46

Clair

Día 2 – 7:18

—¿Ha dicho por qué tenía que ir para allá? —preguntó Nash sin apartar la mirada del número de planta en la pantallita del ascensor.

Clair puso los ojos en blanco.

—Ya te lo he dicho tres veces. Lo único que ha dicho es que tenía que encargarse de algo en la Cincuenta y uno, nada más. Sin hacerme gestos secretos, ni darme notitas, nada de nada.

—Pero tendrá que ser algo sobre Heather, ¿no?

—Si quisiera que lo supiésemos, nos lo habría contado.

Las puertas del ascensor se abrieron en la quinta planta; salieron a un laberinto de cubículos abarrotados de cosas y mesas desvencijadas de metal con unos ordenadores tan antiguos que aún tenían disquetera.

Nash echó un vistazo rápido a su alrededor antes de aventurarse por el estrecho pasillo atestado de cajas de archivadores y montones de carpetillas.

—¿Y a qué viene lo de llevarse a Watson? ¿Por qué no a uno de nosotros?

—Ni siquiera sabemos si tiene que ver con Heather.

—Tiene que ser por Heather.

Clair sabía que estaba en lo cierto. El capitán nunca bajaba al sótano.

—Sí, es probable.

—¿Por qué Watson, entonces?

—Ese cacharro de metal que te dejan llevar por ahí dice que eres detective. ¿Por qué crees tú que no ha querido llevarse a uno de nosotros?

—Yo soy su mejor amigo.

Por Dios, ¿se iba a poner a llorar este hombre?

—A lo mejor quería tener cerca a alguien que no lo supiera. Menos presión. A ver, yo no he sacado el tema, pero él ya sabe que nosotros lo sabemos, y eso crea todo tipo de tensiones. Tiene que ser muy difícil para él estar otra vez de servicio, rodeado de todo esto, sabiendo que no puede hacer nada. Creo que lo está llevando lo mejor que puede. Mejor de lo que yo lo haría, seguro de cojones. Yo sería un puto desastre.

Encontraron la oficina de Hosman a dos puertas del fondo, a la izquierda. Tenía la puerta abierta, y les hizo una señal para que entrasen.

—¿Quién está para darle un poco a las mates?

Clair señaló a Nash.

—Aquí tienes a tu hombre. Nash ganó el campeonato estatal de matemáticas en el instituto, tres años seguidos.

Hosman alzó la mirada hacia Nash con las cejas arqueadas.

—¿En serio?

—Ya te digo. Justo después de ganar el oro en salto con pértiga —respondió Nash con un gesto afirmativo de la cabeza—. Y también hago una tarta de cerezas de puta madre. Tendrías que ver la cantidad de premios que tengo.

—Vale. Nada de mates, ¿eh?

Nop.

—¿Sabéis lo que es un esquema Ponzi?

Clair levantó la mano.

—Es cuando un individuo o una empresa paga dividendos a sus inversores con el capital que han conseguido de nuevos inversores en lugar de sacarlo de los beneficios obtenidos.

Nash soltó un silbido.

—Qué buenorra te pones cuando te sabes las cosas.

Clair le dio un puñetazo en el hombro.

Hosman dio unos golpecitos sobre unos papeles que tenía sobre la mesa.

—Yo creo que eso es lo que está pasando aquí; no solo en Moorings, sino en todo el grupo de empresas de Talbot.

Clair frunció el ceño.

—¿Cómo es posible? Es uno de los hombres más ricos de la ciudad, quizá del país.

—Es rico sobre el papel; rico de narices sobre el papel, pero tiene algunos problemas muy serios. Las cosas empezaron a torcerse en Moorings hace unos dos años. Compró aquellos terrenos y, una semana antes de la fecha en que se suponía que su empresa iba a empezar a demoler edificios, el Departamento de Conservación del Patrimonio Histórico, de la Oficina de Urbanismo del Ayuntamiento de Chicago, consiguió un mandamiento judicial con el que bloqueó el proyecto urbanístico. Consideraban que había que rehabilitar el barrio. En esa zona surgió no menos de una docena de garitos clandestinos durante el apogeo de la ley seca. En Urbanismo pensaron que a la ciudad le vendría mejor que rejuvenecieran el barrio dejando todo intacto y convirtieran en una atracción turística la zona a orillas del lago. Al Capone iba mucho a uno de esos locales, y los gánsteres siempre tienen mucho tirón.

Clair ladeó la cabeza.

—Pero Talbot tuvo que verlo venir, ¿no? Con tugurios abandonados o sin ellos, Urbanismo ha estado rehabilitando zonas aisladas como esa por toda la ciudad. Digo yo que un promotor inmobiliario espabilado habría aumentado su presupuesto y su plazo para encargarse de esos grupos.

Hosman dio unos toquecitos sobre una de sus hojas de cálculo.

—Y tienes razón; apartó veinte millones en una cuenta de depósito específica para enfrentarse a esa gente. No solo lo vio venir, sino que el día que se presentó la solicitud del mandato judicial, sus abogados estaban esperando en el tribunal con su propia reclamación.

—¿Pensaba denunciar a la Oficina de Urbanismo? —preguntó Nash.

Hosman sonrió.

—Mejor que eso. Denunció al Ayuntamiento. Sus abogados afirmaron que los garitos clandestinos se construyeron sin los permisos necesarios, y que no solo sería ilegal rehabilitarlos, sino que la ciudad tenía la obligación de reformarlos para ponerlos al día o bien demolerlos.

Clair soltó un silbido.

—Guau. ¿Y cómo sentó eso al Ayuntamiento?

