Capítulo XV
De diversos pescados y modos de pescar de los indios
Hay en el océano multitud de pescados que sólo el Hacedor puede declarar sus especies y propiedades. Muchos de ellos son del mismo género que en la mar de Europa se hallan, como lizas, sábalos, que suben de la mar a los ríos, dorados, sardinas y otros muchos. Otros hay que no sé que los haya por acá, como los que llaman cabrillas, y tienen alguna semejanza con truchas, y los que en Nueva España llaman bobos, que suben de la mar a los ríos. Besugos, ni truchas, no las he visto; dicen que en tierra de Chile las hay. Atunes hay algunos, aunque raros, en la costa del Perú, y es opinión que a tiempos suben a desovar al estrecho de Magallanes, como en España al estrecho de Gibraltar, y por eso se hallan más en la costa de Chile, aunque el atún que yo he visto traído de allá no es tal como lo de España.
En las islas que llaman de Barlovento, que son Cuba, la Española, Puerto Rico, Jamaica, se halla el que llaman manatí, extraño género de pescado, si pescado se puede llamar animal que pare vivos sus hijos, y tiene tetas, y leche con que los cría, y pace yerba en el campo; pero en efecto habita de ordinario en el agua, y por eso le comen por pescado, aunque yo cuando en Santo Domingo lo comí un viernes, casi tenía escrúpulo, no tanto por lo dicho, como porque en el color y sabor no parecían sino tajadas de ternera, y en parte de pernil, las postas de este pescado: es grande como una vara.
De los tiburones, y de su increíble voracidad, me maravillé con razón cuando vi que de uno que habían tomado en el puerto que he dicho le sacaron del buche un cuchillo grande carnicero, y un anzuelo grande de hierro, y un pedazo grande de la cabeza de una vaca con su cuerno entero, y aun no sé si ambos a dos. Yo vi por pasatiempo echar, colgado de muy alto, en una poza que hace la mar, un cuarto de un rocín, y venir a él al momento una cuadrilla de tiburones tras el olor; y porque se gozase mejor la fiesta, no llegaba al agua la carne del rocín, sino levantada no sé cuántos palmos; tenía en derredor esta gentecilla que digo, que daban saltos, y de una arremetida en el aire cortaban carne y hueso, con extraña presteza, y así cercenaban el mismo jarrete de el rocín, como si fuera un trancho de lechuga; pero tales navajas tienen en aquella su dentadura.
Asidos a estos fieros tiburones andan unos pececillos, que llaman romeros, y por más que hagan no los pueden echar de sí: estos se mantienen de lo que a los tiburones se les escapa por los lados. Voladores son otros pececillos que se hallan en la mar dentro de los trópicos, y no sé que se hallen fuera. A éstos persiguen los dorados, y por escapar de ellos saltan de la mar, y van buen pedazo por el aire; por eso los llaman voladores: tienen unas aletas como de tetilla o pergamino que les sustentan un rato en el aire. En el navío en que yo iba voló o saltó uno, y vi la facción que digo de alas.
De los lagartos o caimanes que llaman hay mucho escrito en Historias de Indias; son verdaderamente los que Plinio y los antiguos llaman cocodrilos. Hállanse en las playas y ríos calientes: en las playas o ríos fríos no se hallan. Por eso en toda la costa del Perú no los hay hasta Payta, y de allí adelante son frecuentísimos en los ríos. Es animal ferocísimo, aunque muy torpe: la presa hace fuera del agua, y en ella ahoga lo que toma vivo; pero no lo traga sino fuera del agua, porque tiene el tragadero de suerte que fácilmente se ahogaría entrándole agua.
Es maravilla la pelea del caimán con el tigre, que los hay ferocísimos en Indias. Un religioso nuestro me refirió haber visto a estas bestias pelear cruelísimamente a la orilla de la mar. El caimán con su cola daba recios golpes al tigre, y procuraba con su gran fuerza llevarle al agua; el tigre hacía fuerte presa en el caimán con las garras, tirándole a tierra. Al fin prevaleció el tigre, y abrió al lagarto; debió de ser por la barriga, que la tiene blanda, que todo lo demás no hay lanza, y aun apenas arcabuz que lo pase. Más excelente fué la victoria que tuvo de otro caimán un indio, al cual le arrebató un hijuelo, y se lo metió debajo del agua, de que el indio lastimado y sañudo se echó luego tras él con un cuchillo, y como son excelentes buzos, y el caimán no prende sino fuera del agua, por debajo de la barriga le hirió, de suerte que el caimán se salió herido a la ribera, y soltó al muchacho, aunque ya muerto y ahogado.
