V

Así fue cómo llegó el Senado a conocer el nombre de Espartaco y Graco recordó la vez primera que oyó pronunciarlo. Posiblemente fue ésa la primera vez que se lo nombró en voz alta en Roma. En el primer informe de Varinio enviado por correo rápido al Senado de Roma desde Capua se lo mencionaba discretamente, sin darle mayor importancia. El informe de Varinio no era un documento inspirado precisamente. Comenzaba con la fórmula de rutina: «Sea ésta la voluntad del noble Senado», y a continuación pasaba a describir detalladamente los escasos incidentes ocurridos durante la marcha a lo largo de la vía Apia y las informaciones recogidas en Capua. El acontecimiento principal de la marcha había sido el de que las tres cohortes que llevaban canilleras de bronce sufrían de dolorosas llagas en el empeine. Varinio había decidido que dichas canilleras fueran abandonadas y remitidas de vuelta a Roma. Los oficiales de las cohortes afectadas consideraban que tal decisión había sido tomada con mengua del honor de sus regimientos, que sus hombres habían sido ofendidos y que todo el asunto se habría resuelto con sólo engrasar un poco los pies de los afectados. Varinio cedió ante sus reclamaciones y como resultado de ello hubo que dejar en Capua a más de cien hombres, que no se encontraban en condiciones de prestar servicios. Otros varios cientos más de soldados cojeaban, pero se pensó que aun así podrían participar perfectamente bien en la campaña contra los esclavos.

«Graco dio un respingo cuando oyó usar la palabra campaña».

En cuanto a la rebelión, Varinio evidentemente osaba entre el deseo de informar sobre los hechos —respecto a lo que hizo muy poco— y el de aprovechar la oportunidad para sacar provecho en prestigio personal, lo que significa que se ocupó mucho de eso. Incluía una declaración de Baciato relativa a los antecedentes de la revuelta, y señalaba que «parecía estar dirigida por un tal Espartaco, un tracio, y por otro, Crixo, un galo». Ambos eran gladiadores, pero por el informe no era posible establecer de cuántos gladiadores se trataba. Varinio informó sobre tres casas de campo que habían sido incendiadas. Los esclavos de dichas casas de campo eran incuestionablemente fieles a sus amos; pero bajo amenaza de muerte habían sido obligados a plegarse a los esclavos rebeldes. Los que se negaron habían sido muertos en el acto.

«Graco asintió. No había otra manera de decirlo».

Dos terratenientes habían intentado refugiarse en Capua, pero, habiendo sido interceptados por los rebeldes, habían sido asesinados por éstos, y sus esclavos obligados a plegarse al levantamiento. Además, algunos de los esclavos descontentos de la zona habían escapado y se habían unido a los rebeldes. Varinio agregaba una larga lista de atrocidades que se afirmaba habían cometido los esclavos y en documentos separados incluía tres testimonios prestados al efecto. Estos testimonios enumeraban otras atrocidades cometidas por los esclavos.

Terminaba manifestando que, hasta donde tenía conocimiento, los esclavos habían instalado su cuartel general en las agrestes y rocosas laderas del monte Vesubio y que él se proponía marchar inmediatamente hacia allí e imponer la voluntad del Senado.

El Senado recibió y aceptó el informe. Además se presentó un proyecto de resolución, que fue aprobado, en virtud del cual unos ochenta esclavos que estaban destinados a ser enviados a las minas fueran ofrecidos como símbolos de castigo, «de modo que los esclavos de la urbe vieran en ello una advertencia y aprendieran una lección respecto a la suerte que podrían correr». Ese mismo día los pobres desdichados fueron crucificados en el Circus Maximus en un intervalo durante las carreras. Y pendían de sus cruces cuando el favorito del momento, Aristones, magnífico potrillo de Parthion, perdió inesperadamente frente a Charos, una yegua oriunda de Nubia, determinando la bancarrota de una considerable parte de los aficionados romanos.

Pero durante seis días no se tuvo más noticias de Varinio o de las cohortes de la ciudad. Y al transcurrir ese tiempo llegó una breve noticia: las cohortes de la ciudad habían sido derrotadas por los esclavos. Era un informe escueto, sin detalles, y durante veinticuatro horas el Senado y la ciudad estuvieron a la espera en tensa expectativa. Todos hablaban de la nueva insurrección de esclavos, pero nadie sabía nada. Sin embargo, el temor dominaba la ciudad.