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Diario

—Bueno, al menos ese era el plan. Robárselo todo y huir, aunque no sé si lo consiguió. Simon hablaba y hablaba, pero a la hora de hacer dejaba un poco que desear.

—Han encontrado una caja metálica de color beige debajo de tu cama. ¿Era ahí donde lo guardaba? —inquirió padre.

La señora Carter se encogió de hombros.

—Yo qué sé.

Madre volvió a cargar contra ella, y esta vez fue más rápida que padre. Alargó las manos hasta el pelo de la otra mujer, lo agarró y tiró con fuerza. La señora Carter gritó, se puso a darle manotazos en los brazos a madre con la mano que tenía libre y enseguida le dejó unos arañazos rojos en el antebrazo.

—¡Ya basta! —gritó padre, que se interpuso entre ellas.

Madre la soltó y resopló al tiempo que daba un paso atrás.

—Esta mujer va a conseguir que nos maten a todos.

—¿Qué fue lo que les quitó exactamente? —pregunté. Era una pregunta del todo válida, y esperaba que rompiese la tensión.

La señora Carter se tocó el cuero cabelludo con delicadeza e hizo una mueca de dolor. Miró a madre con los ojos entornados.

—Ya estamos todos prácticamente muertos.

Padre la obligó a sentarse en el catre con un empujón.

—Responde a mi hijo.

Ella le puso una sonrisa burlona.

—Qué duro eres, dándole empujones a una mujer esposada en tu sótano. —Tenía sangre reseca en las uñas y se puso a quitársela—. Simon conocía los negocios de esos hombres mejor que ellos mismos. Si piensan que ha salido huyendo, tienen que estar preocupados. —Lanzó una mirada acusadora a mis padres—. Parece que habéis hecho un gran trabajo entre los dos haciendo que parezca que se ha largado, así que estoy segura de que esa gente está a punto de reventar. Y os la habéis echado encima.

—¿Qué fue lo que les robó? —preguntó padre de nuevo con un enfado en la voz cada vez mayor. No se lo iba a preguntar una tercera vez, no con amabilidad, por lo menos.

La señora Carter se dejó las uñas y respiró hondo.

—Hace un mes me dijo que los dos dueños de la empresa habían comenzado a comportarse de un modo extraño, reservado…, vamos, más de lo normal. Le dejaron al margen de un par de reuniones a las que él consideraba que debía haber asistido. Empezaron a trabajar en horarios raros. En algunas ocasiones pensó que alguien había registrado sus cosas. Le daba la sensación de que la gente susurraba a sus espaldas, que se preparaban para dejarlo fuera, o algo peor. Empezó a llevarse archivos a casa y a hacer fotocopias. Yo le dije que estaba loco, que si le cogían, cualquiera sabía lo que iba a pasar, pero lo hizo de todas formas; docenas de papeles. Me comentó que era un seguro de vida, que si intentaban hacerle algo o apartarlo del negocio, él lo haría todo público.

Padre se pasó la mano por el pelo.

—Eso tiene pinta de ser una jugada muy peligrosa.

La señora Carter asintió.

—La semana pasada, cuando lo apartaron de su cuenta más importante, dijo que iba a utilizar la información que había recopilado para desviar dinero hacia un banco en un paraíso fiscal, para que pudiéramos huir, desaparecer sin más.

—¿Y no sabes si llegó a hacerlo?

Negó con la cabeza.

—Si lo hizo, no me lo contó. Nos peleamos tanto la semana pasada, que ni siquiera sé si me lo habría contado.

Se le llenaron los ojos de lágrimas, y me sentí incómodo observándola. Miré al suelo y le di puntapiés al polvo.

—¿Qué hizo con todos los documentos que fotocopió? —preguntó padre.

La señora Carter se encogió de hombros.

—No lo sé. No me lo contó. Y ahora ya no está.

Padre se volvió hacia madre.

—La gente como esta prefiere matarte antes que arriesgarse a que sus trapos sucios salgan a la luz. Quizá deberíamos marcharnos.

—Quizá deberíamos matarlos nosotros a ellos antes —respondió madre sin levantar la voz.

—Conozco a ese hombre. Esto no es más que el principio —afirmó la señora Carter—. Volverá, es probable que pronto, y es probable que con otros. Huir es la única opción.

El Cuarto Mono
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