68

Clair

Día 2 – 16:47

Clair pisó a fondo el acelerador al bajar con su Honda Civic a toda prisa por la calle Van Buren Oeste, con el azul y rojo de la sirena rebotando en el hormigón blanqueado de los muros del túnel.

—¿Qué posibilidades hay de que la tenga encerrada en su apartamento? —preguntó Nash con los dedos aferrados con tal fuerza al asa de la puerta que se le estaban poniendo blancos.

Clair soltó un bufido.

—¿No te gusta cómo conduzco?

Nash se ruborizó, soltó el asa y flexionó los dedos.

—Vas a ciento treinta por el distrito financiero de Chicago al comienzo de la hora punta de la tarde. Me sorprende que no te hayas subido ya a la acera y te hayas llevado por delante a unos cuantos peatones.

Clair giró bruscamente y le cortó el paso a un hombre de mediana edad en un BMW negro. El conductor tocó el claxon y estampó el dedo corazón contra el parabrisas.

—¡Los vehículos de emergencia tienen preferencia de paso, gilipollas! —le gritó Clair al espejo retrovisor mientras sacaba ella también el dedo por la ventanilla.

—No has respondido a mi pregunta —dijo Nash.

—¿Quieres que te diga lo que pienso? Pues creo que Watson, Bishop o como se llame está jugando con nosotros. Vamos a tirar la puerta abajo, y la puta casa entera nos va a volar en las narices, eso es lo que pienso —vociferó Clair—. ¿Y sabes qué más? Que si hay alguna posibilidad de que la chica esté ahí dentro, creo que merece la pena arriesgarse. Esto ha sido un juego para él desde el principio. Hemos sido como unos ratoncitos correteando por su laberinto. Estamos yendo a ese apartamento porque él quiere que vayamos, lisa y llanamente. ¿Por qué si no iba a haber dejado esa dirección por escrito? Digo yo que…

—¡Mierda! —gritó Nash.

Clair dio un volantazo, se subió al bordillo y esquivó el camión de la basura por poco más de un metro. Al pegar un tirón del volante hacia la izquierda, el coche rebotó de regreso a la calzada y evitó un puesto de perritos calientes por una distancia tan reducida que Nash podría haber sacado la mano por la ventanilla y haber pillado la cena.

—Digo yo que mientras el chico continúe moviendo nuestros hilos, Emory seguirá viva en alguna parte.

—¿Vas a hacer como si esto no hubiera pasado?

Clair asintió.

Sip.

Nash puso los ojos en blanco.

—Apaga la sirena y las luces, nos estamos acercando. El edificio de Bishop debería estar justo ahí delante.

—Ahí está Espinosa. —Clair señaló la furgoneta azul marino de la Fontanería Tomlinson unas dos manzanas por delante de ellos. Aparcó en línea tres coches detrás y llamó a Espinosa con el manos libres.

La voz de Espinosa crujió al responder.

—Es el edificio de dos plantas que tiene el Toyota Camry de color rojo aparcado en la puerta.

Clair y Nash levantaron la vista al mismo tiempo.

—Lo tengo.

—Mis hombres están en posición. El apartamento de Bishop está en la primera planta, la segunda puerta desde la derecha que da a la calle. Llevamos observando unos veinte minutos ya. Las persianas están bajadas. No recibimos ninguna lectura de calor en el interior, pero es difícil obtenerlas a través de esa pared de ladrillo. Vamos a entrar, despejar la zona y les damos el okey para que nos sigan. ¿Recibido?

—Recibido —respondió Clair—. Listos cuando quieran.

Espinosa comenzó a soltar órdenes. Tres hombres salieron de la furgoneta a la carrera. Espinosa y otro se dirigieron hacia la puerta principal, y el tercero dio la vuelta por el lateral del edificio camino de la parte de atrás. Al llegar ante la puerta, el primer hombre gritó «¡Policía!» y la abrió con un ariete pequeño mientras Espinosa le cubría. Ambos entraron agachados y desaparecieron entre las sombras.

Volvieron a oír la voz de Espinosa en el teléfono.

—Todo despejado, detectives.

Clair y Nash se bajaron del Civic y corrieron calle abajo con el arma desenfundada.

Cuando llegaron ante la puerta principal, Espinosa salía del apartamento.

—Sabía que veníamos. Nos quiere aquí.

—¿Por qué? ¿Qué hay dentro?

Espinosa hizo un gesto con la barbilla por encima del hombro.

—Echen un vistazo ustedes mismos.

Clair frunció el ceño y cruzó la entrada de la vivienda.

No era muy grande, quizá de unos setenta y cinco metros cuadrados o algo por el estilo. La puerta daba a un salón con una pequeña cocina a un lado, un cuarto de baño a la derecha y otra puerta al fondo. No había muebles, y la cocina parecía sin estrenar. Las paredes estaban desnudas.

En el centro de la habitación había una caja blanca de documentos atada con un cordel negro.

El Cuarto Mono
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