XXX. EL FIN DE LOS LONGOBARDOS
A Esteban le había sucedido su hermano Paulo[24], que hasta entonces había sido su eminencia gris. La elección encontró vivas oposiciones, especialmente en el partido filolongobardo, muy poderoso en Roma. El Iconoclasmo seguía ahondando la oposición entre Roma y Constantinopla. Por temor a quedar aislado y a merced de los reyes de Pavía, el Papa intensificó las relaciones con Pipino, a quien colmó de bendiciones y regalos, entre ellos una gramática griega, un manual de ortografía y una clepsidra.
Paulo reinó durante diez años, pero cometió tantas torpezas que cuando murió nadie lo echó de menos. Su desaparición hundió a la urbe en el caos. Los bandos rivales, empeñados en recoger su herencia, se atacaron mutuamente. Traición y delito ensangrentaron a la Iglesia y Roma se transformó en un verdadero campo de batalla.
En 768, después de un año de disturbios, fue elegido Papa un sacerdote siciliano que tomó el nombre de Esteban III. El mismo año murió, al parecer de malaria, Pipino, dejando el trono a sus dos hijos, Carlomagno y Carlomán.
Carlomán había nacido el año 751 y a la muerte de su padre tenía diecisiete años. En cambio, es discutida la fecha de nacimiento de Carlomagno. Eginardo propone tres: 742, 743 y 744. La primera es la más probable. La explicación de este pequeño misterio anagráfico debe buscarse en otra fecha: la del matrimonio de Pipino con Bertrada. Cuando nació Carlomagno, el rey y la reina aún no estaban casados. Entre los primitivos germanos se toleraba el concubinato; no había mal alguno, por lo tanto, en que una pareja tuviera hijos prematuramente, pero los francos se habían convertido al catolicismo, que consideraba pecaminosas las uniones no sancionadas por la Iglesia. Eginardo, el historiador oficial de la dinastía carolingia, era, como todos los historiadores oficiales, un cortesano cauto y obsequioso y, por lo tanto, le molestaba decir que su rey había nacido antes de que sus padres contrajeran matrimonio. Su Vita Karoli pasa completamente en silencio la infancia y la juventud de Carlomagno. Solo a la muerte del padre, Eginardo arrojó un poco de luz sobre él.
A su muerte, Pipino ya había dividido el reino en dos partes: Austrasia, Neustria y Aquitania habían sido asignadas a Carlomagno, y Borgoña, Provenza, Alsacia y Suabia a Carlomán. El primero fijó su residencia en Aquisgrán, y el segundo en Sampsussy.
Las relaciones entre los dos hermanos nunca habían sido buenas, y sobre el reino franco pesaba la amenaza de una guerra civil que hubiera comprometido irremediablemente la fatigosa obra de unificación llevada a cabo por Pipino. El peligro fue conjurado por las maniobras combinadas del Papa y Bertrada, quienes consiguieron pacificar a los dos hermanos. La reina madre era una mujer autoritaria y emprendedora, que tenía un gran ascendiente sobre los dos hijos. Después de la muerte de su marido, su influencia en la corte había crecido notablemente. Tomaba parte en los consejos de ministros, vigilaba los gastos del Estado e intervenía personalmente en las decisiones militares. En política exterior se las arregló para promover la reconciliación con los longobardos, y para este fin cruzó los Alpes y fue a Pavía.
Desiderio la acogió con todos los honores. La estancia de la reina en Italia duró pocos días, pero le bastaron para disponer dos importantes matrimonios: el primero, entre Ermengarda, hija de Desiderio, y Carlomagno, y el segundo, entre su propia hija, Gisila, que entonces tenía doce años, y el primogénito del rey de los longobardos, Adelqui. Carlomagno estaba ya casado con Imiltrude, que durante mucho tiempo había sido su concubina. Cuando Ermengarda, acompañada por la suegra, llegó a Aquisgrán, Imiltrude fue repudiada. El Papa escribió, indignado, a Carlomagno, pero cuando Desiderio y Bertrada le entregaron algunas ciudades de la Italia central, bendijo la unión.
