20

EL más joven de los invitados, como se vio en seguida, se hallaba en su elemento tocando el piano, por lo que tomaron el café arriba escuchando canciones humorísticas. Los hombres, temporalmente abandonados, aceptaron con complacencia la indicación dada por Mrs. Lowder, al retirarse, de que no se demoraran demasiado. Densher sí se demoró cuando se halló de nuevo con Kate en el saloncito, donde ambos estuvieron perfectamente de acuerdo en que de vez en cuando se podían aislar sin llamar la atención de nadie. Quizás él tenía más necesidad de ello que Kate, aunque ésta podía hablar mucho mejor de los reducidos peligros que consentía correr. La ventaja de una casa grande consiste en que sus espacios son amplios y la de una noche de agosto, en que las ventanas pueden permanecer abiertas.

Así, en un momento dado, en el extenso balcón, la tía Maud —después de haber escuchado suficientemente las canciones—pudo brindar un poco de fresco a su selecto cortejo. Densher y Kate, al mismo tiempo, se hallaban sentados el uno junto al otro en un pequeño sofá. Este privilegio, según opinión de la joven, constituía una prueba, para quienes quisieran criticarlos, de su incomparable tranquilidad de conciencia.

—Simular que no nos conocemos, ahora que están en casa, sería —explicó Kate— exagerar las cosas.

Y convino encantadoramente en que debían hacer algo para despistar a la tía Maud, quien se estaría preguntando qué diablos de ventaja le podía significar aquello. Para Densher, por lo menos, esos momentos y contactos robados eran algo parcial y pobre. Había más ideas en su mente de las que podía expresar mientras contemplaba las ventanas. Pero en verdad, por otra parte, Kate se refirió a varias de ellas —en mayor grado de lo que él en ese momento pudo comprender—, aludiendo a Milly de una manera muy distinta a como lo había hecho durante la comida.

—No está nada bien, ¿sabes? De salud, quiero decir. Como esta noche, por ejemplo. Parece estar grave. Habría venido por ti, ¿te das cuenta? si hubiera podido.

Él escuchó con toda la paciencia a que pudo apelar.

—¿Qué tiene?

Pero Kate prosiguió sin contestarle:

—A no ser que tu presencia aquí haya sido precisamente la razón para que se excusara.

—¿Qué le pasa a Milly? —insistió Densher.

—Ya te lo dije. Le gustas demasiado.

—¿Por qué entonces va a querer privarse de la dicha de verme?

Kate tuvo un momento de vacilación: sería tan largo explicarle...

—Tal vez sea verdad que está enferma. No sería nada raro.

—No, nada raro, diría yo, a juzgar por la expresión de Mrs. Stringham. Evidentemente está preocupada y dolorida.

—No cabe duda —dijo Kate—. Aunque no debe de ser por eso solamente.

—¿Por qué, entonces?

Pero esta pregunta también fue pasada por alto. En cambio, luego de reflexionar un instante, dijo ella:

—Si Milly está realmente enferma, ¿por qué Mrs. Stringham no vuelve al hotel? Debe de estar inquieta y ya ha cumplido perfectamente con nosotras.

—Yo pienso —subrayó Densher— que ha cumplido maravillosamente.

Esto hizo que Kate —según le pareció a él— lo mirara con atención durante un segundo. Pero ya le estaba explicando, de alguna manera.

—Probablemente está preocupada por dos motivos. Por uno de ellos volvería inmediatamente a su hotel pero el otro la obliga a quedarse. Milly le ha encomendado que le informe todo sobre ti.

—Bien, entonces —dijo el joven riendo y suspirando a la vez— me alegro de haberme dejado cautivar por ella hace un rato. ¿No estuve gentil?

—Terriblemente gentil. Tienes intuición, para eso eres un demonio. Todo está —declaró Kate— como debe estar.

—Excepto, tal vez —sugirió cínicamente Densher después de un instante—, que en estos momentos no debe de estar pensando muy bien de mí. ¿Le contará a Milly esto? —Y como Kate pareció preguntarse qué quería significar con «esto», añadió—: Nuestro actual desprecio por las apariencias.

—¡Oh, deja las apariencias por mi cuenta! —Hablaba en su mejor estilo—. Yo haré que nos favorezcan. Tía Maud, además —prosiguió—, la tiene tan absorbida que ni se dará cuenta. — Densher comprendió que ella tenía intuiciones que él no podía alcanzar, como por ejemplo cuando agregó—: Y Mrs. Stringham se presta a ello nada más que para dar esa impresión.

