathers. Está en su tercer año en el instituto Whatney Vale. Y… —todos los móviles de la sala sonaron de forma simultánea— os acabo de pasar una foto reciente, su número de móvil y la dirección de su casa —dijo Kloz—. Llevan un mes saliendo. Ella cree que con exclusividad.

—¿Y no es así? —preguntó Porter.

Kloz esbozó una sonrisa traviesa.

—Puede que le haya echado un vistazo a sus mensajes privados de Facebook, así de pasada, y a nuestro jovencito le va lo de jugar a varias bandas.

El grupo se le quedó mirando fijamente.

—¡Eh, venga ya! Si utilizas el nombre de tu novia o de tu mujer como contraseña, te mereces que te lo hackeen.

Porter tomó nota mentalmente de que tenía que cambiar su contraseña del correo.

—La próxima vez espera a que llegue la orden. No queremos que nos tires el caso por tierra.

Kloz le hizo un saludo militar.

—Sí, mi capitán.

Porter escribió «Tyler Mathers» en la pizarra y dibujó una flecha hasta el chico de la foto del baile de bienvenida con Emory.

—Nash y yo le haremos una visita a Tyler esta tarde. ¿Algo más en su PC?

—Emory tiene un Mac, y uno muy bueno, por cierto. Por favor, no insultes a esa maravilla técnica llamándola «PC». Tú estás por encima de ese tipo de insultos —dijo Kloz.

—Perdóname. ¿Algo más en su Mac?

Kloz hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No, señor.

—¿Y los tres números salientes en la línea de teléfono fijo?

Kloz levantó la mano con tres dedos, que fue retirando uno a uno.

—Una pizzería, un chino y un italiano a domicilio. Esa chica sí que sabe comer.

Clair carraspeó.

—Hay un T. Mathers en la lista de visitas permanentes del edificio. La única persona adicional es A. Talbot.

Porter escribió «Arthur Talbot» en la pizarra con la palabra «¿Negocios?» justo debajo.

—Siento verdadera curiosidad por ver lo que encuentra Hosman sobre este tío. El CM se llevó a esta chica por algún motivo; estoy por jugármela a que esconde algo deshonesto.

—¿Por qué no lo traemos para acá? —preguntó Clair.

—Si le hacemos venir, se esconderá detrás de su abogado…, no le sacaremos una palabra. Si tenemos que hablar con él de nuevo, creo que lo mejor es mantenerlo como una situación informal, tratar de pillarlo con la guardia baja en algún lugar donde él se sienta cómodo. Así es más probable que cometa un error —le dijo Porter—. Además, es un pez gordo de Chicago, amiguete del alcalde y quién sabe de quién más. Si lo traemos demasiado pronto, no conseguiremos nada, y si tuviéramos que volver a traerlo, podría llamar entonces a uno de sus amiguetes para que interfiriese. Lo mejor es esperar a que tengamos algo sólido.

—Esto es interesante —dijo Kloz. De nuevo tenía los ojos clavados en la pantalla de su MacBook—. Esos ascensores tan chulos que tiene el edificio registran todos los movimientos de las tarjetas de acceso, tanto de entrada como de salida.

Porter soltó un gruñido.

—¿Y lo estás mirando con la misma orden que has utilizado para hackear la página de Facebook del novio? Porque como lo estés…

Kloz levantó ambas manos.

—Venga, hombre, ¿es que tengo pinta de reincidente?

—Joder, ya te digo —dijo Clair para el cuello de su camisa.

—Que le den a usted también, señora Norton.

Clair le puso una sonrisa burlona y le sacó la lengua.

—El administrador del edificio ha tenido la amabilidad de darnos acceso —dijo Kloz.

—¿Y qué ves? —le preguntó Porter.

Frunció los labios y entornó los ojos mientras iba repasando un archivo de texto.

—Tenemos a Emory bajando a las 18:03 de ayer; no regresa. No hay movimiento hasta las 21:23; en ese momento sube un tal N. Burrow. Volvió a bajar a las 9:06 de esta mañana.

—Eso es apenas unos minutos antes de que llegase la Metropolitana —dijo Clair.

