Capítulo XVII

De la propiedad y virtud admirable de la piedra imán para navegar; y que los antiguos no la conocieron

De lo dicho se entiende, que a la piedra imán se debe la navegación de las Indias, tan cierta y tan breve, que el día que hoy vemos muchos hombres, que han hecho viaje de Lisboa a Goa, y de Sevilla a Méjico y a Panamá; y en estotro mar del sur hasta la China y hasta el estrecho de Magallanes: y esto con tanta facilidad como se va el labrador de su aldea a la villa. Ya hemos visto hombres que han hecho quince viajes, y aun dieciocho a las Indias: de otros hemos oído, que pasan de veinte veces las que han ido y vuelto, pasando ese mar océano, en el cual cierto no hallan rastro de los que han caminado por él, ni topan caminante a quien preguntar el camino. Porque, como dice el Sabio: la nao corta el agua y sus ondas, sin dejar rastro por donde pasa, ni hacer senda en las ondas. Mas con la fuerza de la piedra imán se abre camino descubierto por todo el grande océano, por haberle el altísimo Criador comunicado tal virtud, que de solo tocarla el hierro, queda con la mira y movimiento al Norte, sin desfallecer en parte alguna del mundo.

Disputen otros e inquieran la causa de esta maravilla, y afirmen cuanto quisieren no sé qué simpatía; a mí más gusto me da, mirando estas grandezas, alabar aquel poder y providencia del sumo Hacedor, y gozarme de considerar sus obras maravillosas. Aquí cierto viene bien decir con Salomón a Dios: ¡Oh, Padre, cuya providencia gobierna a un palo, dando en él muy cierto camino por el mar, y senda muy segura entre las fieras ondas, mostrando juntamente que pudieras librar de todo, aunque fuese yendo sin nao por la mar! Pero porque tus obras no carezcan de sabiduría, por esto confían los hombres sus vidas de un pequeño madero, y atravesando el mar se han escapado en un barco. También aquello del Salmista viene aquí bien: Los que bajan a la mar en naos haciendo sus funciones en las muchas aguas, esos son los que han visto las obras del Señor, y sus maravillas en el profundo. Que cierto no es de las menores maravillas de Dios, que la fuerza de una pedrezuela tan pequeña mande en la mar, y obligue al abismo inmenso a obedecer, y estar a su orden. Esto, porque cada día acontece, y es cosa tan fácil, ni se maravillan los hombres de ello, ni aun se les acuerda de pensarlo; y por ser la franqueza tanta, por eso los inconsiderados la tienen en menos. Mas a los que bien lo miran, oblígales la razón a bendecir la sabiduría de Dios, y darle gracias por tan grande beneficio y merced.

Siendo determinación del cielo que se descubriesen las naciones de Indias, que tanto tiempo estuvieron encubiertas, habiéndose de frecuentar esta carrera, para que tantas almas viniesen en conocimiento de Jesucristo, y alcanzasen su eterna salud, proveyóse también del cielo de guía segura para los que andan este camino, y fue la guía el aguja de marear, y la virtud de la piedra imán. Desde qué tiempo haya sido descubierto y usado este artificio de navegar, no se puede saber con certidumbre. El no haber sido cosa muy antigua, téngolo para mí por llano porque además de las razones que en el capítulo pasado se tocaron, yo no he leído en los antiguos que tratan de relojes, mención alguna de la piedra imán, siendo verdad que en los relojes de sol portátiles que usamos, es el más ordinario instrumento el aguja tocada a la piedra imán. Autores nobles escriben en la historia de la India oriental, que el primero que por mar la descubrió, que fue Vasco de Gama, topó en el paraje de Mozambique con ciertos marineros moros, que usaban el aguja de marear, y mediante ella navegaron aquellos mares. Mas de quien aprendieron aquel artificio, no lo escriben; antes algunos de estos escritores afirman lo que sentimos, de haber ignorado los antiguos este secreto.

Pero diré otra maravilla aun mayor de la aguja de marear, que se pudiera tener por increíble, si no se hubiera visto, y con clara experiencia tan frecuentemente manifestado. El hierro tocado y refregado con la parte de la piedra imán, que en su nacimiento mira al Sur, cobra virtud de mirar al contrario, que es el Norte, siempre y en todas partes; pero no en todas le mira por igual derecho. Hay ciertos puntos y climas, donde puntualmente mira al Norte, y se fija en él; en pasando de allí ladea un poco o al oriente o al poniente, y tanto más cuanto se va más apartando de aquel clima. Eso es lo que los marineros llaman nordestar y noruestar. El nordestar, es ladearse inclinando a levante; noruestar inclinando a poniente.

Esta inclinación o ladear del aguja importa tanto saberla, que aunque es pequeña, si no se advierte, errarán la navegación, e irán a parar a diferente lugar del que pretenden. Decíame a mí un piloto muy diestro, portugués, que eran cuatro puntos en todo el orbe, donde se fijaba la aguja con el Norte, y contábalas por sus nombres, de que no me acuerdo bien. Uno de estos es el paraje de las islas del Cuervo, en las Terceras o islas de Azores, como es cosa ya muy sabida. Pasando de allí a más altura, noruestea, que es decir que declina al poniente. Pasando al contrario a menos altura hacia el equinoccial nordestea, que es inclinar al oriente. Qué tanto y hasta dónde, diránlo los maestros de esta arte. Lo que yo diré es, que de buena gana preguntaría a los bachilleres que presumen de saberlo todo, que sea, que me digan la causa de este efecto. Por qué un poco de hierro de fregarse con la piedra imán, concibe tanta virtud de mirar siempre al Norte, y esto con tanta destreza, que sabe los climas y posturas diversas del mundo, dónde se ha de fijar, dónde inclinar a un lado, dónde a otro, que no hay filósofo, ni cosmógrafo, que así lo sepa.

Y si de estas cosas, que cada día traemos al ojo, no podemos hallar la razón, y sin duda se nos hicieran duras de creer si no las viéramos tan palpablemente, ¿quién no verá la necedad y disparate que es querernos hacer jueces, y sujetar a nuestra razón las cosas divinas y soberanas? Mejor es, como dice Gregorio teólogo, que a la fe se sujete la razón, pues aun en su casa no sabe bien entenderse. Baste esta digresión, y volvamos a nuestro cuento, concluyendo que el uso de la aguja de mar no le alcanzaron los antiguos: de donde se infiere que fue imposible hacer viaje del otro mundo a éste por el océano, llevando intento y determinación de pasar acá.

Historia natural y moral de las Indias
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