—¡Bien —exclamó Densher con buen humor—, la vida es así muy interesante! Espero que lo sea también para ti tanto como se la haces ver a los demás. Me refiero a cómo me la haces ver a mí. Tengo la impresión de que te imaginas muy interesantes las vidas de ces dames, y cada una de una manera distinta: la tía Maud, Susan Shepherd y Milly. Pero ¿qué le pasa a ella? —terminó—. ¿Crees que está tan enferma como parece?

Kate hizo un gesto como diciendo que estas palabras irónicas no merecían respuesta, pero después cedió a una propia motivación, a la necesidad de insistir en que era imposible que Milly estuviese «tan enferma como parecía». Si así fuera, se trataba de una cuestión que apenas podía concernirles, ya que su fin se hallaría muy próximo. Milly creía, sin embargo —y Kate no podía dejar de pensar lo mismo—, que su vida se hallaba seriamente amenazada. Existía el hecho, además, de que ambas habían estado a punto de abandonar Londres y luego, de pronto, habían desistido.

—Le organizamos una despedida, o más o menos, la tía Maud y yo, la noche anterior a nuestro encuentro casual en la National Gallery, adonde ella había ido también para hacer una última visita. Debían partir uno o dos días después. Pero no se han ido ni se disponen a hacerlo. Cuando me encuentro con ellas, y esta mañana las vi, improvisan pretextos. Siempre piensan irse, pero han pospuesto el viaje. —Y la joven exclamó—: Lo han pospuesto por ti.

Él protestó todo lo que un hombre puede protestar sin pecar de fatuo, ya que toda protesta implica una aceptación; pero Kate, como siempre, sabía a qué atenerse.

—Tú la has hecho cambiar de opinión. No quiere desprenderse de ti aunque tampoco quiere que los demás se den cuenta. Ése es el motivo por el que se ha abstenido hoy de venir, como te lo sugerí hace un momento. No sabe cuándo te volverá a ver, ni siquiera sabe si alguna vez volverá a verte. No saben nada sobre su futuro, que desde hace unas semanas se extiende frente a ella como una perspectiva sombría y confusa.

Densher no pudo menos que sorprenderse.

—¿Aun después de estos días maravillosos que según dices ha pasado aquí?

—Aun así. Hay una sombra en esos días.

—¿Es eso que llamaste una amenaza para su salud?

—Una amenaza. Ni más ni menos. Y ella tiene miedo. Es mucho lo que puede perder.

Y sin embargo quiere más.

—Oh, bien —dijo Densher, movido por un súbito y extraño sentimiento de inquietud—, ¿no podemos decirle que es imposible tenerlo todo?

—No, nadie querría hacer eso. Ella en realidad —siguió Kate— ha sido alguien aquí. Pregúntale a tía Maud si crees que exagero —agregó, con una extraña sonrisa—. Ella te lo dirá: pusimos el mundo a sus pies. Todo empezó cuando llegaste y es una lástima que no hayas podido verlo, porque te hubieras divertido verdaderamente. Ha sido un éxito rotundo, quiero decir, todo lo posible en tan poco tiempo, y ella lo ha tomado todo como un ángel. Imagínate un ángel con una cuenta colosal en el banco y podrás hacerte una idea de lo que ella es. Su fortuna es por cierto enorme. Tía Maud tiene toda la información, o toda la necesaria, al menos, por las confidencias de Susie, que habla en cifras. Ahora lo sabes, confidencialmente, por mí. Eso es Milly. —Y Kate resumió el concepto al que quería llegar—: Como verás, tiene la posibilidad de casarse magníficamente. Te aseguro que el mío no es un juicio vulgar: tiene las mejores posibilidades.

Densher no pareció molestarse ni rechazar esto.

—Pero ¿qué puedo hacer yo por ella?

—Bien. —Kate ya sabía cómo responder—. Puedes consolarla.

—¿De qué?

—De todo lo que ella ve que se le escapa, si es que está enferma. Yo no me preocuparía por ella si no tuviera tanto —dijo Kate muy simplemente, y agregó, al ver que él se reía más bien con tristeza—: No me preocuparía si pudiera quedarle algo. —La joven hablaba movida por una profunda y noble compasión—. Ella no tiene nada.

—¿Ni siquiera un joven duque?

—Bien, veremos, veremos si puede esperar algo de él. Milly de todos modos ama la vida. El haber encontrado a un hombre como tú — explicó Kate en seguida— equivale a haber hallado a alguien que pasó a formar parte de su vida, con tantas otras cosas. ¡Oh, ella ha hecho un lugar para ti!

—¡Tú también, según me parece, querida! — exclamó él con una expresión a la vez indiferente y amarga—. Por favor, ¿qué puedo hacer yo con los duques?

