V
«Su amigo el gordo Léntulo Baciato, dijo Craso, el comandante, pero Cayo Craso, el muchacho que yacía a su lado en la cama, estaba dormitando, los ojos cerrados… y solamente había escuchado fragmentos del relato. Craso no era un buen narrador; el relato estaba en su mente, en sus recuerdos, en sus temores y en sus esperanzas. La rebelión de los esclavos había terminado y Espartaco había terminado. Villa Salaria significa paz y prosperidad, y esa paz romana que ha bendecido la tierra, y él yace allí acostado con un muchacho. ¿Y por qué no?, se preguntó. ¿Es peor que lo que hicieron otros grandes hombres?
»Cayo Craso cavilaba sobre las cruces alineadas en el camino de Roma a Capua, ya que no estaba enteramente dormido. No le preocupaba el que estuviera compartiendo la cama con el gran general. Su generación ya no sentía necesidad alguna de mitigar culpas por la racionalización de la homosexualidad. Para él era normal. La pasión de seis mil esclavos que colgaban de las cruces a los costados del camino también era normal para él. Era mucho más feliz que Craso, el gran general. Craso, el gran general, era un hombre asediado por los demonios; pero Craso, el joven de noble cuna —parientes lejanos, tal vez, ya que la familia de los Craso era una de las más numerosas de Roma en aquel tiempo— no luchaba contra demonio alguno.
»Es verdad que el difunto Espartaco era un insulto para él. Odiaba al esclavo muerto, pero abrió los ojos y miró el rostro ensombrecido de Craso, incapaz de explicar su odio.
»No estás durmiendo —dijo Craso—, no estás durmiendo, después de todo, y ésa es la historia, tal como es —si es que algo de ella escuchaste—, y ¿por qué odias a Espartaco, que ahora está muerto y desaparecido para siempre?
»Pero Cayo Craso se había perdido en sus propios recuerdos. Había sido hacía cuatro años, y Braco era su amigo. Y con Braco había viajado por la vía Apia hacia Capua, y Braco había querido agradarlo. Para halagarlo galante, rica y generosamente, ¿qué mejor que sentarse junto al hombre que uno desea en los almohadones del circo y ver cómo los hombres luchan hasta morir? En ese tiempo, hace de esto cuatro años, cuatro años antes de esta extraña noche en Villa Salaria, él compartía una litera con Braco, y éste le había lisonjeado y prometido que vería los mejores combates que pudiera haber en Capua… y que el costo no sería obstáculo. Habría sangre en la arena, y mientras miraran beberían vino.
»Y entonces había ido con Braco a ver a Léntulo Baciato, que tenía la mejor escuela y entrenaba a los mejores gladiadores de toda Italia.
»Y todo eso, reflexionó Cayo, fue hace cuatro años, antes de que hubiera una rebelión de los esclavos, antes de que nadie hubiera oído mencionar el nombre de Espartaco. Y ahora Braco estaba muerto y Espartaco también había muerto, y él, Cayo, yacía en la cama con el más grande de los generales de Roma».