Capítulo XVI

Del quinto rey de Méjico, llamado Motezuma, primero de este nombre

La elección del nuevo rey tocaba a los cuatro electores principales (como en otra parte se dijo), y juntamente, por especial privilegio, al rey de Tezcuco y al rey de Tacuba. A estos seis juntó Tlacaellel, como quien tenía suprema autoridad, y propuesto el negocio, salió electo Motezuma, primero de este nombre, sobrino del mismo Tlacaellel.

Fué su elección muy acepta, y así se hicieron solemnísimas fiestas, con mayor aparato que a los pasados. Luego que lo eligieron, le llevaron con gran acompañamiento al templo, y delante del brasero, que llamaban divino, en que siempre había fuego de día y de noche, le pusieron un trono real y atavíos de rey; allí, con unas pautas de tigre y de venado, que para esto tenían, sacrificó el rey a su ídolo, sacándose sangre de las orejas, de los molledos y de las espinillas, que así gustaba el demonio de ser honrado. Hicieron sus arengas allí los sacerdotes y ancianos y capitanes, dándole todos el parabién. Usábanse en tales elecciones grandes banquetes y bailes, y mucha cosa de luminarias. Y introdújose en tiempo de este rey, que para la fiesta de su coronación fuese él mismo en persona a mover guerra a alguna parte, de donde trajese cautivos con que se hiciesen solemnes sacrificios, y desde aquel día quedó esto por ley.

Así, fué Motezuma a la provincia de Chalco, que se habían declarado por enemigos, donde peleando valerosamente hubo gran suma de cautivos, con que ofreció un insigne sacrificio el día de su coronación, aunque por entonces no dejó del todo rendida y allanada la provincia de Chalco, que era de gente belicosa. Este día de la coronación acudían de diversas tierras, cercanas y remotas, a ver las fiestas, y a todos daban abundantes y principales comidas, y vestían a todos, especialmente a los pobres, de ropas nuevas. Para lo cual el mismo día entraban por la ciudad los tributos del rey con gran orden y aparato, ropa de toda suerte, cacao, oro, plata, plumería rica, grandes fardos de algodón, ají, pepitas, diversidad de legumbres, muchos géneros de pescados de mar y de ríos, cuantidad de frutas y caza sin cuento, sin los innumerables presentes que los reyes y señores enviaban al nuevo rey.

Venía todo el tributo por sus cuadrillas, según diversas provincias; iban delante los mayordomos y cobradores con diversas insignias; todo esto con tanto orden y con tanta policía, que era no menos de ver la entrada de los tributos, que toda la demás fiesta. Coronado el rey, dióse a conquistar diversas provincias, y siendo valeroso y virtuoso, llegó de mar a mar, valiéndose en todo del consejo y astucia de su general Tlacaellel, a quien amó y estimó mucho, como era razón.

La guerra en que más se ocupó, y con más dificultad, fué la de la provincia de Chalco, en la cual le acaecieron grandes cosas. Fué una bien notable; que, habiéndole cautivado un hermano suyo, pretendieron los Chalcas hacerle su rey, y para ello le enviaron recados muy comedidos y obligatorios. Él, viendo sus porfías, les dijo que, si en efecto querían alzarle por rey, levantasen en la plaza un madero altísimo y en lo alto de él le hiciesen un tabladillo, donde él subiese. Creyendo era ceremonia de quererse más ensalzar, lo cual pusieron así por obra, y juntando él todos sus mejicanos alrededor del madero, subió en lo alto con un ramillete de flores en la mano, y desde allí habló a los suyos en esta forma: ¡Oh, valerosos mejicanos! Estos me quieren alzar por rey suyo; mas no permitan los dioses que yo, por ser rey, haga traición a mi patria; antes quiero que aprendáis de mí dejaros antes morir, que pasaros a vuestros enemigos; diciendo esto, se arrojó y hizo mil pedazos. De cuyo espectáculo cobraron tanto horror y enojo los Chalcas, que luego dieron en los mejicanos, y allí los acabaron a lanzadas, como a gente fiera y inexorable, diciendo que tenían endemoniados corazones. La noche siguiente acaeció oír dos buhos dando aullidos tristes el uno al otro, con que los de Chalco tomaron por agüero que habían de ser presto destruídos.

Y fué así que el rey Motezuma vino en persona sobre ellos con todo su poder y los venció y arruinó todo su reino; y pasando la sierra nevada fué conquistando hasta la mar del norte, y dando vuelta hacia la del sur también ganó y sujetó diversas provincias, de manera que se hizo poderosísimo rey; todo esto con el ayuda y consejo de Tlacaellel, a quien se debe cuasi todo el imperio mejicano. Con todo, fué de parecer (y así se hizo) que no se conquistase la provincia de Tlascala, porque tuviesen allí los mejicanos frontera de enemigos, donde ejercitasen las armas los mancebos de Méjico, y juntamente tuviesen copia de cautivos, de que hacer sacrificios a sus ídolos, que, como ya se ha visto, consumían gran suma de hombres en ellos, y éstos habían de ser forzoso tomados en guerra.

A este rey Motezuma, o por mejor decir, a su general Tlacaellel, se debe todo el orden y policía que tuvo Méjico, de consejos, consistorios y tribunales para diversas causas, en que hubo gran orden, y tanto número de consejos y de jueces, como en cualquiera república de las más floridas de Europa. Este mismo rey puso su casa real en gran autoridad, haciendo muchos y diversos oficiales, y servíase con gran ceremonia y aparato. En el culto de sus ídolos no se señaló menos, ampliando el número de ministros y instituyendo nuevas ceremonias, y teniendo obervancia extraña en su ley y vana superstición. Edificó aquel gran templo a su dios Vitzilipuztli, de que en otro libro se hizo mención. En la dedicación del templo ofreció innumerables sacrificios de hombres que él en varias victorias había habido. Finalmente, gozando de grande prosperidad de su imperio, adoleció y murió habiendo reinado veinte y ocho años, bien diferente de su sucesor Tizocic, que ni en valor ni en buena dicha le pareció.

Historia natural y moral de las Indias
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