Capítulo
10
Rick había llegado a su habitación y después de pedir que subieran su almuerzo se dejó caer en la cama, se aflojó la corbata y exhaló, sabía que su tiempo se acababa y si no conseguía convencer a Minerva no tenía más opción que regresar a Chicago con noticias negativas, la editorial no iba a proceder a publicar sin los cambios del libro y sin la firma de su autora. Antes de encender su portátil y revisar sus pendientes se quedó pensativo por un momento, miró la lámpara del techo y comenzaba a preguntarse quien era el prometido de Minerva, cómo era ese tal Leonardo ya que le extrañó no ver fotografías de él ni de ellos juntos, quién era ese tal Abelardo al que Minerva tuvo que mentirle intentando esconder sus nervios, quién era en realidad Minerva y qué tan importante era para que unas simples fotografías pusieran su trabajo pendiendo de un hilo. Pensar en ella comenzaba a hipnotizarlo, cerró los ojos, respiró lentamente como si pudiera oler su perfume, su pecho se llenó de aire y lo soltó lentamente, imaginó ese acercamiento que tanto deseaba, la imaginó sintiendo sus brazos alrededor de él y él rodeándola por su cintura. Rick se imaginó a Minerva encima de él sintiendo como ella hacía presión con la rodilla entre sus testículos y obviamente su amigo comenzó a saludar de nuevo, imaginó sentir su mano tocándolo y arrancarle jadeos, Rick deseaba sentir los labios de Minerva besando los suyos a la vez que él posaba su mano en ese trasero que deseaba apretar, deseaba meter su mano entre la falda y subir hasta llegar a tocar ese panty que se deleitaba en imaginar. Deseaba que sus dedos jugaran en esa intimidad, su imaginación lo estaba llevando más allá, era capaz de sentir la lubricación y el efecto de la excitación en ella, podía escuchar su voz pidiéndole más, gimiendo, jadeando, rogando que la hiciera suya, podía sentir sus dedos introducidos en su vagina y el calor ardiente y palpitante de ese sexo que esperaba con ansias ser penetrado. No podía negarlo, la deseaba y mucho, se había cerrado a sí mismo y creyó haber superado el efecto de una mujer en él, pero al conocer a Minerva se dio cuenta que no era así o al menos, hacía mucho que no había deseado estar con una de una manera apasionada como Minerva lo hacía desear. Imaginó verla gemir sintiendo sus dedos dentro de ella, se imaginó liberar uno de esos pechos que deseaba apretar, succionar, lamer, se imaginó ese pezón dentro de su boca y a Minerva exigiéndole más. La imaginó girándola hacia el colchón, subirle la falda, quitarle el panty y beber toda su excitación, ansiaba con locura besar, lamer y saborear esos labios íntimos que debían de saber a gloria, imaginaba arrancarle esa blusa de botones y liberar sus pechos para perderse en ellos, la imaginaba arquearse debajo de él, imaginó penetrarla sin contemplaciones e impulsarse fuertemente para hacerla gozar de sus embistes. La sensación que podía percibir era deliciosamente placentera para él, la llenaba toda, era exquisita, se impulsó más rápidamente hincándose y llevándose con él las caderas de Minerva que sujetó con fuerza, disfrutaba mirarla abierta, dispuesta y gozando como él, se movía con rapidez buscando el alivio de ambos, lo necesitaba, podía sentir plenamente ese roce de su miembro que había conquistado y reclamado para sí la vagina de Minerva, se sentía su dueño, la sentía suya, la deseaba toda, su sed no se saciaba, quería más, la quería a ella. Se inclinó de nuevo sujetando las muñecas de Minerva y tomando él todo el control, mordió sus pechos, besó sus labios, metió su lengua hasta la garganta de la chica y sintió como ella ahogó su gemido en su boca, imaginando a Minerva llegar al clímax y tensándose debajo de él, hizo que también se liberara, sintió terminar dentro de ella, un placentero orgasmo lo envolvió, sintió que llegaron juntos. El sonido del toque de la puerta lo hizo volver a la realidad de golpe y abriendo los ojos, desorientado, se levantó de la cama y se sintió extraño.
—¿Quién? —preguntó molesto antes de abrir, odiaba que lo habían interrumpido.
—Servicio a la habitación para el señor Rick Brighton —contestó la voz de otro hombre detrás de la puerta.
Rick abrió y el encargado entró con el carrito del almuerzo, lo colocó junto a una mesa redonda de madera y procedió a preparar todo para servir.
—No es necesario yo lo haré —le dijo Rick a la vez que le daba la propina y le hacía la señal de salir.
Cuando se quedó solo, se reclinó en la puerta y exhaló aliviado, negó con la cabeza y le lanzó una mirada a su amigo que había eyaculado.
—“Es el colmo, ya sólo me falta que yo también escriba un libro erótico, no sabía que era tan bueno imaginando y teniendo fantasías” —se dijo resignado entrando de nuevo al baño para darse una ducha fría y bajarse la excitación.
