Capítulo IX

De algunos efectos maravillosos de vientos en partes de Indias

Gran saber sería explicar por menudo los efectos admirables que hacen diversos vientos en diversas partes, y dar razón de tales obras. Hay vientos que naturalmente enturbian el agua de la mar, y la ponen verdinegra: otros la ponen clara como un espejo. Unos alegran de suyo y recrean, otros entristecen y ahogan. Los que crían gusanos de seda tienen gran cuenta con cerrar las ventanas cuando corren esos vendavales; y cuando corren los contrarios, las abren; y por cierta experiencia hallan, que con los unos se les muere su ganado, o desmedra, con los otros se mejora, y engorda. Y aun en sí mismo lo probará el que advirtiere en ello, que hacen notables impresiones y mudanzas en la disposición del cuerpo las variedades de vientos que andan, mayormente en las partes afectas o indispuestas, y tanto más, cuanto son delicadas. La Escritura llama a un viento, abrasador; y a otro le llama, viento de rocío suave.

Y no es maravilla que en las yerbas, y en los animales, y hombres se sientan tan notables efectos del viento, pues en el mismo hierro, que es el más duro de los metales, se sienten visiblemente. En diversas partes de Indias vi rejas de hierro molidas y deshechas, y que apretando el hierro entre los dedos se desmenuzaba, como si fuera heno o paja seca; y todo esto causado de solo el viento, que todo lo gastaba y corrompía sin remedio. Pero dejando otros efectos grandes y maravillosos, solamente quiero referir dos: uno, que con dar angustias más que de muerte, no empece: otro, que sin sentirse corta la vida.

El marearse los hombres que comienzan a navegar, es cosa muy ordinaria; y si como lo es tanto y tan sabido su poco daño, no se supiera, pensaran los hombres que era aquel el mal de muerte, según corta, congoja, y aflije el tiempo que dura, con fuertes bascas de estómago, y dolor de cabeza, y otros mil accidentes molestos. Este tan conocido y usado efecto hace en los hombres la novedad del aire de la mar, porque aunque es así que el movimiento del navío, y sus vaivenes hacen mucho al caso para marearse más o menos, y asimismo la infección y mal olor de cosas de naos; pero la propia y radical causa es el aire y vahos del mar, lo cual extraña tanto el cuerpo y el estómago que no está hecho a ello, que se altera y congoja terriblemente, porque el aire en fin es con el que vivimos y respiramos, y le metemos en las mismas entrañas, y las bañamos con él. Y así no hay cosa que más presto, ni más poderosamente altere, que la mudanza del aire que respiramos, como se ve en los que mueren de peste.

Y que sea el aire de la mar el principal movedor de aquella extraña indisposición y náusea, pruébase con muchas experiencias. Una es que, corriendo cierto aire de la mar fuerte, acaece marearse los que están en tierra, como a mí me ha acaecido ya veces. Otra, que cuanto mas se entra en mar, y se apartan de tierra, más se marean. Otra, que yendo cubiertos de alguna isla, en embocando aire de gruesa mar, se siente mucho más aquel accidente: aunque no se niega que el movimiento y agitación también causa mareamiento, pues vemos que hay hombres que pasando ríos en barcas se marean, y otros que sienten lo mismo andando en carros, o carrozas, según son las diversas complexiones de estómago: como al contrario hay otros, que por gruesas mares que haga, no saben jamás qué es marearse. Pero, en fin, llano y averiguado negocio es, que el aire de la mar causa de ordinario ese efecto en los que de nuevo entran en ella.