—¡Oh, los duques se desilusionarán!

—¿Y por qué yo no?

—Tú tendrás que esperar menos —y Kate sonrió encantadoramente—. De otra manera también te desilusionarías. Habrás esperado bastante como para eso.

—¿Y aun así quiere que lo haga?

—Lo que yo quiero —explicó la joven— es hacer todo lo que sea agradable para ella. Para eso recurro a todo lo que tengo. Tú eres lo más precioso que poseo y por eso eres también lo que más uso.

Él la observó detenidamente.

—Me gustaría usarte a ti un poco más. —Y después, al ver que ella seguía sonriendo, insistió—: ¿Es un caso grave de tuberculosis?

Kate hizo un gesto como si hubiera deseado que fuese aquello.

—No es tuberculosis, creo. ¿Acaso no es curable, hoy, tomada a tiempo?

—Hay gente que se cura, indudablemente. —Pero Densher preguntó—: ¿Quieres decir que para ella no hay esperanzas? —Y antes de que Kate pudiese responder, añadió—: Por su aspecto, realmente, se diría que está a salvo de cosas semejantes. A pesar de su juventud parece haber pasado ya por todo lo que le puede suceder a uno. Da la impresión, se diría, de ser la sobreviviente de un naufragio. Por eso mismo, estadísticamente, puede volver al mar con confianza. Ya ha tenido su catástrofe, ya ha vivido su aventura.

—¡Oh, no cabe duda de que ha vivido un naufragio! —Kate en eso estaba de acuerdo—. Pero todavía debemos permitirle vivir su aventura. Hay naufragios que no son una aventura.

—¡Bien, si existen aventuras que no son naufragios! —Densher le daba la razón en esto, pero volvió rápidamente al asunto—. Lo que quiero decir es que ella no produce el efecto, sobre nuestros nervios o lo que sea, de ser una inválida.

Kate, por su parte, lo entendía.

—No, eso es lo admirable en ella.

—¿Admirable?...

—Sí, ¡tan maravillosa es ella! Nunca demostrará nada, así como un reloj que está a punto de detenerse por falta de cuerda no da ninguna señal, y tiene el mismo aspecto de siempre. No morirá lentamente, así como tampoco vive de esa manera. No se la verá rodeada de medicamentos, no probará ni uno. Nadie sabrá nada.

—Entonces ¿qué le pasa? —preguntó él, ahora francamente desconcertado—. ¿Qué enfermedad extraordinaria es ésa?

Kate prosiguió como si se lo aclarara a sí misma.

—Creo que si realmente está enferma lo está seriamente. Pienso que si padece un mal no es un mal insignificante. No podría decirte por qué, pero es así como yo lo siento. O vivirá plenamente o no podrá vivir. Lo tendrá todo o se quedará sin nada. Y yo pienso que no podrá tenerlo todo.

Densher había escuchado sin dejar de mirarla un instante —mientras la propia mirada de Kate se abstraía pensativamente—, como si sus palabras fuesen más impresionantes que lúcidas.

—Tú piensas y tú dejas de pensar, pero ¿todavía no te ha dicho lo que tiene?

—No, no me ha dicho absolutamente nada. Pero es algo sobre lo que no quiero saber. Por otra parte, ella misma no quiere que lo sepamos. Demuestra, con respecto a eso que tal vez la consume, una especie de inexorable modestia, una especie de, no sé cómo llamarlo, de soberbia feroz. Y después, además... —y aquí Kate titubeó.

—¿Y además qué?

—Yo no sirvo para enfermedades. Las odio. Es una suerte que tú, querido —continuó ella—, seas tan fuerte como un roble.

—¡Gracias! —rió Densher—. Y es bueno, también para ti, que tú estés más sana que el aire puro.

Ella lo miró ahora como con el egoísta placer de sentirse jóvenes e inmunes. Era lo único con que contaban pero lo tenían plenamente: cada uno de ellos gozaba de la belleza, de la perfección física, de las virtudes morales, del amor y del deseo del otro. Y la conciencia de esto los embargó de piedad por la pobre joven que contaba con todo lo otro en el mundo —los bienes inmensos que ellos, ay, no tenían— pero a quien le faltaba, a su vez, todo lo demás.

—¡Cómo hablarnos de ella! —suspiró Kate, compungida. Pero los hechos estaban allí—. Me mantengo lejos de las enfermedades.

—Pero no lo haces, ya que estás aquí, pese a todo, complicada en esto.

—¡Oh, no, sólo soy una espectadora!...

—¿Y quieres que ocupe tu lugar? ¡Muchas gracias!

