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Diario

—Tendría que haberme cargado a este cabrón hace veinte minutos —dijo el señor Smith. Estaba en el umbral de la puerta con el rifle en la mano buena.

—¿Y por qué no lo has hecho? —le preguntó madre.

—No sabía qué hacer con tu marido. No era así como tenía que ir esto.

—A veces hay que improvisar —le dijo madre—. Déjame que vea esa mano.

El señor Smith se dirigió hacia ella, y vi cómo la señora Carter le propinaba una bofetada a madre en la cara, con las manos aún esposadas, y casi la tumba.

—¿A qué viene eso? —le soltó madre. Sangraba por la comisura de los labios.

—Hace días que podrías haber acabado con esto. ¿Sabes lo que me hizo con la rata? ¡Me podía haber matado!

El señor Smith bajó el brazo y se llevó al señor Desconocido a rastras al interior de la casa, hacia el sótano.

—Dejad de pelearos, que no tenemos tiempo. Briggs ha pedido refuerzos cuando veníamos para acá.

El cuerpo sin vida de padre seguía desplomado en el suelo.

No me había movido.

No era capaz de moverme.

La señora Carter se acercó despacio y me pasó la mano por el pelo.

—¿Estás bien?

Asentí. Tenía la cabeza aturdida, como si los pensamientos tuvieran que atravesar una pasta de melaza. Saqué las fotografías del bolsillo y se las entregué a la señora Carter.

—Esto es suyo.

Miró las fotos, las fue pasando con mucho detenimiento y se sonrojó.

—¿Dónde las has encontrado?

—En la mesa de su cocina esta mañana. Alguien las dejó allí.

El señor Smith soltó una risita.

—Ha sido Briggs, ese puto enfermo. Las encontró encima del frigorífico, metidas en un libro de cocina, y las dejó ahí fuera.

El cadáver de padre.

Oí un quejido y me percaté de que salía de mí. Un oscuro sollozo desde lo más profundo de mi garganta.

—Te dije que el crío estaba hecho polvo. No está bien, nunca lo ha estado —dijo madre.

Su mirada era fría y oscura. No era esa la madre que yo necesitaba en ese momento; esta era la otra madre, una que no veía los cadáveres en el suelo, como si fuesen transparentes, como si no estuviesen allí siquiera.

La señora Carter la miró con el ceño fruncido.

—No deberías decir esas cosas.

Madre se acercó y me levantó la cara con la mano en la barbilla.

—¿Cuándo fue la última vez que te tomaste la medicación?

—No… no lo sé.

—No lo sé, no lo sé, no lo sé —me imitó con un canturreo en la voz—. Quiero que vayas corriendo al lago y cojas las llaves del sitio donde la señora Carter las escondió. ¿Crees que podrás hacer eso?

Asentí.

—Sí, mamá.

—No me llames así. Sabes que odio que me llames así.

—Perdóneme, madre.

—Vete ya, entonces. Hay que darse prisa. Tenemos que marcharnos antes de que aparezcan los amigos de ese tipo. —Señaló con la barbilla el cuerpo del señor Desconocido.

Me abrí paso a empujones entre el señor Smith y la señora Carter. Al mirar atrás, madre estaba manipulando la cerradura de las esposas de la señora Carter. Hicieron un ruido metálico en el suelo, y la mujer se frotó las muñecas. Intercambiaron un cuchicheo entre ambas sin dejar de mirarme. El señor Smith estaba moviendo el cuerpo de padre.

Sin decir nada, eché a correr hacia el pequeño sendero que conducía al bosque.

El Cuarto Mono
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