—Pues no les hizo mucha gracia, y el condado presentó su contraataque. Al día siguiente le pararon a Talbot la construcción de dos rascacielos que tenía en marcha en el centro de la ciudad. Uno era un edificio de oficinas, el otro residencial. Según parece, salió un soplón que dijo que su constructora estaba utilizando un hormigón de calidad inferior. Cuando analizaron la mezcla, resultó que era cierto. Demasiada arena o algo así. Aún estoy tratando de entender los detalles. El edificio de oficinas tiene cuarenta y tres plantas y un coste estimado de unos seiscientos ochenta y ocho millones de dólares, y la torre residencial tiene sesenta y cuatro plantas con un coste que asciende a los mil millones.

—¿Y qué significa eso, entonces? ¿Tiene que demolerlos y empezar de cero? —preguntó Nash.

Clair estaba estudiando una fotografía del edificio de oficinas que Hosman había sacado de la impresora.

—¿Crees que el Ayuntamiento sabía lo del hormigón malo desde el principio y que solo sacó la infracción a la luz como una represalia?

Hosman levantó las dos manos.

—No sé responder a ninguna de las dos cosas.

—Hemos visto casas en Moorings, así que tienen que haber llegado a algún tipo de solución, ¿no? —señaló Nash—. Me refiero a que los edificios antiguos han desaparecido, y los han reemplazado con viviendas unifamiliares de lujo, así que alguien se ha echado atrás.

Hosman estaba señalando otra hoja de cálculo.

—Pues ese es el misterio ahora mismo. He visto que el pasado mes de mayo salieron cerca de cuatro millones de las cuentas de Talbot, y no he tenido ningún éxito siguiendo la pista del receptor. Poco después, sin embargo, se volvieron a poner en marcha las obras en Moorings, y el Ayuntamiento le permitió continuar con los rascacielos después de aprobar el añadido de un refuerzo muy costoso.

—¿Sobornaron a algún funcionario municipal?

—Eso creo. Todas las demandas fueron retiradas.

Nash frunció el ceño.

—No soy analista financiero, pero nada de esto me suena a esquema Ponzi. Me suena más a un ricachón que utiliza sus riquezas para hacerse más rico.

—No es exactamente para hacerse más rico —respondió Hosman, que rebuscaba entre diversos montones de papeles. Cuando encontró la hoja que quería, se la entregó a Nash.

El detective le echó un vistazo rápido y se la devolvió.

—No soy analista financiero, ¿recuerdas?

Hosman puso los ojos en blanco.

—Ahora mismo Talbot tiene en marcha dieciséis proyectos a gran escala: de todo, desde urbanizaciones residenciales hasta centros comerciales, edificios de apartamentos y de oficinas de lujo. A todos ellos les faltan meses aún para estar terminados, y son una sangría de dinero: en particular, las torres con el problema estructural. Sus inversores empezaron a retirarse en cuanto se enteraron del problema. Talbot reembolsó más de trescientos millones el mes pasado. Le vencen otros ciento ochenta millones en las próximas dos semanas, y, hasta donde yo sé, no los tiene. Parece que ha estado utilizando el dinero procedente de los nuevos inversores para pagar a los antiguos mientras trataba de conseguir créditos para cubrir las obras.

—O sea, un esquema Ponzi —dijo Nash.

—No, eso no es un esquema Ponzi —respondió Hosman.

—¿Y qué es entonces un…?

Clair le puso la mano en la boca a Nash.

—Para que esto fuera un esquema Ponzi, tendría que recaudar fondos para un proyecto fantasma y utilizar lo recaudado para pagar a los inversores de otros proyectos.

—Eso nos lleva de vuelta a Moorings. —Hosman sacó un ejemplar del folleto que hallaron en el cadáver de Gunther Herbert, el director financiero de Talbot—. Este sitio es una farsa.

—Pero ahí sí está construyendo —señaló Nash.

—Visteis las casas de la primera fase, seis en total, ninguna de las cuales se ha vendido aún. El verdadero problema está en la segunda fase. Ha estado vendiendo parcelas, futuras casas, incluso participaciones de un exclusivo club de campo y de golf cuya fecha estimada de finalización es el otoño del año que viene. He llamado a Terry Henshaw, de Delitos Económicos del FBI, y me ha dicho que ya llevan unos meses siguiendo los pasos de Talbot. Ha estado desviando los fondos procedentes de la segunda fase a través de una serie de subcuentas en el extranjero para repatriarlos bajo el paraguas de la Corporación Talbot con el fin de pagar a los inversores de otros proyectos.

Clair estaba haciendo un gesto negativo con el dedo.

—Eso sigue sin ser un esquema Ponzi. Será poco ético, pero si su grupo de empresas es propietario de todos esos proyectos, y son legales, lo más seguro es que el tío se haya cubierto el trasero con la letra pequeña en el papeleo.

Hosman giró la silla lentamente en un semicírculo, con una sonrisa bailándole en los labios.

—Estarías en lo cierto, pero he encontrado algo más.

—¿Qué?

—Los terrenos donde piensan construir la segunda fase no le pertenecen. Está vendiendo una urbanización construida en terrenos de otra persona.

—Si no son suyos, ¿de quién son entonces?

A Hosman se le puso una sonrisa de oreja a oreja, y su mirada fue a toda velocidad de un detective al otro.

—Atentos…

A Nash se le puso la cara roja.

—Suéltalo ya, calculín.

—Emory Connors. —Hosman dio una palmada sobre la mesa—. Su madre se lo dejó en herencia. Esa cría tiene un patrimonio que vale un pastizal. Dado que la dueña del terreno es ella, y no Talbot, tenemos algo peor que un esquema Ponzi. Hay más, mirad esto. —Señaló un párrafo resaltado en un documento legal.

Nash lo leyó y soltó un silbido.

—¿Crees que el capitán nos dejará llevarlo ahora a comisaría?

El Cuarto Mono
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