—Estoy por jugármela a que ese Burrow es nuestra criada desaparecida —dijo Porter—. ¿Puedes comprobarlo con la chica de la recepción de Flair Tower? Pregúntales si nos pueden dar el nombre completo.

—Así lo haré —dijo Kloz, que tomaba nota.

Porter cogió aire.

—Muy bien, esto nos lleva al hombre del momento, nuestra víctima de esta mañana.

Le contó al grupo todo lo que había sabido por Eisley.

—Joder, ¿se estaba muriendo? —dijo Kloz.

—Le quedaba menos de un mes.

—¿Crees que se tiró delante de ese autobús adrede?

—Creo que tenemos que valorar esa posibilidad —respondió Porter.

Escribió «CM» en la pizarra y enumeró lo siguiente:

Recibo de la tintorería

Zapatos caros: dos números más grandes

Traje barato

Fedora

75 centavos en distintas monedas (dos de 25, dos de 10 y una de 5)

Reloj de bolsillo

Cáncer de estómago terminal

—No me puedo creer que el muy cabrón se estuviera muriendo —masculló Kloz mientras se pellizcaba ligeramente el brazo.

Porter dio unos golpecitos en la pizarra blanca.

—¿Qué nos dicen sus objetos personales?

—El recibo de la tintorería no vale para nada —dijo Clair—. Aparte del número, no hay ninguna información identificativa, ni siquiera el nombre o la dirección del comercio. Es de una libreta genérica de recibos que se puede pedir a cientos de proveedores en internet. La mitad de las tintorerías de la ciudad utilizan la misma.

—Kloz, quiero que te pongas con eso. Haz una lista con todas las tintorerías que haya en un radio de ocho kilómetros del lugar del accidente de esta mañana, y que te pongas en contacto con todas y cada una de ellas. Averigua si utilizan ese tipo concreto de recibos. Si fuera así, pregúntales si aún tienen pendiente el número 54873. Obviamente, el CM no va a pasar a recogerlo. Aunque encuentres más de una, ya iremos reduciendo la lista conforme vayan recogiendo los demás resguardos. Si no encuentras nada, aumenta el radio de búsqueda. De todas formas, el CM iba a pie…, creo que la tintorería estará cerca.

Kloz le hizo un gesto con la mano.

—Acepto el desafío.

Nash estudió el tablón.

—¿Qué hacemos con el traje y los zapatos?

—Kloz puede comprobar todas las tiendas de zapatos mientras repasa las tintorerías —dijo Clair.

Kloz le mostró el dedo corazón en alto y le sacó la lengua.

Porter se quedó mirando el tablón un instante.

—Prefiero que Kloz se centre en la tintorería. La diferencia de las tallas también me tiene intrigado a mí, desde luego, pero ahora mismo no es más que una distracción. Mantendremos el detalle en la pizarra por si acaso cobra relevancia más adelante.

—Las monedas tampoco ofrecen ninguna pista —señaló Nash—. Lo más probable es que todos en esta sala tengamos calderilla en el bolsillo ahora mismo.

Porter pensó en borrar los setenta y cinco centavos de la pizarra, pero cambió de opinión.

—Los dejaremos también ahí. —Se volvió hacia Watson—. ¿Ha habido suerte con el reloj de bolsillo?

—Voy a la tienda de mi tío cuando terminemos aquí —respondió.

Porter regresó de nuevo a la pizarra.

—Creo que lo encontraremos gracias a esto —dijo mientras trazaba una línea debajo de «Cáncer terminal»—. Eisley dice que ha encontrado octreótido, trastuzumab, oxicodona y lorazepam en el cadáver. En la ciudad solo hay unos pocos centros que pueden administrar trastuzumab. Tenemos que ir a todos ellos con una descripción del CM y buscar pacientes a los que no localicen.

—Eso lo puedo hacer yo —dijo Clair—. ¿Cuántos pacientes de cáncer de estómago puede haber ahí fuera que lleven un sombrero de ala ancha, trajes baratos y zapatos caros? Ahí es donde nos serán de ayuda sus prendas de vestir. Con esas pintas, destacaría nada más entrar por la puerta de un centro de tratamiento.

—Buena observación —dijo Porter—. Eisley también ha encontrado un pequeño tatuaje en la cara interna de la muñeca derecha del hombre. —Cargó la imagen en la pantalla del teléfono y la fue pasando por la sala—. Es reciente. Eisley dice que es probable que se lo hiciera la semana pasada.

