Capítulo

35

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Minerva llegó al Royal Cut sin percatarse que Rick la había seguido, estacionó y bajó, entró rápidamente. Rick hizo lo mismo a distancia, no quería ser visto, no todavía, esperaría el momento justo para aparecer. Cuando Minerva entró ya su ex suegro la estaba esperando y como siempre la abrazó y le dio un beso en la mejilla, Rick miró eso, pero prefirió sentarse de largo y observar.

—Perdón por la tardanza. —Se excusó Minerva sentándose.

—No importa, hace poco llegué yo también. ¿Quieres beber algo?

—Un té frío, gracias.

Inmediatamente lo pidió mientras él pedía una copa de vino blanco.

—Bueno ya estoy aquí, usted dirá. —Minerva estaba impaciente.

Abelardo levantó una ceja mirándola fijamente y sin más preámbulos le mostró las imágenes de un periódico, Minerva palideció y tragó en seco.

—No dudo que disfrutaste tu viaje en Chicago —continuó—. Las imágenes hablan por sí mismas.

Minerva exhaló intentando disimular a la vez que se mordía los labios, olvidó que el evento de la editorial fue extremadamente social así como también había olvidado a los numerosos periodistas que asistieron. Habían todo tipo de imágenes y aunque se había rehusado a bailar al final le cedió una pieza a Rick, el problema fue que era una pieza lenta, él la tenía entre sus brazos y mientras él parecía hablar y reír ella solamente sonreía, pero igual se notaba que estaba muy a gusto. En otra fotografía estaba en la mesa chocando las copas en un brindis y en otras, ella estaba de espaldas mirando una pila de libros mientras Rick se los mostraba en extremo acercamiento teniendo él su mano en la parte baja de la espalda de ella. Minerva quería que la tierra se la tragara, en ese momento llegaron con las bebidas y sin pensarlo bebió un poco, tenía sed.

—No quiero meterme en tu vida personal —insistió Abelardo—. Pero me intriga saber quién es ese hombre con el que la pasaste muy bien, ya que veo que es el mismo en todas las imágenes.

—Es el asesor que la editorial me asignó —dijo resignada.

Abelardo levantó una ceja.

—¿Y bien? ¿Por qué no me habías hablado de esto?

—Todo pasó muy rápido, me llegó un correo y tuve que viajar a Chicago, no lo esperaba, todo sucedió muy rápido, es más, estuve en esa fiesta de casualidad, me sirvió si y mucho, pero aún hay cosas que no me parecen y me dieron tres semanas para pensarlo, aún no estoy segura de publicar.

—Minerva… —Abelardo sujetó su mano, Rick lo miró de largo y no le hizo gracia—. Creo que fui muy claro en mi posición y no creo merecer que me ocultes las cosas.

—No entiendo…

—Te suspendieron de tu trabajo por un percance, ¿No es así?

Minerva abrió la boca, solamente recordó las palabras de Sarah, iba a ser imposible que se librara de sus suegros.

—¿Como lo supo? —preguntó resignada.

—Eso no importa, lo que me duele es que no hayas confiado en mí, creí que podía ser tu apoyo.

Minerva bajó la cabeza.

—Voy a respetar tu silencio —continuó—. Pero no quiero sentirme decepcionado.

—Don Abelardo yo…

—No me des explicaciones si no quieres, creo que no tengo el derecho de pedirte cuentas de tu actos, no tienes el deber de dármelas, pero…

—Don Abelardo, yo le juro que… Leonardo sigue estando dentro de mí, es imposible que me olvide de él, yo no puedo…

La chica se detuvo, no quería llorar.

—Minerva yo no tengo derecho de reprocharte nada. —Tomó ambas manos de la chica para alentarla, pero Rick entendía otra cosa—. Soy yo el que te ha insistido en que ya no estés sola, veo que ese hombre de las fotos es joven, atractivo, seguramente un buen profesional en su labor. A mí me alegra que al fin hayas logrado por ti misma que una editorial te aceptara, no rechaces la oportunidad, por ahora no le diré nada a Elisa pero creo que Leonardo estaría muy contento.

Al escuchar eso Minerva se sintió miserable por haber faltado a su memoria y sin saber cómo lloró, Abelardo se acercó a ella y la abrazó, Minerva le correspondió y Rick pensó lo peor, se levantó de la mesa y estaba dispuesto a enfrentarla de una vez y deshacer el teatro que presenciaba, no iba a permitir que una mujer jugara con él de nuevo. Cuando se disponía a dirigirse a ellos un mesero lo detuvo.

—¿Va a tomar algo señor?

Rick se aturdió y reaccionó sentándose de nuevo.

—Un jugo de durazno.

El mesero asintió y lo dejó, debido a su malestar estomacal no podía beber alcohol aunque quisiera beberse una botella de whisky.

De largo observaba a Minerva y a su acompañante, no estaba seguro de quién era, no creía que fuera el Leonardo del libro, estaba muy mayor, podía ser su papá así que dedujo que se trataba de Abelardo, lo que no entendía era su relación con él y ese acercamiento le había desatado el dolor de nuevo, miró su reloj y recordó que había olvidado tomarse la medicina. Se limitó a mirarlos sin poder hacer nada más, notaba como ese hombre acariciaba la mejilla de Minerva, no soltaba sus manos y no se apartaba de ella, tragó en seco tensando la mandíbula, necesitaba saber quién era ese hombre en la vida de Minerva.