—Ah —dijo Kate—. No hago más que introducirte. Eso te dará una idea de lo que espero de ti. No se puede empezar demasiado pronto.

Kate retiró, como bajo la impresión de algún movimiento súbito en el balcón, la mano que él tenía entre las suyas, y esto hizo que Densher recordara algo.

—¿Ni siquiera has averiguado si es un caso de cirugía?

—Yo diría que sí, si hay que hacer algo debe de ser eso. Por supuesto que está en las mejores manos.

—¿La ha visto algún médico, entonces?

—Ella lo ha visto, lo que es lo mismo. Creo que ahora puedo decirlo. Ha consultado a sir Luke Strett.

Densher quedó atónito.

—¡Oh, diablos! —Y después de un instante—: Me imagino qué es.

Pero Kate lo detuvo.

Ahora, en silencio, como si lo tuviera ante sus ojos, Densher lo comprendió todo.

—¿Lo que me pides por lo tanto es que haga la corte a una enferma?

—Ah, pero tú mismo acabas de decir que no te impresiona como una enferma. Tú sabrás por otra parte dónde comenzar y dónde detenerte.

—Es asombroso —replicó él— todo lo que crees que sé.

—Bien, si lo hago —respondió ella— es porque tú me has acostumbrado. Además, si se trata de hacerle la corte, no faltarán otros que lo pretendan.

Por un momento, bajo la sugestión de esas palabras, Densher pudo ver a su joven amiga sobre una pila de almohadones, con un perpetuo salto de cama, rodeada de flores y con las persianas bajas, acosada por lo más selecto de la nobleza.

—Los otros pueden hacer su gusto — dijo—. Y además, son libres.

—¡Pero tú también, querido!

Kate habló con tono impaciente, lo que se acentuó cuando se puso bruscamente de pie, a pesar de lo cual Densher permaneció en su asiento, levantando la vista para mirarla.

—¡Eres prodigiosa!

—¡Claro que lo soy!

Y en seguida pudo darle una nueva demostración de aquello sin que necesitara moverse de allí: no había terminado aún de hablar cuando se abrió la puerta y entró un joven que al ver a Kate se adelantó a saludarla antes de que su nombre le fuera comunicado a Densher. Éste, sin embargo, se sintió, al instante, introducido en su relación, pues el precipitado recibimiento que le tributó Kate fue casi una petición de auxilio a su amigo, quien se puso de pie para ser presentado.

—No sé si conoces a lord Mark.

—Y a la otra parte—: Mr. Merton Densher, quien acaba de llegar de Estados Unidos —dijo Kate.

—¡Oh! —exclamó el otro, mientras Densher permanecía en silencio tratando de interpretar esa exclamación.

Comprendió que era menos imponderable de lo que parecía, que no era el «Oh» del idiota por más que superficialmente lo pareciese; era la exclamación de un hombre experimentado y lúcido, la especialidad del conversador, producto de una larga práctica y sabiduría. Densher sintió que merecía su interés, como un detalle de valor encontrado casualmente. Los tres permanecieron de pie con cierta incomodidad a la cual Densher tenía la certeza de aportar lo suyo. Kate no le dijo a lord Mark que se sentara, pero le informó que encontraría a Mrs. Lowder, junto con otras personas, en el balcón.

—Oh, ¿y a Miss Theale también, supongo? Porque desde abajo me pareció escuchar la voz inconfundible de Mrs. Stringham.

—Sí, pero hallará sólo a Mrs. Stringham. Milly no se siente bien —explicó la joven—. Y se vio obligada a defraudarnos.

—¡Ah, ésa es la palabra! —Y detuvo un instante su mirada sobre Densher mientras agregaba—: Espero que no esté realmente mal.

Densher, después de todo lo que había escuchado, no tuvo inconveniente en suponerlo interesado por Milly, aunque también lo adivinó interesado en ese hombre que había hallado en compañía de Kate y a quien no tenía razones para considerar inteligente. Densher estaba seguro de hacer lo que lord Mark quería al satisfacerlo sobre estos dos puntos. En esto fue ayudado por Kate, quien exclamó:

—Oh, no, no lo creo. Casualmente se lo decía hace un momento a Densher —agregó—, quien estaba inquieto como todos nosotros. Procuraba calmar sus temores.

—¡Oh! —dijo lord Mark nuevamente.

Y su tono resultó tan acertado como la primera vez. El destinatario había sido Densher, según éste pudo, o creyó, ver. Y luego le dijo a Kate:

—Mis temores también necesitan ser calmados. Debemos cuidarla mucho. ¿Por aquí?