Faltaban veinte minutos para las cuatro de la tarde y Minerva acostada en su cama aún no decidía qué hacer, había releído su libro en su portátil y no entendía porque le querían cambiar su trabajo, luego de estudiar algunos puntos supo que seguramente algunas cosas sonaban cursis y destilaba mucha miel, una historia real que pasaría sólo como ficticia porque nadie lo creería, estaba dispuesta a bajar la guardia en algunas cosas pero no en todas, deseaba ver su libro publicado, verlo en las librerías, tener la satisfacción de ser leída, soñaba con todo eso y la animaba, sonreía ante la idea, era un placer que deseaba disfrutar lo que no quería era pagar el precio. A medida que su reloj marcaba los segundos y el tiempo avanzaba se sentía más indecisa, los puntos del contrato no los encontraba fuera de sí, le parecían acordes lo único que no le cuadraba era algo sobre un contrato cinematográfico en el que ella prácticamente estaba a un lado siendo la editorial la que se encargara de todo, no había considerado una película pero de ser así, sí debía discutirlo con la editorial ya que nadie era mejor que la misma autora, para dirigir alguna escena y trabajar de la mano con el guionista. Volvía a ver su reloj y cada vez se sentía más nerviosa, Rick era un fastidio para ella, lo detestaba, pero en el fondo tenía un encanto que no quería reconocer, su acercamiento la estremecía y no sabía por qué, era un hombre muy guapo si se detenía a pensar en él, muy atractivo, esa mirada por momentos la dominaba, su porte era impecable y le gustaba esa manera de vestir bastante formal, su piel nácar notaba suavidad y al enfocarse en sus manos hizo que inconscientemente diera un brinco y cerrara las piernas. Sus ojos cristalinos podían decir mucho en silencio y eso la desconcertaba, pero si algo notó Minerva de él fueron la forma y la suavidad de sus labios, le parecían muy bonitos y deseables, pensar en ellos hizo que se saboreara y se mordiera el labio. En resumen, Rick Brighton le parecía un hombre en toda la extensión de la palabra y comenzaba a ruborizarse al imaginarse su trabajo como editor, en el fondo comenzaba a darle vergüenza que él hubiera leído su libro y no tenía idea de cómo hacer si debía trabajar con él escenas eróticas, era una enorme tentación y no sabía cómo evitar sucumbir ante eso, no sabía cómo evitar la excitación. Peleando con ella misma estaba cuando su móvil sonó haciendo que se levantara rápidamente como si se tratara de un resorte, frunció el ceño, sacudió la cabeza y cogió su teléfono, miró la pantalla y en efecto, era él.
—Sí señor Brighton —contestó seriamente.
—Veo que no vas a dejar de decirme “señor” —Rick exhaló decepcionado.
—Lo siento, es mejor mantener una distancia.
—¿De verdad? ¿Te parezco viejo? ¿Por qué la distancia? ¿A qué le temes?
—Muchas preguntas señor Brighton —se acostó de nuevo—. Dejémoslo así.
—Veo que te gusta ser dominante Minerva, cuidado, no es necesario esa actitud, no te equivoques conmigo.
—Así soy y eso espero, espero no equivocarme con usted.
—¿Una advertencia? —Rick sonrió.
—Tómelo como quiera. —Minerva entrelazaba sus dedos en su cabello.
—¿Y bien? ¿Qué has decidido? —preguntó seriamente, intentando obviar a Chris Isaak y su “Wicked Game” que sonaba suavemente en su portátil.
—Estoy muy indecisa en algunas cosas, la verdad era que no esperaba todo esto así tan de repente.
—Sólo dime sí o no, igual yo mañana temprano regreso a Chicago.
—¿Se va? —Minerva se sentó en su cama, no sabía porque le afectaba.
—Así es, si no tengo nada más que hacer…
Minerva respiró hondo, no sabía qué decir ni qué hacer, no sabía como de la noche a la mañana su vida ya no era la misma y cómo un completo desconocido podía alterarla y sacudir sus bases. No sabía en qué momento su voluntad la estaba dejando y mucho menos sabía que una Minerva indecisa, tímida e incapaz de pensar claramente se apoderara de ella, ya no sabía quién era ella misma, se detestó.
—¿Sigue allí señorita Warren? —Rick intentó fingir caballerosidad.
—Sí, sí —exhaló—. ¿Podemos discutir algunos puntos antes de que se vaya? No me gustaría que la editorial tuviera un pésimo concepto de mí.
—Como quiera. ¿Le gustaría que cenáramos juntos?
Minerva no esperaba eso y en el fondo le gustó.
—¿Creí que no quería salir conmigo a lugares públicos?
—Cenaremos en mi habitación —dijo firmemente.
—¡No! —Minerva sintió que un extraño calor se instaló en su vientre, lo que menos quería era estar a solas con él—. Ya le dije que en su habitación no, ¿Qué espera entonces? ¿Qué sea yo la que lo invite a cenar en mi casa?
—Si usted quiere…
—¿Quiere burlarse de mi señor Brighton? ¿Ahora me trata de usted?
—Lo único que sé es que con las mujeres nunca se queda bien y usted al parecer no es la excepción, está bien, cenemos donde usted quiera, menos en el hotel.
—Bueno… —comenzó a titubear sin saber qué hacer—. Le parece bien en… el ¿Olive Garden?
—No está mal ¿Pasaré por usted en… hora y media?
—¡¿Qué?! No, no, yo llego allá.
—Señorita Warren —Rick sonrió al notar el nerviosismo de Minerva—. ¿Se le olvida que yo no conozco la ciudad?
“¡Ups!” —Pensó Minerva arrugando la cara.
—Lo siento tiene razón. —contestó resignada—. Se encuentra entre la cuarta calle, avenida Milliken, no está muy lejos de su hotel, bueno, yo no lo veo así.
—Lo buscaré en la red y me ubicaré.
—Entonces allá nos vemos, cualquier cosa estamos en contacto por el móvil.
—Está bien, hasta pronto.
—Adiós.
“Otra cita” —pensó Minerva encaminándose al baño.
—Sólo espero que no ocurra otro accidente —se dijo Rick dirigiéndose a su maleta para cambiarse—. De ser así no regreso a esta ciudad.