Cuando la cita terminó Rick no sabía a quién seguir si a él o a ella, pero optó por seguirla a ella, necesitaba una explicación, creía que siguiéndola la vería con Leonardo pero para su sorpresa regresó a su casa. Cuando Minerva esperaba que los portones se abrieran él sonó la bocina de la camioneta, estaba detrás de ella. Minerva se asustó y miró por el retrovisor, exhaló al ver que era él, entró a su casa y dejó que el entrara también, debían de terminar con todo de una vez.

—¿Se puede saber qué diablos le pasa señor Brighton? —se bajó molesta de su auto y se encaminó a la puerta.

—Quiero una explicación —le contestó seriamente—. No quiero imaginar que la paloma que eres sea sólo un disfraz.

—¡¿Qué?!

Al abrir la puerta, Rick la sujetó del brazo y la llevó hacia adentro, era el momento de aclarar todo.

—¿Pero quién se cree para atreverse a…?

—¡Basta! —sentenció mirándola fijamente—. ¿Quién es ese hombre con el que te acabas de ver?

Minerva abrió los ojos y la boca, no podía creer lo que escuchaba.

—¿Me siguió?

—Debe de ser más cuidadosa señorita Warren, al parecer es un poco despistada, fácilmente podrían secuestrarla.

—No tiene ningún derecho…

—Claro que los tengo —la sujetó de la cintura—. Estuviste en mi cama, te hice mía, besé cada centímetro de tu piel y bebí hasta la última gota de tu elixir, eres mi mujer Minerva, mía y no voy a permitir que estés con otro.

Minerva lo miró asustada, su acercamiento la atontaba.

—Quiero que llames a ese tal Leonardo. —La soltó molesto—. Quiero conocerlo y hablar con él.

Minerva se sintió en shock y sin poder parpadear se sentó en el sofá llevando las manos a su boca, no podía hablar.

—Hazlo. —Rick sujetó el inalámbrico y lo lanzó a su lado—. Vamos ¿Qué esperas? Llámalo ¿Tienes miedo? ¿No quieres que se entere de lo que hiciste en Chicago? Si lo quisieras tanto nunca te hubieras entregado a mí.

Minerva seguía en shock y prefería mirar la alfombra del suelo, las palabras de Rick la herían, no podía reaccionar.

—¿Cómo sabe de Leonardo? —logró preguntar.

—La primera vez escuché ese nombre en tu oficina, luego aquí mismo en tu casa, después lo escuché de tus labios mientras dormías durante el vuelo a Atlanta ¿Qué significa en tu vida? ¿Quién es él? ¿Usas ese anillo por él?

Minerva no podía procesar nada, no podía pensar.

—¡Llámalo! —ordenó—. Quiero hablar con él, quiero verlo.

—No puedo… —logró decir llenando sus ojos de lágrimas.

—¿No puedes? Hazlo Minerva, llámalo y que venga o de lo contrario voy a escarbar en toda la ciudad hasta encontrarlo y no me importan las consecuencias, será el o yo ¡llámalo de una maldita vez!

—¡No puedo! —gritó llevándose la manos a la cara.

La paciencia de Rick se agotó.

—¡Marca su número ahora! —La levantó con furia a la vez que sujetaba el teléfono y lo ponía con fuerza en su pecho—. Llámalo ahora o atente a las consecuencias.

—No me amenace…

—No me importa Minerva, vine con el propósito de recuperarte, no voy a permitir que te metas en su cama después de haber estado en la mía y eso es lo que más odio de tu libro, sé que lo escribiste por él, él es el protagonista, no sabes la rabia que me da imaginar todo lo que narras porque sé que son tú y él, ¡llámalo!

—No puedo.

—Mejor di que no quieres, ¿Tienes miedo que se decepcione de ti? ¿No quieres que sepa la clase de mujer que eres?

Minerva respiraba con dificultad.

—Creo que eres igual que todas. —La sujetó con más fuerza lastimándole el brazo—. ¿Con ese otro hombre tienes algo que ver? Ese tal Abelardo, ¿Es tu amante?

—¡Basta! —Minerva le dio otra bofetada.

—¡Nunca más! —Le gritó amenazando con arrancarle los brazos—. Nunca más vuelvas a tocar mi cara ¡¿Lo entendiste?!

Minerva no paraba de llorar y sus lágrimas no conmovían a Rick en lo más mínimo, sentía odiarla después de lo que había visto.

—Compadezco al tal Leonardo —susurró sujetando su cuello y amenazando con apretarlo—. Lo entiendo, la infidelidad insaciable de las mujeres es una epidemia, es como un cáncer, muchos son los maridos que tienen más cuernos que un reno de santa Claus debido a las fantasías que sus mujeres tienen en los libros, fantasean con el protagonista no con el marido, se consuelan con ellos teniendo sexo pero piensan en el personaje del libro, ¿Te parece eso correcto?

Minerva intentaba respirar.

—¿Tienes algún otro en tu lista Minerva? ¿Quién es ese tal Abelardo? ¡Dímelo!

—Rick…

—Hueles también a perversión ¡llámalo! Él va a saber la clase de novia que tiene, va a conocer a la clase de mujer con la cual va a arruinar su vida casándose.

—Rick no puedo llamarlo…

—Voy a hacerle un favor y no lo voy a dejar que cometa un error como el que yo estaba dispuesto a cometer, ¡llámalo ya!

—¡No puedo!

—¡¿Por qué no?!

—¡Porque está muerto! —Minerva gritó su dolor con todas sus fuerzas.