Capítulo XI

Que se halla en los antiguos alguna noticia de este Nuevo Mundo

Resumiendo lo dicho, queda que los antiguos o no creyeron haber hombres pasado el trópico de Canero, como San Agustín y Lactancio sintieron, o que, si había hombres, a lo menos no habitaban entre los trópicos, como lo afirman Aristóteles y Plinio, y antes que ellos, Parménides filósofo. Ser de otra suerte lo uno y lo otro, ya está asaz averiguado. Mas todavía muchos con curiosidad preguntan si, de esta verdad que en nuestros tiempos es tan notoria, hubo en los pasados alguna noticia. Porque parece, cierto, cosa muy extraña, que sea tamaño este mundo nuevo, como con nuestros ojos le vemos, y que en tantos siglos atrás no haya sido sabido por los antiguos. Por donde, pretendiendo quizá algunos menoscabar en esta parte la felicidad de nuestros tiempos y oscurecer la gloria de nuestra nación, procuran mostrar que este nuevo mundo fué conocido por los antiguos, y realmente no se puede negar que haya de esto algunos rastros.

Escribe San Jerónimo, en la epístola a los efesios: Con razón preguntamos qué quiera decir el Apóstol en aquellas palabras: En las cuales cosas anduvistes un tiempo según el siglo de este mundo, si quiere por ventura dar a entender que hay otro siglo que no pertenezca a este mundo, sino a otros mundos, de los cuales escribe Clemente en su epístola: El océano y los mundos que están allende del océano. Esto es de San Jerónimo. Yo cierto no alcanzo qué epístola sea ésta de Clemente, que San Jerónimo cita; pero ninguna duda tengo que lo escribió así San Clemente, pues lo alega San Jerónimo. Y claramente refiere San Clemente que, pasado el mar océano, hay otro mundo y aun mundos, como pasa, en efecto, de verdad, pues hay tan excesiva distancia del un nuevo mundo al otro nuevo, quiero decir, de este Perú y India occidental a la India oriental y China.

También Plinio, que fué tan extremado en inquirir las cosas extrañas y de admiración, refiere en su Historia natural, que Hannón, capitán de los cartagineses, navegó desde Gibraltar, costeando la mar, hasta lo último de Arabia, y que dejó escrita esta su navegación. Lo cual si es así, como Plinio lo dice, síguese claramente que navegó el dicho Hannón todo cuanto los portugueses hoy día navegan, pasando dos veces la equinoccial, que es cosa para espantar. Y según lo trae el mismo Plinio de Cornelio Nepote, autor grave, el propio espacio navegó otro hombre llamado Eudoxo, aunque por camino contrario, porque, huyendo el dicho Eudoxo del rey de los Latiros, salió por el mar Bermejo al mar océano, y por él volteando llegó hasta el estrecho de Gibraltar, lo cual afirma el Cornelio Nepote haber acaecido en su tiempo.

También escriben autores graves, que una nave de cartaginenses, llevándola la fuerza del viento por el mar océano, vino a reconocer una tierra nunca hasta entonces sabida, y que, volviendo después a Cartago, puso gran gana a los cartaginenses de descubrir y poblar aquella tierra, y que el senado con riguroso decreto vedó la tal navegación, temiendo que con la codicia de nuevas tierras se menoscabase su patria. De todo esto se puede bien colegir que hubiese en los antiguos algún conocimiento del nuevo mundo; aunque particularizando a esta nuestra América, y toda esta India occidental, apenas se halla cosa cierta en los libros de los escritores antiguos. Mas de la India oriental, no sólo de allende, sino también de aquende, que antiguamente era la más remota, por caminarse al contrario de ahora, digo que se halla mención, y no muy corta, ni muy oscura. Porque, ¿a quién no le es fácil hallar en los antiguos la Malaca, que llamaban Aurea Chersoneso? Y al cabo de Comorín, que se decía Promontorium Cori, ¿y la grande y célebre isla de Sumatra, por antiguo nombre tan celebrado, Taprobana? ¿Qué diremos de las dos Etiopías? ¿Qué de los Bracmanes? ¿Qué de la gran tierra de los Chinas? ¿Quién duda en los libros de los antiguos que traten de estas cosas no pocas veces?

Mas de las Indias occidentales no hallamos en Plinio que en esta navegación pasase de las islas Canarias, que él llama Fortunatas, y la principal de ellas dice haberse llamado Canaria, por la multitud de canes o perros que en ella había. Pasadas las Canarias, apenas hay rastro en los antiguos de la navegación que hoy se hace por el golfo, que con mucha razón le llaman grande. Con todo eso se mueven muchos a pensar que profetizó Séneca el trágico de estas Indias occidentales, lo que leemos en su tragedia Medea en sus versos anapésticos, que, reducidos al metro castellano, dicen así:

Tras luengos años verná

un siglo nuevo y dichoso,

que al océano anchuroso,

sus límites pasará.

Descubrirán grande tierra,

verán otro nuevo Mundo,

navegando el gran profundo,

que ahora el paso nos cierra.

La Thule tan afamada

como del mundo postrera,

quedará en esta carrera

por muy cercana contada.

Esto canta Séneca en sus versos, y no podemos negar que al pie de la letra pasa así, pues los años luengos que dice, si se cuentan del tiempo del trágico, son al pie de mil cuatrocientos, y si del de Medea, son más de dos mil; que el océano anchuroso haya dado el paso, que tenía cerrado, y que se haya descubierto grande tierra, mayor que toda Europa y Asia, y se habite otro nuevo mundo, vémoslo por nuestros ojos cumplido, y en esto no hay duda. En lo que la puede con razón haber es en si Séneca adivinó o si, acaso, dió en esto su poesía. Yo, para decir lo que siento, siento que adivinó con el modo de adivinar que tienen los hombres sabios y astutos. Veía que ya en su tiempo se tentaban nuevas navegaciones y viajes por el mar; sabía bien, como filósofo, que había otra tierra opuesta del mismo ser, que llaman antíctona. Pudo con este fundamento considerar que la osadía y habilidad de los hombres en fin llegaría a pasar el mar océano, y, pasándole, descubrir nuevas tierras y otro mundo, mayormente siendo ya cosa sabida en tiempo de Séneca el suceso de aquellos naufragios que refiere Plinio, con que se pasó el gran mar océano.

Y que éste haya sido el motivo de la profecía de Séneca, parece lo dan a entender los versos que preceden, donde, habiendo alabado el sosiego y vida poco bulliciosa de los antiguos, dice así:

Mas ahora es otro tiempo,

y el mar de fuerza o de grado

ha de dar paso al osado,

y el pasarle es pasatiempo.

Y más abajo dice así:

Al alto mar proceloso

ya cualquier barca se atreve:

todo viaje es ya breve

al navegante curioso.

No hay ya tierra por saber,

no hay reino por conquistar,

nuevos muros ha de hallar

quien se piensa defender.

Todo anda ya trastornado,

sin dejar cosa en su asiento:

el mundo claro y exento

no hay ya en él rincón cerrado.

El indio cálido bebe

del río Araxis helado,

y el persa en Albis bañado,

y el Rhin más frío que nieve.

De esta tan crecida osadía de los hombres viene Séneca a conjeturar lo que luego pone, como el extremo a que ha de llegar, diciendo: Tras luengos años verna, etc., como está ya dicho.

Historia natural y moral de las Indias
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