En Aquisgrán, sin embargo, después de una borrascosa luna de miel, el matrimonio de Carlomagno y Ermengarda estuvo al borde del fracaso. La hija de Desiderio era una joven tan grácil como enfermiza, que no soportaba el húmedo clima austrasiano. No logró dar un heredero al marido y en la corte se decía que era estéril. En el verano del año 771, a pesar de la oposición de Bertrada, Carlomagno la repudió y reexpidió a Pavía. Aquel fue un año importante. El 4 de diciembre, en circunstancias misteriosas, murió Carlomán, a la edad de veinte años. Dos meses después, el 3 de febrero de 772, falleció el Papa Esteban. La desaparición de estos protagonistas señaló, o coincidió, con el término de la gran tregua franco-longobarda.
Al Papa Esteban III le sucedió Adriano I, un diácono romano de noble origen, sanguíneo, generoso e ignorante. Sus cartas, recogidas en el Código Carolino, son un florilegio de despropósitos, milagros y falsedades. La elección fue desfavorablemente acogida en Pavía, donde el nuevo pontífice era considerado un «duro», contrario a los compromisos e impulsor de una política de fuerza. En la urbe, el partido longobardo había tratado por todos los medios de impedir su elección, pero las maniobras habían resultado inútiles. Entonces, Desiderio envió a Roma tres embajadores con la misión de entablar cordiales relaciones con el Papa. Adriano les concedió audiencia en Letrán. Después, frente a toda la curia, acusó a Desiderio de traicionar los pactos. Por toda respuesta, el rey longobardo ocupó Faveza, Ferrara y Comacchio, que en el año 756 Astolfo había cedido al Papa.
Al empeoramiento de las relaciones entre Roma y París se añadió el de la enemistad surgida entre Pavía y Aquisgrán. El repudio de Ermengarda había sido una grave ofensa para Desiderio, que en ese acto adivinaba el primer paso hacia un vuelco de las alianzas. En la primavera de 772, la viuda de Carlomán, Gerberga, acompañada de dos hijitos, cruzó los Alpes y pidió asilo en Pavía. A la muerte de su hermano, Carlomagno se había anexionado Borgoña, Provenza, Alsacia y Suabia y se había hecho proclamar único rey de los francos, pisoteando muchos privilegios y provocando, por lo tanto, otras tantas animadversiones. Este concurso de circunstancias hizo creer a Desiderio que estaban maduros los tiempos para vindicar la vergüenza sufrida por su hija. En el otoño del mismo año, los longobardos invadieron la Pentápolis, se adueñaron de Sinigalia, Jesi, Urbino y Gubbio. Adriano pidió ayuda al único aliado que en aquel momento estaba en condiciones de dársela. Escribió una larga carta a Carlomagno invocando, con acento dolorido, su intervención. Después dispuso la defensa de la ciudad, hizo levantar barricadas y ordenó trasladar el tesoro de San Pedro a sus habitaciones.
En Pavía, los duques longobardos seguían quejándose de Desiderio. Carlomagno, que acababa de recibir el llamamiento del Papa, se dio cuenta de la situación e intentó llegar a un acuerdo con su rival. Pidió a Desiderio que devolviera al pontífice aquellas ciudades que le había arrebatado durante la última campaña militar y, en cambio, le ofreció catorce mil sueldos de oro y un número no precisado de vasos de plata. El rey longobardo se negó. Entonces Carlomagno ordenó la movilización de los francos y formó dos ejércitos, uno lo confió a su tío Bernardo, y el otro lo condujo personalmente.
El primero cruzó los Alpes por el Gran San Bernardo, y el segundo por el Moncenisio. Desiderio salió desde Susa y marchó contra Carlomagno, mientras su hijo Adelqui avanzaba en dirección al Gran San Bernardo. El rey franco cruzó los Alpes sin encontrar resistencia. Las dificultades empezaron cuando bajó al valle. Los longobardos habían construido una barrera maciza de fortificaciones. Carlomagno, temiendo una guerra de trincheras, que habría desgastado a sus tropas lejos de las bases de aprovisionamiento, pidió, aunque inútilmente, una tregua. Desiderio había ganado el primer combate. Los francos, concentrados en las orillas del río Dora, estaban literalmente paralizados por las fortificaciones enemigas.
