Capítulo
12
Al llegar al hotel Rick se metió a la ducha y después se dedicó a arreglar su equipaje, estaba molesto, no sabía qué demonios había dicho y hecho, se desconocía. Minerva lo había atontado desde el momento en que la vio pero al saberla de otro se molestaba más, lanzó su ropa sin arreglar a la maleta, la valía que se arrugara, contenía la respiración, no quería verse en el espejo porque sabía que estaba rojo, sabía que su mirada era dura, estaba furioso con la testaruda que no lograba entender y furioso con él mismo por los sentimientos que se negaba a reconocer. Odiaba el momento en el que había decidido meter sus manos en el dichoso libro, sabía que se trataba de Minerva y Leonardo, lo que no entendía era porqué ella no lo decía abiertamente, en todas la horas que había pasado desde su llegada no había conocido al susodicho prometido y eso le provocaba curiosidad. “Estará de viaje” —pensó y prefirió quedarse con esa idea a imaginar que llegaría a la casa de Minerva y se quedaría con ella. Recordar algunas frases del libro lo atormentaba, sabía que Minerva lo escribió por él, escribió sus deseos por él, las escenas de amor eran por él, algunas frases eran sus palabras para él. Cerró con fuerza la maleta y gruñó, se sentó furioso en la cama y se llevó las manos a la cabeza, no sabía con qué liberar su enojo, de lo que estaba seguro era de no volver a verla, había sido un error pedirle que viajara con él y como sabía que no lo iba a hacer hizo que lanzara una almohada al suelo. No tenía idea de cómo enfrentar la negativa de Minerva ante el consejo editorial y ante su hermana, la que seguramente se iba a desilusionar. Soltó el aire que lo ahogaba y para intentar calmar el estrés prefirió ver un rato la televisión.
Minerva había llegado cuando sus hermanas cenaban en la cocina, se extrañaron al verla vestida de manera casual ya que sabían que siempre salía a trabajar con uniforme.
—Hola chicas —saludó sentándose con ellas.
—Minerva, ¿De dónde vienes? —preguntó Aurora.
—De una reunión.
—¿De trabajo? —preguntó Ariadna.
—No —suspiró.
—Eso explica tu atuendo —dijo Diana saboreando un poco de mantecado.
—¿Quieres comer algo? —le preguntó Aurora.
—No tengo hambre.
—Aunque sea un poco de ensalada —insistió Ariadna.
—Está bien.
—Estás muy desanimada, ¿Pasó algo malo? —preguntó Diana.
—De todo —suspiró alcanzando el plato que Aurora le daba.
—¿Y podemos saber? —insistió.
Minerva soltó el aire y cerró los ojos, no podía ocultarle nada a sus hermanas.
—Me suspendieron por quince días de mi trabajo.
—¡¿Qué?! —exclamaron las tres al mismo tiempo.
—¿Pero por qué? —preguntó Aurora.
—Por lo que sucedió anoche —mordió un trozo de pepino.
—¿Y qué sucedió anoche? —Ariadna frunció el ceño.
—¿Me perdí de algo otra vez? —Diana también torció la boca.
—Sólo sabemos que Minerva tenía una cita con su asesor editorial —contestó Aurora
—¿Asesor editorial? —Preguntó Diana—. Definitivamente si estoy perdida, ¿Van a publicar tu libro?
—Se supone —contestó Ariadna—. Por la expresión de Minerva parece que no.
—Sólo sabemos lo que nos dijiste en la mañana —dijo Aurora dirigiéndose a Minerva—. Y nos dejaste con la duda ¿Cómo está eso de que tu asesor piensa que eres una pervertida?
—¡¿Qué?! —Diana casi escupe la cucharada de ice cream que tenía en la boca. Evitaba reír.
Minerva exhaló y respiró.
—Cree que mi obra es un tanto cursi y que más que romance necesita erotismo, quiere que sea más “explícita” en las escenas.
—Pues te recomiendo que busques un seudónimo —dijo Diana—. La verdad yo no quiero saber detalles de tu intimidad con Leonardo.
Las tres chicas la miraron seriamente.
—Perdón fue una sugerencia. —Se encogió de hombros y siguió comiendo.
—El problema fue que me molesté y lo bañé de Cosmopolitan en pleno restaurante-bar —continuó Minerva mientras jugaba con la ensalada.
Sus hermanas no pudieron evitar reírse a carcajadas, imaginarse la escena causaba gracia.
—Perdón Minerva —dijo Aurora tratando de calmarse—. Conocemos que no entiendes de bromas, pero jamás se me hubiera ocurrido que le hicieras eso a un completo desconocido.
—El problema no fue ese —insistió—. Sino que una compañera que es fotógrafa y me detesta estaba allí, tomó unas cuantas imágenes y se las mostró a mi jefa.
—Wow eso si está grueso —dijo Ariadna—. No creo que ameritaba una suspensión, con un llamado de atención hubiera sido suficiente.
—Lo mismo me dijo Sarah.
—Pero, ¿y entonces? —Preguntó Aurora—. La reunión de la que vienes…
—Vengo de reunirme con él, ese hombre apareció justo cuando yo estaba reunida con Carol.
—¿Te fue a buscar después de lo que le hiciste? —preguntó Ariadna levantando una ceja pícaramente—. De verdad que los hombres son como los chicles, entre más los pisas más se pegan.
Aurora sonrió y Diana se carcajeó.