Ella lo acompañó unos pasos mientras Densher, de pie, los seguía con la mirada, hasta que se detuvieron nuevamente para continuar el diálogo. Sus palabras no llegaron hasta él, pero Kate regresó casi en seguida, a tiempo que lord Mark se reunía con los demás.

Densher la esperaba con impaciencia.

—¿Éste es el candidato de tu tía?

—Oh, sí, para todo.

—Quiero decir, para ti.

—Eso es lo que yo quiero decir, también —sonrió Kate—. Ya lo conoces. Ahora puedes juzgar.

—¿Juzgar qué?

—Juzgarlo a él.

—¿Por qué tengo que juzgarlo? —inquirió Densher—. No tengo nada que ver con él.

—¿Por qué me preguntas, entonces?

—Para juzgarte a ti, lo que es muy distinto.

Kate, por un momento, pareció analizar la diferencia.

—¿Quieres decir, para ver si corro algún peligro?

Él vaciló, y luego respondió:

—Yo diría, el peligro que corre Miss Theale. ¿Cómo hace tu tía para conciliar el interés que lord Mark demuestra por nuestra amiga?...

—¿Con el interés que él demuestra por mí?

—Con el propio interés de tu tía por ti — agregó Densher, mientras Kate reflexionaba—. Si el interés de Mrs. Lowder toma la forma de lord Mark, ¿éste no debería tener más cuidado con las formas que él toma?

Kate pareció interesada en la pregunta pero contestó:

—Oh, lord Mark toma las formas que quiere. Lo mejor del caso es que ella no le cree.

—¿Milly no le cree?

—Sí, Milly tampoco. Pero yo me refería a tía Maud. No le tiene ninguna confianza.

Densher se mostró sorprendido.

—¿Es su candidato pero sospecha que la engaña?

—Sí —dijo Kate—. Así es la gente. Lo que piensan de sus enemigos, Dios lo sabe muy bien, es bastante malo, pero lo que piensan de sus amigos es todavía más desconcertante. El estado de ánimo de Milly, sin embargo —prosiguió—, es favorable. Allí reside la seguridad de la tía Maud, aunque todavía no se da cuenta plenamente, y también la seguridad de Milly.

—¿Crees entonces que es mejor no preocuparse por él?

Kate meneó la cabeza en un bello y grave gesto de súplica.

—No debes hacerme hablar demasiado. Yo por mi parte no lo hago.

—¿No hablas demasiado?

—¡No! No me preocupo por lord Mark.

—¡Oh! —exclamó Densher en tono similar al del joven lord. A lo que añadió— ¿Y das por seguro que la pobre Milly tampoco siente nada por él?

—Ah, tú ya sabes lo que yo pienso de la pobre Milly —replicó Kate, de nuevo impaciente.

Pero Densher insistió sobre el punto.

—Tampoco lo incluyes, supongo, entre los duques míe la cortejan.

—No, gracias a Dios. Todo lo contrario. Él no tiene posibilidades comparado con los otros candidatos. Aunque Milly, por supuesto —agregó queriendo ser precisa—, no tiene la menor idea de las categorías sociales, no entiende en lo más mínimo nuestras diferencias ni sabe quién es quién ni qué significa cada cosa.

—Ya entiendo —rió Densher—. Ésa es la razón por la que se ha fijado en mí.

—Exactamente. Aunque no es como yo —aclaró Kate—. Yo por lo menos sé lo que pierdo.

Bien, todo esto era para el joven de sumo interés.

—¿Y la tía Maud, cómo no se da cuenta? Quiero decir, de que lord Mark no vale nada. ¿Supone que está a la altura de un duque?

—No lo creo; excepto por el hecho de que es tío de un duque. Eso sin duda representa algo. Es lo mejor que tenemos a mano.

—Oh, oh —dijo Densher, no en un tono totalmente sarcástico.

—No se trata solamente de la nosición social de lord Mark —prosiguió ella, sin prestarle atención—. Porque en ese rubro, tal vez, como no tiene dinero, mi tía podría hacer mucho. No es que sea sórdida; cuenta simplemente con la sordidez de los demás. Lord Mark es lo bastante imnortante con un duque en su familia, pero tiene otro detalle a su favor. Ese otro detalle es su talento.

—¿Y tú crees en eso?

—¿En el talento de lord Mark? —Kate consideró esta pregunta un momento como si le exigieran la opinión más definitiva que hubiera expresado hasta entonces, y por su aire abstraído uno no habría podido adivinar la respuesta, aunque lo que Kate emitió fue un resuelto—: ¡Sí!

—¿Para la política?

—Para todo. O por lo menos eso me parece de un hombre —dijo ella— que siempre es capaz de hacer sentir su presencia sin ningún esfuerzo, sin violencia, sin ninguna clase de artificios. Sabe producir ese efecto sin que se note que él es la causa.

