Capítulo IV

Del oro que se labra en Indias

El oro entre todos los metales fué siempre estimado por el más principal, y con razón, porque es el más durable o incorruptible, pues el fuego que consume, o disminuye a los demás, a éste antes le abona y perfecciona, y el oro que ha pasado por mucho fuego, queda de su color y es finísimo. El cual propiamente, según Plinio dice, se llama obrizo, de que tanta mención hace la Escritura. Y el uso que gasta todos los otros, como dice el mismo Plinio, al oro solo no le menoscaba cosa, ni le carcome, ni envejece, y con ser tan firme en su ser, se deja tanto doblar y adelgazar, que es cosa de maravilla. Los batihojas y tiradores saben bien la fuerza del oro en dejarse tanto adelgazar y doblar, sin quebrar jamás. Lo cual todo, con otras excelentes propiedades que tiene, bien considerado dará a los hombres espirituales ocasión de entender por qué en las divinas Letras la caridad se asemeja al oro. En lo demás, para que él se estime y busque, poca necesidad hay de contar sus excelencias, pues la mayor que tiene es estar entre los hombres ya conocido por el supremo poder y grandeza del mundo. Viniendo a nuestro propósito, hoy en Indias gran copia de este metal, y sábese de historias ciertas que los Ingas del Perú no se contentaron de tener vasijas mayores y menores de oro, jarros, y copas y tazas y frascos y cántaros y aun tinajas, sino que también tenían sillas y andas, o literas de oro macizo, y en sus templos colocaron diversas estatuas de oro macizo. En Méjico también hubo mucho de esto, aunque no tanto; y cuando los primeros conquistadores fueron al uno y otro reino, fueron inmensas las riquezas que hallaron, y muchas más sin comparación la que los indios ocultaron y hundieron. El haber usado de plata para herrar los caballos a falta de hierro y haber dado trescientos escudos de oro por una botija o cántaro de vino, con otros excesos tales, parecería fabuloso contarlo, y, en efecto, pasaron cosas mayores que éstas.

Sácase el oro en aquellas partes en tres maneras; yo, a lo menos, de estas tres maneras lo he visto. Porque se halla oro en pepita y oro en polvo y oro en piedra. Oro en pepita llaman unos pedazos de oro que se hallan así enteros y sin mezcla de otro metal, que no tienen necesidad de fundirse, ni beneficiarse por fuego; llámanlos pepitas, porque de ordinario son pedazos pequeños del tamaño de pepita de melón o de calabaza. Y esto es lo que dice Job: Glebae illius aurum, aunque acaece haberlos, y yo los he visto mucho mayores, y algunos han llegado a pesar muchas libras. Esta es grandeza de este metal sólo, según Plinio afirma, que se halla así hecho y perfecto, lo cual en los otros no acaece, que siempre tienen escoria y han menester fuego para apurarse. Aunque también he visto yo plata natural a modo de escarcha, y también hay las que llaman en Indias papas de plata, que acaece hallarse plata fina en pedazos, a modo de turmas de tierra; mas esto en la plata es raro y en el oro es cosa muy ordinaria. De este oro en pepitas es poco lo que se halla respecto de los demás.

El oro en piedra es una veta de oro que nace en la misma piedra o pedernal, y yo he visto de las minas de Zaruma, en la gobernación de Salinas, piedras bien grandes pasadas todas de oro, y otras ser la mitad oro y la mitad piedra. El oro de esta suerte se halla en pozos y en minas, que tienen sus vetas como las de plata, y son dificultosísimas de labrar. El modo de labrar el oro sacado de piedra, que usaron antiguamente los reyes de Egipto, escribe Agatárchides en el quinto libro de la historia del mar Eritreo, o Bermejo, según refiere Focio en su biblioteca, y es cosa de admiración cuán semejante es lo que allí refiere a lo que ahora se usa en el beneficio de estos metales de oro y plata. La mayor cantidad de oro que se saca en Indias es en polvo, que se halla en ríos o lugares por donde ha pasado mucha agua. Abundan los ríos de Indias de este género, como los antiguos celebraron el Tajo, de España, y el Pactolo, de Asia, y el Ganges, de la India oriental. Y lo que nosotros llamamos oro en polvo, llamaban ellos ramenta auri. Y también entonces era la mayor cantidad de oro lo que se hacía de estos ramentos o polvos de oro que se hallaban en ríos.

En nuestros tiempos, en las islas de Barlovento, Española y Cuba y Puerto Rico, hubo y hay gran copia en los ríos; más por la falta de naturales y por la dificultad de sacarlo, es poco lo que viene de ellas a España. En el reino de Chile y en el de Quito y en el nuevo reino de Granada hay mucha cantidad. El más celebrado es el oro de Carabaya, en el Perú, y el de Valdivia, en Chile, porque llega a toda la ley, que son veintitrés quilates y medio, y aun a veces pasa. También es celebrado el oro de Veragua por muy fino. De las Filipinas y China traen también mucho oro a Méjico, pero comúnmente es bajo y de poca ley.

Hállase el oro mezclado o con plata o con cobre. Plinio dice que ningún oro hay donde no haya algo de plata; mas el que tiene mezcla de plata comúnmente es de menos quilates que el que la tiene de cobre. Si tiene la quinta parte de plata, dice Plinio que se llama propiamente electro, y que tiene propiedad de resplandecer a la lumbre de fuego mucho más que la plata fina, ni el oro fino. El que es sobre cobre, de ordinario es oro más alto. El oro en polvo se beneficia en lavaderos, lavándolo mucho en el agua, hasta que el arena o barro se cae de las bateas o barreñas, y el oro, como de más peso, hace asiento abajo. Benefíciase también con azogue; también se apura con agua fuerte, porque el alumbre, de que ella se hace, tiene esa fuerza de apartar el oro de todo lo demás. Después de purificado, o fundido, hacen tejos o barretas para traerlo a España, porque oro en polvo no se puede sacar de Indias, pues no se puede quintar y marcar y quilatar hasta fundirse.

Solía España, según refiere el historiador sobredicho, abundar sobre todas las provincias del mundo de estos metales de oro y plata, especialmente Galicia y Lusitania, y, sobre todo, las Asturias, de donde refiere que se traían a Roma cada año veinte mil libras de oro, y que en ninguna otra tierra se hallaba tanta abundancia. Lo cual parece testificar el libro de los Macabeos, dende dice entre las mayores grandezas de los romanos, que hubieron a su poder los metales de plata y oro que hay en España. Ahora a España le viene este gran tesoro de Indias, ordenando la divina providencia que unos reinos sirvan a otros y comuniquen su riqueza y participen de su gobierno, para bien de los unos y de los otros, si usan debidamente de los bienes que tienen.

La suma de oro que se trae de Indias no se puede bien tasar; pero puédese bien afirmar que es harto mayor que la que refiere, Plinio haberse llevado de España a Roma cada año. En la flota que yo vine, el año de ochenta y siete, fué la relación de Tierra Firme doce cajones de oro, que por lo menos es cada cajón cuatro arrobas. Y de Nueva España, mil y ciento cincuenta y seis marcos de oro. Esto sólo para el rey, sin lo que vino para particulares registrado, y sin lo que vino por registrar, que suele ser mucho. Y esto baste para lo que toca al oro de Indias; de la plata diremos agora.

Historia natural y moral de las Indias
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