Ha querido decir todo esto para declarar un efecto extraño que hace en ciertas tierras de Indias el aire o viento que corre, que es marearse los hombres con él, no menos, sino mucho más que en la mar. Algunos lo tienen por fábula, y otros dicen que es encarecimiento esto: yo diré lo que pasó por mí. Hay en el Perú una sierra altísima, que llaman Pariacaca; yo había oído decir esta mudanza que causaba, e iba preparado lo mejor que pude, conforme a los documentos que dan allá los que llaman baquianos o pláticos; y con toda mi preparación, cuando subí las escaleras, que llaman, que es lo más alto de aquella sierra, cuasi súbito me dió una congoja tan mortal, que estuve con pensamientos de arrojarme de la cabalgadura en el suelo; y porque aunque íbamos muchos, cada uno apresuraba el paso, sin aguardar compañero, por salir presto de aquel mal paraje, sólo me hallé con un indio, al cual le rogué me ayudase a tener en la bestia. Y con esto luego tantas arcadas y vómitos, que pensé dar el alma, porque tras la comida y flemas, cólera y más cólera, y una amarilla, y otra verde, llegué a echar sangre, de la violencia que el estómago sentía.

Finalmente digo, que si aquello durara, entendiera ser cierto el morir, mas no duró sino obra de tres o cuatro horas, hasta que bajamos bien abajo y llegamos a temple más conveniente, donde todos los compañeros, que serían catorce o quince, estaban muy fatigados, algunos caminando pedían confesión, pensando realmente morir. Otros se apeaban, y de vómitos y cámaras estaban perdidos; a algunos me dijeron que les había sucedido acabar la vida de aquel accidente. Otro vi yo que se echaba en el suelo y daba gritos del rabioso dolor que le había causado la pasada de Pariacaca. Pero lo ordinario es no hacer daño de importancia, sino aquel fastidio y disgusto penoso que da mientras dura.

Y no es solamente aquel paso de la sierra Pariacaca el que hace este efecto, sino toda aquella cordillera, que corre a la larga más de quinientas leguas, y por donde quiera que se pase se siente aquella extraña destemplanza, aunque en unas partes más que en otras, y mucho más a los que suben de la costa de la mar a la sierra, que no en los que vuelven de la sierra a los llanos. Yo la pasé fuera de Pariacaca, también por los Lucanas y Soras, y en otra parte por los Collaguas, y en otra por los Cabanas; finalmente, por cuatro partes diferentes en diversas idas y venidas, y siempre en aquel paraje, sentí la alteración y mareamiento, que he dicho, aunque en ninguna tanto como en la primera vez de Pariacaca. La misma experiencia tienen los demás que la han probado.

Que la causa de esta destemplanza y alteración tan extraña sea el viento o aire que allí reina, no hay duda ninguna, porque todo el remedio (y lo es muy grande) que hallan es en taparse cuanto pueden oídos y narices y boca, y abrigarse de ropa especialmente el estómago. Porque el aire es tan sutil y penetrativo, que pasa las entrañas, y no sólo los hombres sienten aquella congoja, pero también las bestias, que a veces se encalman, de suerte que no hay espuelas que basten a movellas. Tengo para mí, que aquel paraje es uno de los lugares de la tierra que hay en el mundo más alto; porque es cosa inmensa lo que se sube, que, a mi parecer, los puertos nevados de España y los Pirineos y Alpes de Italia son como casas ordinarias respecto de torres altas, y así me persuado que el elemento del aire está allí tan sutil y delicado, que no se proporciona a la respiración humana, que le requiere más grueso y más templado, y esa creo es la causa de alterar tan fuertemente el estómago y descomponer todo el sujeto.

Los puertos nevados o sierras de Europa que yo he visto, bien que tienen aire frío, que da pena, y obliga a abrigarse muy bien: pero ese frío no quita la gana del comer, antes la provoca; ni causa vómitos, ni arcadas en el estómago, sino dolor en los pies o manos; finalmente, es exterior su operación: mas el de Indias, que digo, sin dar pena a manos, ni pies, ni parte exterior, revuelve las entrañas. Y, lo que es más de admirar, acaece haber muy gentiles soles y calor en el mismo paraje, por donde me persuado que el daño se recibe de la cualidad del aire que se aspira y respira, por ser sutilísimo y delicadísimo, y su frío no tanto sensible, como penetrativo.

