Capítulo XIX
Que se puede pensar, que los primeros pobladores de Indias aportaron a ellas echados de tormenta, y contra su voluntad
Habiendo mostrado que no lleva camino pensar, que los primeros moradores de Indias hayan venido a ellas con navegación hecha para ese fin, bien se sigue, que si vinieron por mar, haya sido acaso, y por fuerza de tormentas, el haber llegado a Indias. Lo cual, por inmenso que sea el mar océano, no es cosa increíble. Porque, pues, así sucedió en el descubrimiento de nuestros tiempos, cuando aquel marinero (cuyo nombre aún no sabemos, para que negocio tan grande no se atribuya a otro autor, sino a Dios), habiendo por un terrible e importuno temporal reconocido el nuevo mundo, dejó por paga del buen hospedaje a Cristóbal Colón la noticia de cosa tan grande; así pudo ser, que algunas gentes de Europa, o de África antiguamente hayan sido arrebatadas de la fuerza del viento, y arrojadas a tierras no conocidas, pasado el mar océano. ¿Quién no sabe, que muchas, o las más de las regiones que se han descubierto en este nuevo mundo, ha sido por esta forma? ¿Qué se debe más a la violencia de temporales su descubrimiento, que a la buena industria de los que las descubrieron?
Y porque no se piense que sólo en nuestros tiempos han sucedido semejantes viajes hechos por la grandeza de nuestras naves, y por el esfuerzo de nuestros hombres, podrá desengañarse fácilmente en esta parte, quien leyere lo que Plinio refiere haber sucedido a muchos antiguos. Escribe, pues, de esta manera: Teniendo el cargo Gayo César, hijo de Augusto, en el mar de Arabia, cuentan haber visto y conocido señas de naves españolas, que habían padecido naufragio; y dice más después: Nepote refiere del rodeo septentrional, que se trajeron a Quinto Metelo Célere, compañero en el consulado de Gayo Afranio (siendo el dicho Metelo procónsul en la Galia) unos indios presentados por el Rey de Suevia: los cuales indios, navegando desde la India para sus contrataciones, por la fuerza de los temporales, fueron echados en Germania. Por cierto, si Plinio dice verdad, no navegan hoy día los portugueses más de lo que en aquellos dos naufragios se navegó, el uno desde España hasta el mar Bermejo, y el otro desde la India oriental hasta Alemania.
En otro libro escribe el propio autor que un criado de Annio Plocanio, el cual tenía arrendados los derechos del mar Bermejo, navegando la vuelta de la Arabia, sobreviniendo nortes furiosos, en quince días vino pasada la Carmania, a tomar a Hippuros, puerto de la Taprobana, que hoy día llaman Sumatra. También cuentan, que una nao de cartagineses del mar de Mauritania fué arrebatada de brisas hasta ponerse a vista del nuevo orbe. No es cosa nueva para los que tienen alguna experiencia de mar, el correr a veces temporales forzosos, y muy porfiados, sin aflojar un momento de su furia. A mí me acaeció pasando a Indias, verme en la primera tierra poblada de españoles, en quince días después de salidos de las Canarias, y sin duda fuera más breve el viaje, si se dieran velas a la brisa fresca que corría. Así que me parece cosa muy verosímil que hayan, en tiempos pasados, venido a Indias hombres vencidos de la furia del viento, sin tener ellos tal pensamiento.
Hay en el Perú gran relación de unos gigantes que vinieron en aquellas partes, cuyos huesos se hallan, hoy día, de disforme grandeza, cerca de Manta, y de Puerto Viejo, y en proporción habían de ser aquellos hombres más que tres tanto mayores, que los indios de ahora. Dicen que aquellos gigantes vinieron por mar, y que hicieron guerra a los de tierra, y que edificaron edificios soberbios, y muestran hoy un pozo hecho de piedras de gran valor. Dicen más, que aquellos hombres haciendo pecados enormes, y especial usando contra natura, fueron abrasados y consumidos con fuego que vino del cielo. También cuentan los indios de lea, y los de Arica, que solían antiguamente navegar a unas islas al poniente, muy lejos, y la navegación era en unos cueros de lobo marino hinchados. De manera, que no faltan indicios de que se haya navegado la mar del sur, antes que viniesen españoles por ella.
Así que podríamos pensar, que se comenzó a habitar el nuevo orbe de hombres, a quien la contrariedad del tiempo, y la fuerza de nortes echó allá, como al fin vino a descubrirse en nuestros tiempos. Es así, y mucho para considerar, que las cosas de gran importancia de naturaleza por la mayor parte se han hallado acaso, y sin pretenderse, y no por la habilidad y diligencia humana. Las más de las yerbas saludables, las más de las piedras, las plantas, los metales, las perlas, el oro, el imán, el ámbar, el diamante y las demás cosas semejantes. Y así sus propiedades y provechos, cierto más se han venido a saber por casuales acontecimientos, que no por arte e industria de hombres, para que se vea, que el loor y gloria de tales maravillas se debe a la providencia del Criador, y no al ingenio de los hombres. Porque lo que a nuestro parecer sucede acaso, eso mismo lo ordena Dios muy sobrepensado.