40
Porter
Día 1 – 21:12
Porter salió por la oscura y cavernosa boca del edificio de Ediciones Mulifax con Nash a su espalda. Ambos tomaron largas bocanadas de aire fresco y saborearon el ácido aroma del pescado que llegaba del lago, la basura descompuesta del callejón a su derecha y un saco de dormir húmedo que se pudría en la calle, junto a la puerta.
Fue maravilloso.
Era el mejor aire que Porter había respirado en la vida.
Después de haber llegado al extremo del túnel y a la alcantarilla, le dio instrucciones a Espinosa para que su equipo registrara de arriba abajo la urbanización de Moorings. Él desanduvo el camino de regreso hasta la habitación del cadáver, en el subsótano, donde se encontró a Watson trabajando con diligencia en la escena mientras el forense revisaba el cuerpo.
Porter se había tirado tres horas más dentro del edificio, y no tenía intención de volver a entrar en un futuro inmediato.
Clair le estaba dando la espalda, paseándose mientras hablaba por el móvil.
—Todo gira en torno a Talbot; tenemos que llevarlo a comisaría. Hay más que… —Se alejó el teléfono por encima de la cabeza y soltó una serie de juramentos que Porter no habría esperado oír ni en boca de un estibador.
Clair elevó la mirada al cielo y se volvió a llevar el teléfono a la oreja.
—Pero, capitán, yo…
—¿De verdad le puede estar discutiendo esto el capitán? —preguntó Nash con los ojos clavados en Clair.
Porter quería hablar con Talbot, y no una charla en el campo de golf, sino un interrogatorio, o sea, una charla de las de ponerle el flexo en la cara, de las del cuartillo con el espejo unidireccional. Aquel hombre estaba claramente en el centro de todo. El CM no solo había secuestrado a su hija ilegítima, sino que ahora estaba vinculando dicho secuestro de manera directa con Moorings Lakeside, una de las promociones inmobiliarias de Talbot. Por mucho que Porter despreciase al asesino, sabía que jamás actuaba sin un plan, sin un motivo. Todas las víctimas precedentes habían sido secuestradas como represalia por las actividades ilegales perpetradas por algún miembro de su familia.
Talbot tenía algo turbio.
Si averiguaban cuán turbio era, tenían la posibilidad de llegar hasta su hija antes de que fuera demasiado tarde.
Una parte de él esperaba que Espinosa la encontrara en una de las casas de Moorings, atada y con los ojos tapados en un sótano o en un dormitorio inacabado, pero las probabilidades eran pocas. El CM no la habría dejado en un sitio donde se la pudiese encontrar con facilidad. En una obra, algún trabajador de la construcción se podría topar con ella. Joder, hasta un vagabundo: bien sabía Dios que los había de sobra por ahí afuera, metiéndose de okupas.
El CM quería que encontrasen a Talbot, no a la chica.
Llevaba desaparecida ya más de un día, muy probablemente sin comida ni agua. Porter no podía ni imaginarse lo que debería estar sufriendo. Aunque el CM le hubiese dado algo después de cortarle la oreja, a estas alturas ya se le habría pasado con toda seguridad el efecto de los medicamentos.
—Sí, señor, yo se lo digo —dijo Clair al teléfono—. Sí, me aseguraré. Usted también, capitán. —Colgó y se metió el móvil en el bolsillo—. ¡El muy cobarde cabrón de mierda!
Nash le dio un vaso de café que le había gorroneado a uno de los agentes de uniforme.
—A ver si lo adivino: el capitán juega al golf con el alcalde, que es amigo íntimo de los Talbot, y ninguno de ellos quiere torpedear las donaciones que recibe.
Si una mujer de raza negra se pudiera poner roja, Porter se imaginó que Clair lo estaba haciendo en aquel preciso instante. Durante un segundo se le pasó por la cabeza que Clair le iba a tirar el café a Nash.
—Puto payaso comepollas de los cojones.
—Te pones muy sexi cuando despotricas —ironizó Nash apretándole el hombro.
Finalmente, Clair suspiró.
—Tiene a doce coches patrulla más de camino hacia acá, y a otros diez camino de Moorings. Van a registrar ambos lugares de cabo a rabo: todos los edificios y los túneles. El capitán quiere que nos marchemos todos a casa, que descansemos bien esta noche y que estemos frescos por la mañana para empezar. Cree que si nos quedamos toda la noche en la calle, mañana estaremos hechos un desastre, unos zombis andantes. Ha dicho que ya nos notificará si encuentran algo para que volvamos a salir, pero que no quiere que nos quedemos por aquí. También ha dicho que no tiene intención de llevar a Talbot a la comisaría para un interrogatorio oficial, todavía no. Dice que será mejor que esperemos a que Hosman termine de investigar sus negocios, en vez de llevárnoslo para allá por esto. —Abrió los brazos e hizo un gesto hacia la nave industrial—. También es el dueño de este edificio, por cierto. Lo compró hace tres semanas en una subasta.
—Menuda sorpresa. Fijo que también ha comprado mi casa en los tres minutos que llevamos aquí de charla.
—Yo no me largo a casa, que le den por culo —dijo Clair—. Al capitán lo están utilizando.
—Yo creo que el capitán tiene su parte de razón en cuanto a Talbot. Es mejor tener una idea completa de sus negocios en vez de dejar que se nos vea el plumero con unas pruebas circunstanciales. No tenemos lo suficiente para retenerlo. —Porter se pasó la mano por el pelo mientras sus ojos recorrían el barrio—. Todavía no, al menos. Es probable que solo dispongamos de una oportunidad con él.
—¿Y qué quieres hacer, entonces? —preguntó Nash.
—Clair, tú vete a Moorings a seguir de cerca la búsqueda. Nash, tú haz lo mismo aquí. Yo me voy a dar una vuelta por la casa de Talbot, a echarle un ojo. Quizá no podamos hablar con él, pero sí podemos tenerlo vigilado. Además, yo no estoy en activo ahora mismo. No le corresponde al capitán decirme dónde puedo aparcar y dónde no. Nos reagruparemos en la sala de operaciones a primera hora de la mañana. —Echó un vistazo a su alrededor, al grupo de agentes de policía, cada vez mayor—. ¿Dónde está Watson?
—Sigue abajo, en el túnel, analizando la cámara en la que encontraste las cajitas —respondió Nash—. Ha dicho que le quedaba por lo menos una hora para terminar.
Porter se metió la mano en el bolsillo y sacó la bolsita con la huella dactilar que habían levantado.
—¿Puedes darle esto? No, mejor aún. Cuando termines aquí, pídele a uno de los de uniforme que te lleve al laboratorio y lo dejas allí. Diles que lo analicen. Tampoco es necesario añadir a otra persona a la cadena de custodia.
—¿De dónde la has sacado?
—De la vagoneta de ahí abajo, en el subsótano.
Nash sostuvo la bolsita a la luz durante un segundo antes de metérsela en el bolsillo.
—Así lo haré. —Se dio la vuelta hacia el coche de Clair, vaciló y se inclinó hacia Porter—. Cuánto me alegro de tenerte de vuelta, Sam.
Porter se lo agradeció con un gesto de asentimiento.
—Estoy de acuerdo con Shrek. Qué bueno que estés de vuelta —le dijo Clair con una sonrisa.
Porter observó cómo desaparecía Nash entre el gentío, vio a Clair subirse en su Civic y salir a toda velocidad, y, a continuación, cruzó la calle hacia su Charger.