—Ah, pero ¿y cuando el efecto —preguntó Densher con premeditada ligereza— no resulta agradable?...

—¡Oh, siempre es agradable!

—No para todo el mundo, seguramente.

—Quieres decir para ti —replicó ella—. Tú debes de tener tus razones. Pero los hombres no cuentan. Y las mujeres no se fijan en si es o no es agradable.

—¡Ya lo ves!

—Claro, precisamente. Y eso requiere talento por parte de lord Mark.

Densher permaneció frente a Kate como reflexionando sobre todo lo que demandaba —de llegar a analizarlo— eso que ella espontánea, fácil y sobre todo divertidamente le ofrecía... Algo brotó en él de pronto y se desbordó como bajo el efecto de un último y definitivo contacto: fue la sensación de su buena suerte, de la diversidad de Kate, del futuro que le prometía y el interés que le brindaba.

—Todas las mujeres son estúpidas excepto tú. ¿Cómo pude fijarme en otra? Tú eres diferente, una y otra vez y nuevamente diferente. No es asombroso que la tía Maud haga planes contigo, pero tú eres demasiado buena para lo que ella espera de ti. Ni siquiera el gran mundo se da cuenta de lo mucho que vales; son demasiado tontos y tú estás más allá de todos ellos. Tendrías que elevarlos hasta la cima donde te hallas; eres tú quien está en lo más alto. Las demás mujeres que uno encuentra, ¿qué son sino libros ya leídos? Tú en cambio eres toda una biblioteca de libros desconocidos, con las páginas todavía sin cortar. —Casi emitió un quejido, como de dolor, tan profunda era su dicha—. ¡Palabra de honor, me suscribo a esa biblioteca!

Ella lo escuchó otra vez expresando en un gesto lo mejor de sí misma, y ambos permanecieron una vez más, durante unos segundos, enfrentados y unidos en aquello que era la riqueza esencial de sus vidas.

—Eres tú quien me eleva. Es por ti que vivo. No por los otros.

Era, sin embargo, como si el estremecimiento de aquella comunión oprimiera en él, como todas las grandes felicidades, el resorte agudo del miedo.

—Escucha, Kate, ¿me entiendes? No vayas a... no...

—¿No qué?...

—No me abandones. Eso me mataría.

Ella lo miró unos instantes sin responderle, excepto con sus ojos. «¿Piensas entonces matarme antes, para evitarlo?» Kate sonrió pero él la vio en seguida como sonriendo a través de las lágrimas y un segundo después ella había pasado a otra cosa. Volvió a otro tema, al suyo, que por su insistencia hacía que el de Densher pareciera sólo un paréntesis. Ella tenía aún algo para agregar: «¿Comprendes entonces lo que debes hacer?». Se lo dijo antes de que se reunieran — como ya era hora de hacerlo— con los demás. Y le hizo entender que se refería a lo que debía hacer con Milly.

Densher se calló un momento ante esta explicación que lo obligó a realizar una especie de examen. Había podido entrever gracias a todo esto algo de lo que Kate prensaba, pero aún quedaba cierta oscuridad que no había podido disipar desde su regreso.

—Hay algo que debes aclararme definitivamente. ¿Milly sabe que mientras ustedes?...

Ella vino en su ayuda terminando de expresar su inquietud y al mismo tiempo calmándola.

—¿Si sabe que mientras ella y yo, aquí, intimábamos cada vez más, tú y yo manteníamos una relación secreta? Sí, y ella sabe que esa relación se limitaba a tus cartas.

—¿Cómo puede suponer entonces que tú no me contestaras?

—No es eso lo que ella supone.

—¿Cómo puede creer entonces que nunca me la hayas mencionado?

—No lo cree. Ahora sabe que te hablé de ella. Se lo he contado todo. Está enterada de todo lo que necesita saber.

Densher seguía meditando.

—¿Acepta lo que le dices exactamente como hago yo?

—Exactamente como tú.

—¿Es por lo tanto nada más que otra víctima?

—Nada más. Ustedes forman un dúo.

—¿Por lo cual si algo ocurriera —dijo Densher— podríamos consolarnos mutuamente?

—Ah, algo deberá pasar, necesariamente —exclamó ella—, siempre que obres correctamente.

Densher contempló a los demás durante un instante a través de los cristales.

—¿Qué entiendes por «obrar correctamente»?

—No inquietarte. Que hagas lo que quieras. Que hagas la prueba, como te dije antes, y verás. Siempre podrás recurrir a mí.

—¡Oh, así lo espero! Pero ¿si ella parte?