Pero más maravillosa es la pelea que tienen los indios con las ballenas, que cierto es una grandeza del Hacedor de todo dar a gente tan flaca como indios habilidad y osadía para tomarse con la más fiera y disforme bestia de cuantas hay en el universo; y no sólo pelear, pero vencer y triunfar tan gallardamente. Viendo esto, me he acordado muchas veces de aquello del salmo, que se dice de la ballena: Draco iste, quem formasti ad illudendum ei. ¿Qué más burla que llevar un indio solo con un cordel vencida y atada una ballena tan grande como un monte?
El estilo que tienen, según me refirieron personas expertas, los indios de la Florida, donde hay gran cantidad de ballenas, es meterse en una canoa, o barquilla, que es como una artesa, y bogando llégase al costado de la ballena, y con gran ligereza salta, y sube sobre su cerviz, y allí caballero, aguardando tiempo, mete un palo agudo y recio, que trae consigo, por la una ventana de la nariz de la ballena; llamo nariz a aquella fístula por donde respiran las ballenas; luego le golpea con otro palo muy bien, y le hace entrar bien profundo. Brama la ballena, y da golpes en la mar, y levanta montes de agua, y húndese dentro con furia, y torna a saltar, no sabiendo qué hacerse de rabia. Estáse quedo el indio y muy caballero, y la enmienda que hace del mal hecho es hincarle otro palo semejante en la otra ventana, y golpearle de modo que le tapa del todo, y le quita la respiración; y con esto se vuelve a su canoa, que tiene asida al lado de la ballena con una cuerda, pero deja primero bien atada su cuerda a la ballena, y haciéndose a un lado con su canoa, va así dando cuerda a la ballena. La cual, mientras está en mucha agua, da vueltas a una parte y a otra, como loca de enojo, y al fin se va acercando a tierra, donde con la enormidad de su cuerpo presto encalla, sin poder ir ni volver. Aquí acuden gran copia de indios al vencido para coger sus despojos. En efecto, la acaban de matar, y la parten y hacen trozos, y de su carne harto perversa, secándola y moliéndola hacen ciertos polvos que usan para su comida, y les dura largo tiempo. También se cumple aquí lo que de la misma ballena dice otro salmo: Dedisti eum escam populis Aethiopum. El adelantado Pedro Meléndez muchas veces contaba esta pesquería, de que también hace mención Monardes en su libro.
Aunque es más menuda, no deja de ser digna de referirse también otra pesquería que usan de ordinario los indios en la mar. Hacen unos como manojos de juncia, o espadañas secas bien atadas, que allá llaman balsas, y llévanlas a cuestas hasta la mar, donde arrojándolas con presteza suben en ellas, y así caballeros se entran la mar adentro, y bogando con unos canaletes de un lado y de otro se van una y dos leguas en alta mar a pescar; llevan en los dichos manojos sus redes y cuerdas, y sustentándose sobre las balsas, lanzan su red, y están pescando grande parte de la noche, o del día, hasta que hinchen su medida, con que dan la vuelta muy contentos. Cierto, verlos ir a pescar en el Callao de Lima era para mí cosa de gran recreación, porque eran muchos, y cada uno en su balsilla caballero, o sentado a porfía cortando las olas del mar, que es bravo allí donde pescan, parecían los tritones, o Neptunos que pintan sobre el agua. En llegando a tierra, sacan su barco a cuestas, y luego le deshacen; y tienden por aquella playa las espadañas para que se enjuguen y sequen.
Otros indios de los valles de Ica solían ir a pescar en unos cueros, o pellejos de lobo marino hinchados, y de tiempo a tiempo los soplaban como a pelotas de viento para que no se hundiesen. En el valle de Cañete, que antiguamente decían el Guarco, había innumerables indios pescadores; y porque resistieron al Inga, cuando fué conquistando aquella tierra, fingió paces con ellos, y ellos por hacerle fiesta, hicieron una pesca solemne de muchos millares de indios, que en sus balsas entraron en la mar: a la vuelta, el Inga tuvo apercibidos soldados de callada, y hizo en ellos cruel estrago, por donde quedó aquella tierra tan despoblada, siendo tan abundante.
Otro género de pesca vi, a que me llevó el virrey don Francisco de Toledo; verdad es que no era en mar, sino en un río, que llaman el Río Grande, en la provincia de los Charcas, donde unos indios Chiriguanás se zambullían debajo del agua, y nadando con admirable presteza seguían los peces, y con unas fisgas, o harpones que llevaban en la mano derecha, nadando solo con la izquierda herían el pescado; y así atravesado lo sacaban arriba, que cierto parecían ellos ser más peces que hombres de la tierra. Y ya que hemos salido de la mar, vamos a esotros géneros de aguas que restan por decir.