Capítulo IV

Que en la tórrida zona corren siempre brisas, y fuera de ella vendavales y brisas

No es el camino de mar como el de tierra, que por donde se va por allí se vuelve. El mismo camino es, dijo el filósofo, de Atenas a Tebas, y de Tebas a Atenas. En la mar no es así, por un camino se va, y por otro diferente se vuelve. Los primeros descubridores de Indias occidentales, y aun de la oriental, pasaron gran trabajo y dificultad en hallar la derrota cierta para ir, y no menos para volver, hasta que la experiencia, que es la maestra de estos secretos, les enseñó que no era el navegar por el océano, como el ir por el Mediterráneo a Italia, donde se van reconociendo a ida y vuelta unos mismos puertos y cabos, y sólo se espera el favor del aire, que con el tiempo se muda. Y aun cuando esto falta, se valen del remo; y así van y vienen galeras costeando.

En el mar Océano en ciertos parajes no hay esperar otro viento: ya se sabe que el que corre ha de correr más o menos: en fin, el que es bueno para ir no es para volver. Porque en pasando del trópico, y entrando en la tórrida señorean la mar siempre los vientos que vienen del nacimiento del sol, que perpetuamente soplan, sin que jamás den lugar a que los vientos contrarios por allí prevalezcan, ni aun se sientan. En donde hay dos cosas maravillosas: una, que en aquella región, que es la mayor de las cinco, en que dividen el mundo, reinen vientos de oriente, que llaman brisas, sin que los de poniente, o de mediodía, que llaman vendavales, tengan lugar de correr en ningún tiempo de todo el año. Otra maravilla es que jamás faltan por allí brisas, y en tanto más ciertas son cuanto el paraje es más propincuo a la línea, que parece habían de ser allí ordinarias las calmas, por ser la parte del mundo más sujeta al ardor del sol; y es al contrario; que apenas se hallan calmas, y la brisa es mucho más fresca y durable. En todo lo que se ha navegado de Indias se ha averiguado ser así.

Esta, pues, es la causa de ser mucho más breve, y más fácil, y aun más segura la navegación que se hace yendo de España a las Indias occidentales que la de ellas volviendo a España. Salen de Sevilla las flotas, y hasta llegar a las Canarias sienten la mayor dificultad, por ser aquel golfo de las Yeguas vario y contrastado de varios vientos. Pasadas las Canarias, van bajando hasta entrar en la tórrida, y hallan luego la brisa, y navegan a popa, que apenas hay necesidad de tocar a las velas en todo el viaje. Por eso llamaron a aquel gran golfo el golfo de las Damas, por su quietud y apacibilidad. Así llegan hasta las islas Dominica, Guadalupe, Deseada, Marigalante, y las otras que están en aquel paraje, que son como arrabales de las tierras de Indias. Allí las flotas se dividen; y las que van a Nueva España echan a mano derecha en demanda de la Española, y reconociendo el cabo de San Antón, dan consigo en San Juan de Ulúa, sirviéndoles siempre la misma brisa. Las de Tierra Firme toman la izquierda, y van a reconocer la altísima sierra Tayrona, y tocan en Cartagena, y pasan a Nombre de Dios, de donde por tierra se va a Panamá, y de allí por la mar del sur al Perú.

Cuando vuelven las flotas a España hacen su viaje en esta forma: la de el Perú va a reconocer el cabo de San Antón, y en la isla de Cuba se entra en La Habana, que es un muy hermoso puerto de aquella isla. La flota de Nueva España viene también desde la Veracruz, o isla de San Juan de Ulúa a La Habana, aunque con trabajo, porque son ordinarias allí las brisas, que son vientos contrarios. En La Habana, juntas las flotas, van la vuelta de España buscando altura fuera de los trópicos, donde ya se hallan vendavales, y con ellos vienen a reconocer las islas de Azores, o Terceras, y de allí a Sevilla. De suerte que la ida es en poca altura, y siempre menos de veinte grados, que es ya dentro de los trópicos; y la vuelta es fuera de ellos, por lo menos en veintiocho o treinta grados.

Y es la razón, la que se ha dicho, que dentro de los trópicos reinan siempre vientos de oriente, y son buenos para ir de España a Indias occidentales, porque es ir de oriente a poniente. Fuera de los trópicos, que son en veinte y tres grados, hállanse vendavales, y tanto más ciertos, cuanto se sube a más altura; y son buenos para volver de Indias, porque son vientos de mediodía y poniente, y sirven para volver a oriente y norte.

El mismo discurso pasa en las navegaciones que se hacen por el mar del sur, navegando de la Nueva España, o el Perú a las Filipinas, o a la China, y volviendo de las Filipinas o China a la Nueva España. Porque a la ida, como es navegar de oriente a poniente, es fácil; y cerca de la línea se halla siempre viento a popa, que es brisa. El año de ochenta y cuatro salió del Callao de Lima un navío para las Filipinas, y navegó dos mil y setecientas leguas sin ver tierra: la primera que reconoció fué la isla de Luzón, a donde iba, y allí tomo puerto, habiendo hecho su viaje en dos meses, sin faltarles jamás viento, ni tener tormenta, y fué su derrota cuasi por debajo de la línea, porque de Lima, que está a doce grados al sur, vinieron a Manila, que está cuasi otros tantos al norte. La misma felicidad tuvo en la ida al descubrimiento de las islas que llaman de Salomón, Álvaro de Mendaña, cuando las descubrió, porque siempre tuvieron viento a popa, hasta topar las dichas islas, que deben de distar del Perú, de donde salieron, como mil leguas, y están en la propia altura al sur.

La vuelta es como de Indias a España, porque para hallar vendavales los que vuelven de las Filipinas, o China a Méjico, suben a mucha altura, hasta ponerse en el paraje de los Japones, y vienen a reconocer las Californias, y por la costa de la Nueva España tornan al puerto de Acapulco, de donde habían salido. De suerte, que en esta navegación está también verificado que de oriente a poniente se navega bien dentro de los trópicos, por reinar vientos orientales: y volviendo de poniente a oriente, se han de buscar los vendavales, o ponientes fuera de los trópicos en altura de veinte y siete grados arriba.

La misma experiencia hacen los portugueses en la navegación a la India, aunque es al revés, porque el ir de Portugal allá es trabajoso, y el volver es más fácil. Porque navegan a la ida de poniente a oriente, y así procuran subirse hasta hallar los vientos generales, que ellos dicen que son también de veinte y siete grados arriba. A la vuelta reconocen a las Terceras; pero esles más fácil, porque vienen de oriente, y sírvenles las brisas, o nordestes. Finalmente, ya es regla, y observación cierta de marineros, que dentro de los trópicos reinan los vientos de levante; y así es fácil navegar al poniente. Fuera de los trópicos unos tiempos hay brisas, otros, y lo más ordinario, hay vendavales; y por eso quien navega de poniente a oriente procura salirse de la tórrida, y ponerse en altura de veinte y siete grados arriba. Con la cual regla se han ya los hombres atrevido a emprender navegaciones extrañas para partes remotísimas, y jamás vistas,

Historia natural y moral de las Indias
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