—Pueden dejar la parte cómica —dijo Diana a la vez que se reponía—. Si el chiste ese continúa no voy alcanzar llegar al baño.
—Creo que su interés es evidente —dijo Aurora saboreando un poco del mantecado—. Si te buscó es por algo.
—¿No será que quiere desquitarse? —preguntó Diana.
—El asunto es que él fue testigo de toda mi mañana y supo lo que me había pasado —continuó Minerva—. Había llegado a mi oficina para hablar conmigo pero como yo tuviera que dejarla nos vimos en la necesidad de hablar aquí.
—¡¿Lo trajiste aquí?! —Exclamaron las tres al mismo tiempo de nuevo, Minerva puso los ojos en blanco y torció la boca.
—Minerva eso va a meterte en más líos —dijo Aurora—. Casi toda la sociedad de la ciudad sabe lo que pasó entre tú y Leonardo y si ahora te ven con otro…
—¿Y eso qué? —Interrumpió Ariadna—. Ella no tiene compromisos con nadie, es libre para hacer con su vida lo que le dé la gana.
—¿Te olvidas de don Abelardo y de doña Elisa? —Preguntó Aurora—. ¿Se te olvida que Minerva ha rehusado quitarse el anillo de compromiso?
—Pero ya han pasado dos años —dijo Diana—. Minerva está en su derecho de rehacer su vida.
—¿A ver? ¿Por qué dices que “se vieron en la necesidad de hablar aquí”? —preguntó Aurora.
—Porque él no quiso salir conmigo a un lugar público, después de la humillación que le hice pasar en el hotel.
—¿Y cómo es que si aceptó que salieran por la noche? —preguntó Ariadna.
—Ay no lo sé. —Minerva se levantó del desayunador y caminó en círculos—. Obviamente él no vive aquí y yo sí, la perjudicada soy yo, no él.
—Tiene lógica —dijo Diana terminando su mantecado.
—¿Y entonces? —Insistió Aurora—. ¿En que quedaron esta vez?
—Como yo todavía estoy indecisa y para colmo tengo unos días libres… Quiere que vaya con él a Chicago, se va a las cinco de la mañana.
—¡¿Qué?! —las tres chicas no podían creerlo.
—Minerva… eso no me parece —dijo Aurora.
—Suena buena la idea —contradijo Ariadna.
—Mmmm esto me huele a otra cosa… —musitó Diana.
—No sé qué hacer. —Minerva se sentó de nuevo—. Don Abelardo me llamó en la mañana y tuve que decirle que había pedido unos días de vacaciones, él mismo me sugirió salir pero quiere que pase a despedirme de ellos antes.
—Hmmmm… —musitó Aurora.
—También tuve que mentirle porque me llamó justamente cuando él estaba aquí, no tuve el valor de decir nada.
—Minerva entiendo que respetes a tu ex suegro pero recuerda que es sólo eso “tu ex suegro” —dijo Ariadna.
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Diana.
—No quiero salir, pero tampoco quiero dejar pasar esta oportunidad.
—Haz lo que dicte el corazón —dijo Ariadna—. Que te importe un pito el qué dirán.
—Yo opino igual —dijo Diana.
Minerva miró a Aurora.
—Adelante —suspiró Aurora—. Como dice Ariadna haz lo que creas conveniente, es tu carrera, es una gran oportunidad que posiblemente no se volverá a presentar, eres adulta, sabes lo que haces y lo que quieres, ve a divagarte estos días, lo necesitas.
—Pero no quiero que ustedes se queden solas, Ariadna tiene un viaje este fin de semana.
—No te preocupes por eso —dijo Aurora—. Diana y yo sobreviviremos.
—Y para que no digan que soy mala y lo quiero todo para mí, les voy a mandar por correo a un francés y a un italiano ¿Qué les parece? —Ariadna sonrió mordiéndose el labio.
Aurora sonrió.
—Yo quiero el francés —dijo Diana muy sonriente.
—Bueno el italiano será para Aurora.
—Diana… ¿Crees que Harry va a compartirte con lo celoso qué es? —Preguntó Minerva y luego se dirigió a Ariadna—. ¿Qué pasó con Lucas?
—Lo que he dicho —contestó llevando los platos al lavavajillas—. No le intereso, su orgullo me ha decepcionado más y pensar que iba a cometer el peor error de mi vida al casarme con él, gracias a Dios que lo conocí a tiempo.
Minerva, Aurora y Diana se miraron sin decir nada.
—Bueno Minerva —dijo Aurora—. Si piensas salir con tu asesor más te vale que vayas a hacer maletas y te duermas temprano.
—¿De verdad quieren que lo haga?
—¡Hello! —Diana sacudió las manos frente a ella—. ¿Qué parte de lo que dijimos no entendiste?
Minerva se encogió de hombros.
—Te recomiendo que llames a don Abelardo y le expliques el motivo de tu inesperado viaje y la razón por la cual no puedes ir a despedirte —dijo Aurora sacándola a empujones de la cocina hacia la sala—. Haz las llamadas que tengas que hacer y luego vas a hacer tus maletas. ¿Está bien? Luego nosotras pasaremos a darte las buenas noches y lógicamente vamos a despedirte por la mañana.
Minerva asintió con la cabeza e hizo todo lo que Aurora le había dicho, luego subió a su habitación para hacer sus maletas y prepararse para el viaje, no sin antes llamar a alguien que no esperaba su llamada.
—Señor Brighton, usted gana —le dijo firmemente—. Puede pasar por mí si usted quiere. Vamos a Chicago.