Kloz lo estudió de cerca.

—¿Es un símbolo de infinito? Paradójico para un tío que va camino de la puerta de salida.

—Obviamente, significaba algo para él —dijo Clair inclinándose sobre el hombro de Kloz para verlo mejor—. Si te vas a marcar el cuerpo de forma permanente, le das un significado serio al tatuaje.

Kloz levantó la vista hacia ella, con una sonrisa.

—¿Lo dices por experiencia? ¿Hay algo que quieras enseñar al grupo?

Clair le guiñó un ojo.

—Qué más quisieras, informático friki.

Porter se metió la mano en el bolsillo, sacó el diario y lo dejó caer sobre la mesa.

—Y luego está esto.

Todos se quedaron en silencio un momento, sin apartar la mirada del objeto.

—Joder, creía que Nash se lo había inventado —dijo Kloz—. ¿De verdad llevaba un diario encima ese cabrón? ¿Lo has registrado como prueba? En el registro del caso no se hace referencia.

Porter lo negó con la cabeza.

—No quiero que la prensa lo sepa. Todavía no.

Kloz soltó un silbido.

—¿La declaración manuscrita del CM? Coño, eso vale su peso en oro.

—No es una declaración. Más bien parece una autobiografía que se remonta a cuando era un crío.

Kloz se echó hacia atrás en la silla.

—Claro, algo así como «Becky Smith se ha puesto hoy para ir al cole ese vestidito rojo que me gusta. Me ha hecho feliz. He decidido seguirla hasta su casa y preguntarle si quería ser mi novia oficial. Como me ha dicho que no, la he destripado en el salón de su casa. Mañana toca pizza en el comedor. Me gusta la pizza, pero no tanto como las hamburguesas; las hamburguesas con queso son…».

Clair le tiró un bolígrafo.

—¡Ay!

Nash hizo un gesto con la barbilla para señalar al diario.

—Vale, voy a hacer la pregunta que parece que nadie te quiere hacer. ¿Has leído el final? ¿Qué hay en la última página?

Porter alargó la mano y le dio un empujoncito al diario, que se deslizó por la mesa y se detuvo delante de su compañero.

—Adelante, échale un vistazo.

Nash entornó los ojos al estirarse para coger el diario. La sala se había quedado muy callada. Le dio la vuelta al cuaderno y lo abrió por la última página para leerlo en voz alta.

Ay, buen hombre. ¿Acaso no le contó nunca su madre que es un pecado mortal echar un ojo a hurtadillas al final de un buen libro antes de haberse ganado uno ese derecho? Se revuelven en sus tumbas los autores de este, nuestro gran planeta, ponen los ojos en blanco, asqueados, o le desean todo tipo de males a usted y a los suyos. Cuánto me gustaría afirmar que me ha defraudado de verdad, pero eso sería mentir. Si las circunstancias fueran a la inversa y fuese yo quien calzase ahora sus lustrosos mocasines, sin duda habría hecho lo mismo. Pero, ay, las respuestas que busca no se encuentran aquí, en el final. Le sugiero que se sirva una buena taza de café, que plante las posaderas en su sillón favorito y que vuelva al principio. De verdad, debería empezar por ahí, ¿no cree? ¿Cómo iba a poder entender la manera en que termina nuestra historia sin saber cómo empecé? Conocerme a mí es conocer mis motivos, y hay motivos. Solo tiene que saber dónde echar un vistazo. Tiene que entender cómo leer entre esta bobada de líneas. Eso es ya la mitad de la diversión, ¿verdad? Aprender a jugar a esto, ¿no? Buena suerte, amigo mío. Apuesto por usted, en serio lo digo. Pero qué divertido es todo esto, ¿no le parece?

Nash ojeó unas cuantas páginas más antes de volver a lanzar el diario sobre la mesa.

—Hijoputa.

Porter se encogió de hombros.

—Te lo he dicho. —Recogió el diario—. He estado leyendo esto, y sigo sin tener muy claro cómo tomármelo. Es un relato autobiográfico del CM, pero hasta ahora no me he encontrado con nada que nos vaya a ayudar a localizar a Emory. Lo único que he visto son los desvaríos de un individuo muy perturbado.