De ordinario es despoblada aquella cordillera, sin pueblos, ni habitación humana, pero aun para los pasajeros apenas hay tambos, o chozas donde guarecerse de noche. Tampoco se crían animales buenos, ni malos, si no son vicuñas, cuya propiedad es extraña, como se dirá en su lugar. Está muchas veces la hierba quemada y negra del aire que digo. Dura el despoblado de veinte a treinta leguas de traviesa, y en largo, como he dicho, corre más de quinientas. Hay otros despoblados o desiertos o páramos, que llaman en el Perú punas, porque, vengamos a lo segundo que prometimos, donde la cualidad del aire sin sentir corta los cuerpos y vidas humanas.

En tiempos pasados caminaban los españoles del Perú al reino de Chile por la sierra, ahora se va de ordinario por mar, y algunas veces, por la costa, que, aunque es trabajoso y molestísimo camino, no tiene el peligro que el otro camino de la sierra, en el cual hay unas llanadas donde, al pasar, perecieron muchos hombres y otros escaparon con gran ventura, pero algunos de ellos mancos o lisiados. De allí un airecillo no recio, y penetra de suerte que caen muertos cuasi sin sentirlo, o se les caen cortados de los pies y manos dedos, que es cosa que parece fabulosa y no lo es, sino verdadera historia.

Yo conocí y traté mucho al general Jerónimo Costilla, antiguo poblador del Cuzco, al cual le faltaban tres o cuatro dedos de los pies que, pasando por aquel despoblado a Chile, se le cayeron, porque, penetrados de aquel airecillo, cuando los fué a mirar estaban muertos, y como se cae una manzana anublada del árbol, se cayeron ellos mismos, sin dar dolor, ni pesadumbre. Refería el sobredicho capitán que, de un buen ejército, que había pasado los años antes, después de descubierto aquel reino por Almagro, gran parte había quedado allí muerta, y que vió los cuerpos tendidos por allí y sin ningún olor malo ni corrupción. Y aún añadía otra cosa extraña, que hallaron vivo un muchacho, y, preguntado cómo había vivido, dijo que escondiéndose en no sé qué chocilla, de donde salía a cortar con un cuchillejo de la carne de un rocín muerto, y así se había sustentado largo tiempo; y que no sé cuántos compañeros que se mantenían de aquella suerte, ya se habían acabado todos, cayéndose un día uno y otro día otro amortecidos, y que él no quería ya sino acabar allí como los demás, porque no sentía en sí disposición para ir a parte ninguna, ni gustar de nada. La misma relación oí a otros, y, entre ellos, a uno que era de la Compañía y siendo seglar había pasado por allí.

Cosa maravillosa es la cualidad de aquel aire frío, para matar y, juntamente, para conservar los cuerpos muertos sin corrupción. Lo mismo me refirió un religioso grave, dominico, y perlado de su Orden, que lo había él visto, pasando por aquellos despoblados; y aún me contó que, siéndole forzoso hacer noche allí para ampararse del vientecillo, que digo que corre en aquel paraje tan mortal, no hallando otra cosa a manos, juntó cantidad de aquellos cuerpos muertos que había al derredor y hizo de ellos una como paredilla por cabecera de su cama; y así durmió, dándole la vida los muertos.

Sin duda es un género de frío aquél, tan penetrativo, que apaga el calor vital y corta su influencia, y, por ser juntamente sequísimo, no corrompe ni pudre los cuerpos muertos, porque la corrupción procede de calor y humedad. Cuanto a otro género de aire, que se siente sonar debajo de la tierra y causa temblores y terremotos, más en Indias que en otras partes, decirse ha cuando se trate de las cualidades de la tierra de Indias. Por ahora contentarnos hemos con lo dicho de los vientos y aires, y pasaremos a lo que se ofrece considerar del agua.

