55

Clair

Día 2 – 10:59

—Deberíamos llamar a Porter —dijo Nash.

Habían llegado al edificio de apartamentos de Kittner, una estructura de tres plantas de ladrillo, anodina y achaparrada, con quince viviendas, y se habían encontrado a Espinosa y a su equipo ya en posición, preparándose para entrar. Se pusieron los chalecos y siguieron al equipo táctico por la entrada principal y dos tramos de escaleras. El apartamento de Kittner era la última puerta a la derecha.

Clair comprobó el cargador de su Glock y se colocó junto a él contra la pared del pasillo.

—No creo que debamos molestarle ahora mismo.

—Querría saber lo que está pasando —solicitó Nash.

—Tenemos que darle un poquito de espacio.

—Preparados para entrar en cinco segundos —ladró la voz de Espinosa en el auricular de Clair.

—Llegó la hora —anunció ella.

Nash miró por el pasillo y vio a Brogan y a Thomas golpear con el ariete en la puerta de Kittner. Esta salió volando con un quejido de astillas y se estampó contra la pared del otro lado.

—¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos! —gritó Espinosa antes de entrar disparado por la abertura.

—Vamos —le dijo Clair a Nash antes de echar a correr por el pasillo con el arma por delante, apuntando al suelo. Cuando llegó a la puerta, las voces le crepitaban en el oído.

—Brogan, despejado.

—Thomas, despejado.

—Tibideaux, dormitorio despejado.

—Espinosa, todo despejado. Más o menos.

Nash entró en el apartamento con Clair pisándole los talones.

—Me cago en la leche.

Si había algún tipo de mobiliario en el salón, era imposible saberlo. El espacio estaba invadido de periódicos amontonados desde el suelo hasta el techo, docenas de pilas. Algunos estaban amarillentos y medio borrados por el tiempo; otros eran nuevos y estaban impecables. Entre los periódicos había también varias pilas de libros, tanto en tapa dura como en cartoné.

—Están organizados por género. Los de este montón son los del Oeste, esta pila es de novelas románticas, esta de ciencia ficción. Estos parecen de terror. ¿Cómo demonios es posible que alguien viva así?

—Es como en ese programa de la tele, Obsesivos compulsivos —dijo Clair—. La gente empieza a coleccionar cositas aquí y allá, y van aumentando con el tiempo. Me imagino que tu colección de porno tendrá un aspecto similar. —Ladeó la cabeza—. ¿Oyes un gato?

—Yo huelo un gato —respondió Brogan.

—Viene de ahí atrás —señaló Tibideaux—. No le han limpiado el cajón de arena en unos días.

—¿Y cómo es que encuentra siquiera el cajón de arena? —preguntó Nash.

Espinosa salió del cuarto de baño.

—El desorden parece reducirse al salón. El resto del apartamento está en general limpio.

Tibideaux salió del dormitorio con un gato azul ruso bastante grande en brazos. El gato maulló y lamió el plástico negro del chaleco de Kevlar.

—El pobrecillo debe de estar muerto de hambre.

Nash retrocedió.

—Aparta esa cosa de mí: soy alérgico.

Clair estaba husmeando en una pila de periódicos. Sostuvo en alto un ejemplar del Tribune.

—Este es de hace seis años.

—A juzgar por estos montones, aquí podríamos tener una década entera —respondió Espinosa—. ¿Qué estamos buscando?

—Cualquier cosa que nos pueda decir dónde encontrar a Emory —le indicó Nash.

Sonó el móvil de Clair.

—Es Kloz. —Puso el altavoz.

—A ver, esto es extraño —dijo Kloz sin saludar siquiera.

—¿Qué es extraño?

—He sacado los extractos bancarios de Kittner… Porter, antes de que te me subas a la chepa, conseguí una orden.

—Porter no está aquí ahora mismo.

—¿Dónde está?

Clair puso los ojos en blanco.

—Ocupado. ¿Qué has encontrado?

—He encontrado una transferencia por valor de doscientos cincuenta mil dólares a su cuenta corriente hace cinco días. Pero eso no es lo más raro: le entró otro cuarto de millón ayer, pasado el mediodía, después de que muriese —dijo Kloz.

—¿Me puedes decir el origen de los fondos?

—Una cuenta numerada en las islas Caimán. Estoy intentando conseguir un nombre, pero no es que estén muy dispuestos a colaborar por ahí. Tengo un colega en el FBI que a lo mejor les puede meter un poco de miedo en el cuerpo. Le llamaré en cuanto colguemos.

Nash le dio un toque a Clair.

—¿Crees que el dinero es de Talbot?

—¿Con qué fin?

—No lo sé, ¿algún tipo de soborno, quizá?

Clair volvió con la conversación telefónica.

—Kloz, ¿tiene Talbot alguna cuenta en las islas?

—Tiene cuentas en todas partes. El dinero llegó del RCB Royal, y he encontrado transferencias tanto emitidas como recibidas por las empresas de Talbot con esa sucursal en particular, pero los números de cuenta no coinciden. Pero eso no significa que debamos descartarlo. —Guardó silencio un segundo; de su lado de la conversación tan solo llegaba el sonido de un teclado—. Ajá.

—¿Qué?

—He encontrado otra transferencia. Entraron cincuenta mil en la cuenta de Kittner justo un mes antes que los doscientos cincuenta mil de hace cinco días. Si esto es algún tipo de soborno, empezó al menos hace un mes.

—¿Y qué nos puedes contar de Kittner? —preguntó Clair.

—Cincuenta y seis años. Trabajó en UPS hasta hace un mes y se cogió una baja. He pedido su ficha laboral, pero supongo que estará relacionada con el diagnóstico del cáncer.

—¿Tenía teléfono móvil? ¿Puedes reconstruir sus pasos?

Nop. No he encontrado ninguno registrado a su nombre, y UPS tampoco le proporcionó uno. De tener móvil, sería de prepago. Hay teléfono fijo en su apartamento. Estoy repasando ahora el registro de llamadas.

—¿Y sus parientes? ¿Alguien?

Más tecleo.

—Una hermana pequeña, pero murió en un accidente de coche hace cinco años. Amelia Kittner. El apellido de casada es Mathers.

Nash levantó la cabeza de golpe.

—¿Mathers?

—Sí, ¿por qué?

—Emory tiene un novio que se llama Tyler Mathers. Va al instituto Whatney Vale.

—Espera un segundo, que estoy tratando de recuperar su archivo —dijo Kloz.

A Clair se le pusieron los ojos como platos.

—¿Emory está saliendo con el sobrino del CM?

Kloz volvió a la conversación.

—Bingo. Es él. Dieciséis años. Vive con su padre en el centro.

—¿Detectives?

Clair y Nash se dieron la vuelta para encontrarse con Espinosa, que sostenía en alto un teléfono móvil desde la puerta del dormitorio.

—Es de Emory.

—¿Kloz? Te llamo enseguida —dijo Clair, y colgó el teléfono—. Déjeme verlo.

Espinosa le entregó el teléfono; Clair lo cogió con las manos enguantadas y toqueteó la pantalla. No pasó nada.

—¿Cómo lo sabe?

—El tipo le quitó la batería. He comprobado el número de serie, y ha salido la Corporación Talbot como titular, con Emory como el usuario asignado. El teléfono se apagó anteanoche a las dieciocho cuarenta y tres —les explicó Espinosa.

Clair metió el móvil en una bolsa de pruebas y se volvió hacia Nash.

—Tenemos que ir a por el sobrino. Él podría saber dónde está Emory.

El Cuarto Mono
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