Sin embargo, los términos se invirtieron en el frente cuando llegó la noticia de que el ejército de Adelqui había sido desbaratado por Bernardo, que a marchas forzadas se dirigía ahora a Pavía. Los longobardos, presa del pánico, se retiraron seguidos de cerca por los francos, que por fin habían logrado romper las barreras. Las tropas de Desiderio llegaron a Pavía exhaustas por la persecución. Se encerraron en la ciudad y se dispusieron a resistir el asedio, que duró ocho meses, de octubre de 773 a junio del año siguiente. Entretanto, Carlomagno se dirigió a Austrasia, donde había dejado a su tercera mujer, Hildegarda, una princesa alemana de trece años, con la que se había casado después de repudiar a Ermengarda, y a su hijo Pipino, un niño de ocho años, jorobado y enfermizo. Después de unas semanas volvió con ellos a su cuartel general de Pavía. Entretanto, Adelqui, en compañía de Gerberga y de sus hijos, se había refugiado en Verona, donde existía una guarnición longobarda. Carlomagno asedió también la ciudad véneta, que se rindió de inmediato. Adelqui consiguió huir. Gerberga y sus hijos cayeron prisioneros y fueron encerrados en un monasterio.
El rey franco volvió ante las murallas de Pavía, donde se mantuvo hasta la víspera de Pascua. Entonces, acompañado de un nutrido grupo de condes, obispos y abades, siguió el camino de Roma. El Papa envió a su encuentro una delegación de cardenales y notables que lo acompañó hasta la ciudad. Carlomagno apareció a caballo a la cabeza del cortejo. Cuando lo vieron los romanos entonaron el Te Deum de acción de gracias y en nombre del pontífice le ofrecieron una cruz y un estandarte con los colores de la Iglesia. Después, todos se pusieron en marcha hacia la basílica de San Pedro. Cuando llegó a los pies de la escalinata, el rey franco se arrodilló, inclinó la frente, besó el primer peldaño y repitió el mismo gesto con los siguientes. En lo alto del atrio, lo esperaba Adriano. Carlomagno y el Papa, que no se conocían, se abrazaron. Entraron en la basílica y se encaminaron hacia el altar mayor, donde se recogieron en oración. El pontífice celebró una misa cantada, después de la cual llevó a su huésped a rendir homenaje a la tumba de san Pedro. El día siguiente, el Papa bautizó a algunos centenares de romanos y francos. Una misa solemne siguió a la ceremonia.
El 16 de abril, según cuenta el biógrafo de Adriano, en la basílica de San Pedro ocurrió un suceso histórico muy importante. Carlomagno ratificó ante el pontífice la donación de su padre Pipino y a título personal la completó con nuevos territorios, algunos de los cuales pertenecían aún a los longobardos y a los bizantinos, como los ducados de Espoleto y Benevento, Venecia e Istria. El Papa se convirtió así en dueño absoluto de dos terceras partes de Italia, con la única excepción del Piamonte, Lombardía, parte de la región de Nápoles y Calabria.
Los historiadores han negado la autenticidad de este relato, que corre parejas con la patraña de la «Donación de Constantino». En realidad, Carlomagno se limitó a garantizar la integridad del pontífice y a defender los confines del ducado romano.
El rey franco salió de Roma después de unos diez días para regresar a Pavía, ya extenuada por el asedio y por una epidemia de disentería. A primeros de junio, la ciudad capituló. Desiderio fue hecho prisionero con su esposa Ansa y uno de sus hijos y encerrado en el monasterio de Corbie, en Picardía. Allí pasó el resto de sus días, ayunando y orando. Ansa compartió la suerte de su esposo y fue encerrada en un convento franco.
Así terminó la Italia longobarda, y nadie puede decir si fue una suerte o una desgracia. Alboino y sus sucesores habían sido unos amos incómodos, más incluso que Teodorico, mientras permanecieron como bárbaros acampados sobre un territorio de conquista; pero ya estaban asimilándose a Italia, y habrían podido transformarla en una nación, como los francos estaban haciendo con Francia.
Pero en Francia no estaba el Papa. En Italia, en cambio, sí.