Kate vaciló sólo un momento.

—Yo haré que regrese. Ya ves. No dirás que no te lo soluciono todo.

Densher analizó aquello y realmente resultaba extraño. Pero un minuto después no era ya la extrañeza lo que predominaba. Se veía preso en una sorprendente y sedosa telaraña y eso era divertido.

—¡Me estás echando a perder!

Densher no pudo saber si Mrs. Lowder, que reapareció en ese momento, había escuchado estas últimas palabras pero probablemente no, pensó, ya que dedicaba toda su atención a Mrs. Stringham, quien la acompañaba y se despedía ya de ella, no demasiado temprano. Lord Mark y los otros invitados venían detrás pero sucedieron todavía dos o tres hechos más antes de que el grupo se dispersara. Uno de ellos fue que Kate todavía tuvo tiempo de decirle con furtivo énfasis: «¡Debes irte ahora!». Otro fue que la joven se dirigió con toda franqueza a lord Mark, acercándose a él con un «¡Venga y cuénteme algo!», que se parecía a un reproche y que, según Densher pudo apreciar, derivó en la instalación de ambos en un lugar aparte, aunque no el mismo donde él y Kate habían estado minutos antes. Otro de esos hechos fue que en la vaga intensidad de su despedida Mrs. Stringham pareció dirigirle una mirada de leve pero grave intimación en la cual Densher, más tarde, pudo leer la sugerencia de que si él deseaba hablar con ella algunas palabras esa misma noche, la encontraría totalmente dispuesta llegado el caso. Esa impresión fue, por supuesto, fugitiva, pero le dejó el sentimiento de no haber apreciado algo, de haber dejado que algo pasara inadvertido, lo que se acentuó con la suave formalidad del «¡Buenas noches, señor!» que Mrs. Stringham murmuró al pasar junto a él. Nada pudo hacer al respecto gracias a la diligencia de uno de los jóvenes a quien Densher había considerado como aún más inofensivo que él mismo. Dicho personaje se le adelantó para abrir la puerta a Mrs. Stringham y era evidente —con miras, juzgó el joven, a ulteriores proyectos sobre Milly— que se proponía acompañarla hasta el coche. Lo que sucedió inmediatamente fue que la tía Maud, al separarse de su amiga, se dirigió en el acto a Densher por medio de un imperativo «espéreme un minuto», con el cual a la vez lo retenía y lo despachaba: le pedía un minuto más pero él no había hecho aún ademán de partir.

—No se olvide de nuestra pequeña amiga. Verá que es realmente interesante.

—Si se refiere a Miss Theale —dijo él—, seguro que no la olvidaré. Pero usted debe recordar también que si ella es interesante yo soy un poco su descubridor, su inventor, como se dijo en la mesa.

—Bien, según se dio a entender usted no había sacado patente. Lo que quiero decir es que, a pesar de sus muchas ocupaciones, no la descuide.

Densher, sorprendido, suspendido por la similitud entre su insinuación y la de Kate, se preguntó en seguida si aquello no sería una ayuda para él. Nada costaba tratar, de todos modos.

—Las dos se preocupan por mi conducta. Eso es exactamente lo que Miss Croy ha estado diciéndome hace un rato. Vela por mí y tenía mucho que decirme al respecto.

Sentía la satisfacción de poder dar a su anfitriona una explicación de su aparte con Kate, explicación esta que además, al ser cierta, podía tranquilizarla. Pero la tía Maud lo escuchó, soberbia y erguida, como si su confianza dependiera de otras cosas. Si adivinó su intención ni parpadeó por eso en señal de disconformidad o de aceptación. Sólo respondió imperturbablemente:

—Sí, ella hará todo lo que esté a su alcance por su amiga. No predica sino lo que hace.

Densher se preguntó si la tía Maud sabría verdaderamente hasta dónde llegaba la devoción de Kate por su amiga. Sin embargo, esa particular armonía entre ambas no pudo menos que intrigarlo; y esto lo llevó a pensar que tal vez Mrs. Lowder veía en la joven norteamericana una posible distracción para él y que la actitud de Kate no era sino una simulación dirigida a su tía. En este caso, la situación de Milly no perdía nada de su agudeza. Pero su curiosidad podía esperar y era fácil, mientras tanto, en la medida de sus medios satisfacer a Mrs. Lowder.

—Eso no significa en absoluto, de todos modos, que yo me resista, ¿no es cierto? Miss Theale me parece encantadora.

Bien, eso era precisamente lo que ella quería.

—Entonces no pierda esta oportunidad.

—El único inconveniente —prosiguió el joven— es que ella ahora se dispone a abandonar Londres y según me han dicho viaja al extranjero.