—El cabrón está muerto y nos sigue tomando el pelo.

—Quizá habría que fotocopiarlo; si lo leemos todos, lo terminaremos antes —dijo Clair.

Porter hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No tenemos tiempo para convertir esto en un club de lectura, y quiero que os concentréis todos en vuestras tareas asignadas. No se lo voy a confiar a nadie fuera de esta sala, así que solo quedo yo. Leo rápido: si encuentro algo, os lo haré saber.

—¿Qué pasa con la cámara del escenario? —preguntó Watson—. ¿Ha revisado alguien la grabación?

—Ya he entregado la solicitud, pero la central no nos ha mandado aún el análisis —dijo Kloz—. Insistiré en ello.

—Como mínimo, el vídeo nos dirá si se tiró delante del autobús, o si de verdad fue un accidente —respondió Porter—. Si tenemos suerte, podríamos sacar un buen plano de su cara.

Nash se encogió de hombros.

—Apuesto por el suicidio. ¿Por qué si no iba a llevar encima ese diario? Sabía que alguien lo iba a leer pronto, o no habría escrito esa última página. Quería largarse a su manera en lugar de dejar que lo consumiera el cáncer. Fijo que quería que encontrásemos ese diario como un último corte de mangas.

—Si pensaba suicidarse, ¿por qué hacerlo antes, siquiera, de haber enviado la oreja? —preguntó Watson—. ¿No tendría más sentido acabar primero con la última víctima?

—Los asesinos en serie no son precisamente los miembros más cuerdos de la tribu —le dijo Nash—. Pudo quedarse con la oreja, sabiendo que eso nos ayudaría a identificarlo como el CM. —Se volvió hacia Porter—. No dejes de contarles lo de la novia de Eisley.

Porter asintió.

—Sí, casi se me olvida. Eisley tiene una amiga en el museo que tal vez sea capaz de reconstruirle la cara a partir del cráneo. Sí, una amiga. Si eso da resultado, podríamos conseguir una foto utilizable.

—¿Eisley tiene novia? ¿Quién sale con un tío que curra en el depósito? —se preguntó Kloz en voz alta.

—Parece que la chica se ofreció de manera voluntaria, y no voy a rechazar ninguna ayuda —dijo Porter.

Watson volvía a tener la mirada fija en el tatuaje.

—¿Saben? Todo esto podría consistir en pasar a la posteridad.

—¿Qué quieres decir?

Volvió a dejar el móvil en la mesa.

—Se estaba muriendo, así que escribe el diario, después secuestra a su última víctima y se tira delante de ese autobús, consciente de que lo identificaremos como el CM gracias a la oreja de la cajita. El tatuaje del infinito podría significar solo eso: que pretender vivir para siempre.

—Una salida airosa para una vida de asesino en serie —dijo Porter en voz baja.

—Los que son verdaderamente listos, los que consiguen eludir a las fuerzas de la ley durante tanto tiempo, al final desean que la gente lo sepa. Quieren que se les conceda el mérito de lo que han hecho. Si fuera el CM, ¿querría usted morir sabiendo que el mundo jamás sabría quién era en realidad? —Watson hizo un gesto negativo con la cabeza—. Por supuesto que no; cuando has evitado que te capturen durante tanto tiempo como él, quieres soltarlo a gritos desde la azotea de un edificio. Nosotros ya no podemos hacerle nada, y él consigue pasar a los libros de historia.

Porter sabía que el chaval tenía razón.

—¿Y qué supone eso para Emory?

La sala quedó en silencio. Nadie tenía una respuesta.

TABLÓN DE PRUEBAS

Víctimas

1. Calli Tremell, 20 años, 15 de marzo de 2009

2. Elle Borton, 23 años, 2 de abril de 2010

3. Missy Lumax, 18 años, 24 de junio de 2011

4. Susan Devoro, 26 años, 3 de mayo de 2012

5. Barbara McInley, 17 años, 18 de abril de 2013 (única rubia)

6. Allison Crammer, 19 años, 9 de noviembre de 2013

7. Jodi Blumington, 22 años, 13 de mayo de 2014

Emory Connors, 15 años, 3 de noviembre de 2014

Salió a correr a las 18:03 de ayer

TYLER MATHERS

Novio de Emory

ARTHUR TALBOT

¿Negocios?