Historia natural y moral de las Indias
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicadoa.xhtml
proemio.xhtml
libroprimero.xhtml
k001.xhtml
k002.xhtml
k003.xhtml
k004.xhtml
k005.xhtml
k006.xhtml
k007.xhtml
k008.xhtml
k009.xhtml
k010.xhtml
k011.xhtml
k012.xhtml
k013.xhtml
k014.xhtml
k015.xhtml
k016.xhtml
k017.xhtml
k018.xhtml
k019.xhtml
k020.xhtml
k021.xhtml
k022.xhtml
k023.xhtml
k024.xhtml
k025.xhtml
librosegundo.xhtml
k026.xhtml
k027.xhtml
k028.xhtml
k029.xhtml
k030.xhtml
k031.xhtml
k032.xhtml
k033.xhtml
k034.xhtml
k035.xhtml
k036.xhtml
k037.xhtml
k038.xhtml
k039.xhtml
advertencia.xhtml
librotercero.xhtml
k040.xhtml
k041.xhtml
k042.xhtml
k043.xhtml
k044.xhtml
k045.xhtml
k046.xhtml
k047.xhtml
k048.xhtml
k049.xhtml
k050.xhtml
k051.xhtml
k052.xhtml
k053.xhtml
k054.xhtml
k055.xhtml
k056.xhtml
k057.xhtml
k058.xhtml
k059.xhtml
k060.xhtml
k061.xhtml
k062.xhtml
k063.xhtml
k064.xhtml
k065.xhtml
k066.xhtml
librocuarto.xhtml
k067.xhtml
k068.xhtml
k069.xhtml
k070.xhtml
k071.xhtml
k072.xhtml
k073.xhtml
k074.xhtml
k075.xhtml
k076.xhtml
k077.xhtml
k078.xhtml
k079.xhtml
k080.xhtml
k081.xhtml
k082.xhtml
k083.xhtml
k084.xhtml
k085.xhtml
k086.xhtml
k087.xhtml
k088.xhtml
k089.xhtml
k090.xhtml
k091.xhtml
k092.xhtml
k093.xhtml
k094.xhtml
k095.xhtml
k096.xhtml
k097.xhtml
k098.xhtml
k099.xhtml
k100.xhtml
k101.xhtml
k102.xhtml
k103.xhtml
k104.xhtml
k105.xhtml
k106.xhtml
k107.xhtml
k108.xhtml
libroquinto.xhtml
k109.xhtml
k110.xhtml
k111.xhtml
k112.xhtml
k113.xhtml
k114.xhtml
k115.xhtml
k116.xhtml
k117.xhtml
k118.xhtml
k119.xhtml
k120.xhtml
k121.xhtml
k122.xhtml
k123.xhtml
k124.xhtml
k125.xhtml
k126.xhtml
k127.xhtml
k128.xhtml
k129.xhtml
k130.xhtml
k131.xhtml
k132.xhtml
k133.xhtml
k134.xhtml
k135.xhtml
k136.xhtml
k137.xhtml
k138.xhtml
k139.xhtml
k140.xhtml
librosexto.xhtml
k141.xhtml
k142.xhtml
k143.xhtml
k144.xhtml
k145.xhtml
k146.xhtml
k147.xhtml
k148.xhtml
k149.xhtml
k150.xhtml
k151.xhtml
k152.xhtml
k153.xhtml
k154.xhtml
k155.xhtml
k156.xhtml
k157.xhtml
k158.xhtml
k159.xhtml
k160.xhtml
k161.xhtml
k162.xhtml
k163.xhtml
k164.xhtml
k165.xhtml
k166.xhtml
k167.xhtml
k168.xhtml
librosetimo.xhtml
k169.xhtml
k170.xhtml
k171.xhtml
k172.xhtml
k173.xhtml
k174.xhtml
k175.xhtml
k176.xhtml
k177.xhtml
k178.xhtml
k179.xhtml
k180.xhtml
k181.xhtml
k182.xhtml
k183.xhtml
k184.xhtml
k185.xhtml
k186.xhtml
k187.xhtml
k188.xhtml
k189.xhtml
k190.xhtml
k191.xhtml
k192.xhtml
k193.xhtml
k194.xhtml
k195.xhtml
k196.xhtml