La tía Maud lo miró un instante como si ella misma hubiera estado lidiando con esa dificultad.

—No se irá—dijo, sonriendo sin embargo— hasta que haya hablado con usted. Además, cuando se vaya —se detuvo un momento dejándolo desconcertado, aunque más lo desconcertó en seguida—, nosotras también nos iremos.

Densher se sonrió de un modo que a él mismo le pareció extraño.

—¿Y eso en qué podrá ayudarme?

—Nosotras estaremos cerca de ellas, donde sea, y usted irá a visitarnos.

—¡Oh! —exclamó él, confuso.

—Yo me ocuparé de que usted vaya. Quiero decir, le escribiré para que lo haga.

—Oh, gracias, muchas gracias —dijo el joven riendo—. Mrs. Lowder sin duda ponía a prueba su pundonor, el que se estremeció un poco al pensar en el uso que él, impotentemente, se veía a sí mismo permitiéndole suponer que podía darle.

—Hay infinitas cosas —dijo vagamente— que debemos considerar.

—Sin duda. Pero hay una que es primordial.

—¿Cuál es, puede decirme?

—Bien, lo importante es que no pierda la mayor ocasión de su vida. Lo estoy tratando con todo cariño, me estoy preocupando por usted. Yo puedo... yo puedo allanarle el camino. Milly es adorable, es inteligente y es buena. Su fortuna, además, es muy sólida.

¡Ah, allí estaba la tía Maud! Lo vio todo claro al comprender que Mrs. Lowder intentaba comprarlo, y comprarlo —hubiese resultado cómico de no ser tan grave— con el dinero de Milly Theale. Él se atrevió a tomar el asunto, irónicamente, como una extravagancia.

—Le agradezco mucho ese generoso ofrecimiento...

—¿De lo que no es mío? —Ella no se daba por vencida—. Ya sé que no me pertenece, pero ésa no es una razón para que no pueda pertenecerle a usted. Observe, además—insistió ella—, que yo no acostumbro hablar en vano. Y usted está en deuda conmigo, si quiere saber por qué.

Con toda nitidez sintió la presión que ejercía sobre él; sintió dadas sus razones, la consistencia de sus argumentos; aun sintió, hasta el punto de recibir en seguida la más extraña confirmación, su verdad. La verdad de Mrs. Lowder, a ese respecto, era que lo consideraba sobornable: una convicción que a él mismo, mientras estuvo allí, frente a ella, le aclaró más de lo posible. Desde ese punto de vista, entonces, ¿de qué podía creerlo capaz Kate? Aunque no fue eso lo que dijo en voz alta.

—Ya sé por supuesto que debo agradecerle infinitamente todas sus amables atenciones. Por ejemplo, el hecho de que me haya invitado esta noche...

—Sí, mi invitación de esta noche es una parte de eso. Pero usted ignora —añadió— todo lo que he llegado a hacer por usted.

Densher se sintió enrojecer como si su honra cambiara de color, pero se las arregló nuevamente para reír.

—Veo todo lo que es capaz de hacer.

—Soy la mujer más honesta del mundo y sin embargo he hecho por usted lo que creí necesario. —Y agregó, mientras su sombría gravedad lo dejaba atónito—: Lo necesario era darle a usted un empujón. Y yo tenía cómo hacerlo.

Densher se limitaba a observarla en silencio y ella se sorprendió de su aire estupefacto.

—¿Es que no me entiende? He mentido por usted todo lo que era preciso.

Él seguía exhibiendo su forzada sonrisa a pesar de lo cual Mrs. Lowder, hablando con energía y como si juzgara que un solo minuto de reflexión te bastaría a él para entenderla, le dijo al despedirlo:

—¡Ahora es usted el único que puede justificarme!

Sólo pudo hallar ese minuto para reflexionar después de dejar la casa. Subió por Bayswater Road pero se detuvo pronto, bajo las estrellas apagadas, frente a la iglesia moderna ubicada en el centro del parque que se abría a su izquierda. Había tenido su fugaz crisis de estupidez, pero ahora comprendía. La tía Maud le había asegurado a Milly Theale, por intermedio de Mrs. Stringham, que Kate no sentía nada hacia él. Le había garantizado, por esa misma vía, que el sentimiento era unilateral. Ahora lo entendía, lo entendía y veía claramente qué había querido decir con aquello de darle un empujón. Había presentado a Kate como simplemente caritativa, para que Milly pudiera ser otro tanto. Sí, había mentido todo lo necesario. Con toda la profundidad y diplomacia requeridas. Así había podido engañar a Milly con todo éxito.