Capítulo VII
De las supersticiones que usaban con los muertos
Comúnmente creyeron los indios del Perú, que las ánimas vivían después de esta vida, y que los buenos tenían gloria, y los malos pena; y así en persuadilles estos artículos hay poca dificultad. Mas de que los cuerpos hubiesen de resucitar con las ánimas, no lo alcanzaron; y así ponían excesiva diligencia, como está dicho, en conservar los cuerpos, y honrarlos después de muertos. Para esto, sus descendientes les ponían ropa, y hacían sacrificios, especialmente los reyes Ingas en sus entierros habían de ser acompañados de gran número de criados y mujeres para el servicio de la otra vida; y así el día que morían, mataban las mujeres a quien tenían afición, y criados y oficiales, para que fuesen a servir a la otra vida.
Cuando murió Guainacapa, que fué padre de Atagualpa, en cuyo tiempo entraron los españoles, fueron muertas mil y tantas personas de todas edades y suertes para su servicio y acompañamiento en la otra vida. Matábanlos después de muchos cantares y borracheras, y ellos se tenían por bienaventurados; sacrificábanles muchas cosas, especialmente niños, y de su sangre hacían una raya de oreja a oreja en el rostro del difunto. La misma superstición e inhumanidad de matar hombres y mujeres para acompañamiento y servicio del difunto en la otra vida han usado y usan otras naciones bárbaras. Y aun, según escribe Polo, cuasi ha sido general en Indias; y aun refiere el venerable Beda, que usaban los Anglos antes de convertirse al evangelio la misma costumbre de matar gente, que fuese en compañía y servicio de los difuntos. De un portugués que, siendo cautivo entre bárbaros, le dieron un flechazo con que perdió un ojo, cuentan, que queriéndolo sacrificar para que acompañase un señor difunto, respondió: que los que moraban en la otra vida tendrían en poco al difunto, pues le daban por compañero a un hombre tuerto, y que era mejor dársele con dos ojos, y pareciéndole bien esta razón a los bárbaros, le dejaron.
Fuera de esta superstición de sacrificar hombres al difunto, que no se hace sino con señores muy calificados, hay otra mucho más común y general en todas las Indias, de poner comida y bebida a los difuntos sobre sus sepulturas y cuevas, y creer que con aquello se sustentan, que también fué error de los antiguos, como dice San Agustín. Y para este efecto de darles de comer y beber, hoy día, muchos indios infieles desentierran secretamente sus difuntos de las iglesias y cementerios, y los entierran en cerros, o quebradas, o en sus propias casas. Usan también ponerles plata en las bocas, en las manos, en los senos, y vestirles ropas nuevas y provechosas dobladas debajo de la mortaja. Creen que las ánimas de los difuntos andan vagueando, y que sienten frío y sed, y hambre y trabajo, y por eso hacen sus aniversarios, llevándoles comida, bebida y ropa.
A esta causa advierten con mucha razón los prelados en sus sínodos que procuren los sacerdotes dar a entender a los indios, que las ofrendas que en la Iglesia se ponen en las sepulturas, no son comida ni bebida de las ánimas, sino de los pobres, o de los ministros, y sólo Dios es el que en la otra vida sustenta las ánimas, pues no comen, ni beben cosa corporal. Y va mucho en que sepan esto bien sabido, porque no conviertan el uso santo en superstición gentílica, como muchos lo hacen.