N. BURROW

¿Criada? ¿Niñera?

OBJETOS HALLADOS EN EL CM

Zapatos caros: John Lobb/1.500 $ el par; son del 45: el sujeto desconocido calza un 43

Traje barato

Fedora

75 centavos en distintas monedas (dos de 25, dos de 10 y una de 5)

Reloj de bolsillo

Recibo de la tintorería (resguardo 54873); Kloz – filtrar los establecimientos

Cáncer de estómago terminal – medicación: octreótido, trastuzumab, oxicodona, lorazepam

Tatuaje, cara interna muñeca derecha, reciente – ¿Un ocho? ¿Infinito?

Información que necesitamos

– ¿Estaba Emory matriculada en un instituto? Si es así, ¿en cuál?

– Relación entre Emory y Tyler

– Reconstrucción facial

Asignación de tareas

– Clair: parque de A. Montgomery Ward, comprobar los centros de tratamiento contra el cáncer

– Nash y Porter van a ver a Tyler

– Kloz: investigar el resguardo de la tintorería, conseguir la grabación de la cámara de seguridad – ¿Se le ve la cara?

– Watson: ver a su tío por el reloj. Antecedentes relacionados con la madre de Emory

El Cuarto Mono
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
cita.xhtml
Capitulo01.xhtml
Capitulo02.xhtml
Capitulo03.xhtml
Capitulo04.xhtml
Capitulo05.xhtml
Capitulo06.xhtml
Capitulo07.xhtml
Capitulo08.xhtml
Capitulo09.xhtml
Capitulo10.xhtml
Capitulo11.xhtml
Capitulo12.xhtml
Capitulo13.xhtml
Capitulo14.xhtml
Capitulo15.xhtml
Capitulo16.xhtml
Capitulo17.xhtml
Capitulo18.xhtml
Capitulo19.xhtml
Capitulo20.xhtml
Capitulo21.xhtml
Capitulo22.xhtml
Capitulo23.xhtml
Capitulo24.xhtml
Capitulo25.xhtml
Capitulo26.xhtml
Capitulo27.xhtml
Capitulo28.xhtml
Capitulo29.xhtml
Capitulo30.xhtml
Capitulo31.xhtml
Capitulo32.xhtml
Capitulo33.xhtml
Capitulo34.xhtml
Capitulo35.xhtml
Capitulo36.xhtml
Capitulo37.xhtml
Capitulo38.xhtml
Capitulo39.xhtml
Capitulo40.xhtml
Capitulo41.xhtml
Capitulo42.xhtml
Capitulo43.xhtml
Capitulo44.xhtml
Capitulo45.xhtml
Capitulo46.xhtml
Capitulo47.xhtml
Capitulo48.xhtml
Capitulo49.xhtml
Capitulo50.xhtml
Capitulo51.xhtml
Capitulo52.xhtml
Capitulo53.xhtml
Capitulo54.xhtml
Capitulo55.xhtml
Capitulo56.xhtml
Capitulo57.xhtml
Capitulo58.xhtml
Capitulo59.xhtml
Capitulo60.xhtml
Capitulo61.xhtml
Capitulo62.xhtml
Capitulo63.xhtml
Capitulo64.xhtml
Capitulo65.xhtml
Capitulo66.xhtml
Capitulo67.xhtml
Capitulo68.xhtml
Capitulo69.xhtml
Capitulo70.xhtml
Capitulo71.xhtml
Capitulo72.xhtml
Capitulo73.xhtml
Capitulo74.xhtml
Capitulo75.xhtml
Capitulo76.xhtml
Capitulo77.xhtml
Capitulo78.xhtml
Capitulo79.xhtml
Capitulo80.xhtml
Capitulo81.xhtml
Capitulo82.xhtml
Capitulo83.xhtml
Capitulo84.xhtml
Capitulo85.xhtml
Capitulo86.xhtml
Capitulo87.xhtml
Capitulo88.xhtml
Capitulo89.xhtml
Capitulo90.xhtml
Capitulo91.xhtml
Capitulo92.xhtml
Epilogo.xhtml
Agradecimientos.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml