Capítulo XIV
Del flujo y reflujo del mar océano en Indias
Uno de los secretos admirables de naturaleza es el flujo y reflujo del mar, no solamente por la extrañeza de su crecimiento y disminución, sino mucho más por la variedad que en diversos mares se halla en esto, y aun en diversas playas de un mismo mar.
Hay mares que no tienen el flujo y reflujo cotidiano, como consta del Mediterráneo inferior, que es el Tirreno; teniendo flujo y reflujo cotidiano el Mediterráneo superior, que es el mar de Venecia, cosa, que con razón, causa admiración, porque siendo ambos Mediterráneos, y no mayor el de Venecia, aquel tiene flujo y reflujo, como el océano, y es otro mar de Italia no lo tiene; pero algunos Mediterráneos manifiestamente tienen crecimiento y menguante cada mes, otros ni al día, ni al mes. Otros mares como el océano de España, tienen el flujo y reflujo de cada día y, ultra de éste, el de cada mes, que son dos; es, a saber, a la entrada y a la llena de luna, que llaman aguas vivas. Mar que tenga el crecimiento y disminución de cada día, y no le tenga el de cada mes, no sé que le haya.
En las Indias es cosa de admiración la variedad que hay en esto; partes hay en que llena y vacía la mar cada día dos leguas, como se ve en Panamá, y en aguas vivas es mucho más. Hay otras donde es tan poco lo que sube y lo que baja, que apenas se conoce la diferencia. Lo común es tener el mar océano creciente y menguante, cotidiana y menstrua; y la cotidiana es dos veces al día natural, y siempre tres cuartos de hora menos el un día del otro, conforme al movimiento de la luna, y así nunca la marea un día es a la hora del otro.
Este flujo y reflujo han querido algunos sentir que es movimiento local del agua del mar, de suerte que el agua que viene creciendo a una parte, va descreciendo a la contraria, y así es menguante en la parte opuesta del mar cuando es acá creciente. A la manera que en una caldera hace ondas el agua, que es llano que, cuando a la una parte sube, baja a la otra. Otros afirman que el mar a un mismo tiempo crece a todas partes, y a un mismo tiempo mengua también a todas partes; de modo que es como el hervor de la olla, que juntamente sube y se extiende a todas sus partes, y cuando se aplaca, juntamente se disminuye a todas partes.
Este segundo parecer es verdadero, y se puede tener, a mi juicio, por cierto y averiguado, no tanto por las razones que para esto dan los filósofos que en sus meteoros fundan esta opinión, cuanto por la experiencia cierta que de este negocio se ha ya podido alcanzar. Porque, para satisfacerme de este punto y cuestión, yo pregunté, con muy particular curiosidad al piloto arriba dicho, como eran las mareas que en el estrecho hallaron, si por ventura descrecían y menguaban las mareas del mar del sur, al tiempo que subían y pujaban las del mar del norte, y al contrario. Porque, siendo esto así, era claro que el crecer el mar de una parte, era descrecer de otra, que es lo que la primera opinión afirma. Respondióme que no era de esa suerte, sino que, clarísimamente, a un propio tiempo venían creciendo las mareas del mar del norte y las del mar del sur, hasta encontrarse unas olas con otras, y que a un mismo tiempo volvían a bajar cada una a su mar; y que este pujar y subir, y después bajar y menguar, era cosa que cada día la veían, y que el golpe y encuentro de la una y otra creciente era (como tengo dicho) a las setenta leguas del mar del norte y treinta del mar del sur.
De donde se colige manifiestamente que el flujo y reflujo del océano no es puro movimiento local, sino alteración y fervor con que realmente todas sus aguas suben y crecen a un mismo tiempo, y a otro tiempo bajan y menguan, de la manera que del fervor de la olla se ha puesto la semejanza. No fuera posible comprender por vía de experiencia este negocio, sino en el estrecho, donde se junta todo el mar océano entre sí. Porque por las playas opuestas, saber si cuando en la una crece, descrece en la otra, sólo los ángeles lo podrían averiguar, que los hombres no tienen ojos para ver tanta distancia, ni pies para poder llevar los ojos con la presteza que una marea da de tiempo, que son solamente seis horas.