VI
Por aquel entonces la ley no exigía que, cuando un tracio o un judío lucharan en la arena con la tradicional daga, o tal vez mejor, con el cuchillo ligeramente curvado, que se conocía como sica, se le proporcionara un escudo de madera para defenderse, y aun cuando aquella ley fue aprobada, con frecuencia se la ignoraba. El escudo, al igual que los tradicionales grebas y casco de bronce, se imponían al dramatismo esencial que implicaba el uso del cuchillo, en especial al increíble juego de movimiento y agilidad que exigía a los gladiadores. Hasta unos cuarenta años antes —y hasta esa época la lucha de parejas era bastante infrecuente— al combate corriente en el circo se le llamaba samnites, y los gladiadores luchaban con pesada armadura, llevando el gran escudo oblongo de la legión, el scutum, y la espada hispánica, la spatha. Aquel espectáculo no era ni muy emocionante ni muy sangriento, y el chocar de escudo contra escudo y espada contra espada podía prolongarse durante horas, sin que ninguno de los pares se hiriera mayormente. Asimismo, en esos tiempos el lanista era más despreciado que un proxeneta; por lo general, se trataba de un jefecillo de pandilla que hacía pelear a unos cuantos esclavos agotados y dejaba que se acuchillaran hasta que uno de ellos caía muerto por la enorme pérdida de sangre o por extenuación. Muy a menudo, el lanista era también proxeneta, es decir, era tratante de gladiadores y de prostitutas simultáneamente.
Dos innovaciones revolucionaron la lucha de parejas e hicieron de un espectáculo aburrido la locura de Roma y llevó a muchos lanistae a ocupar bancas en el Senado, poseer residencias veraniegas y amasar fortunas millonarias. La primera fue resultado de la penetración militar y comercial de Roma en África. Los negros, muy raros en el pasado, hicieron su aparición en el mercado de esclavos, con su altura y fortaleza. Un lanista tuvo la idea de darle a un negro una red y un tridente y enfrentarlo en el circo a una espada y un escudo. Esto conquistó inmediatamente la fantasía de los romanos; los juegos dejaron de ser fortuitos. El proceso se completó con la segunda innovación, que fue resultado de la penetración en Tracia y Judea y el descubrimiento de dos razas fuertes e independientes de campesinos cuya arma principal en la guerra era un cuchillo corto, curvo y afilado como una navaja. Aun más que los retiarii, es decir, los hombres de la red, este hecho transformó el combate de gladiadores. Rara vez se usaba el escudo o la armadura. El pesado chocar del samnites evolucionó hacia la velocidad de relámpago de los duelos con daga, electrizantes, plenos de horripilantes heridas, abundante derramamiento de sangre, destripamiento, habilidad y dolor y movimientos de centella.
Como le decía Braco a su joven compañero:
—Una vez que se ha visto a los tracios no se desea otra cosa, ¿sabes? Cualquier otra cosa resulta muy tediosa, aburrida y sin sentido. Un combate en que participen tracios es lo más emocionante que hay en el mundo.
Era el momento de las parejas. La bailarina y los músicos se habían retirado. La pequeña pista se hallaba vacía y desierta bajo el cálido sol de la mañana. Un silencio estremecedor y doloroso se instaló en el lugar, y los cuatro romanos, la dama y los tres caballeros, yacían sobre sus canapés bajo el toldo a rayas, bebiendo el rosado vino de Judea, a la espera de que los juegos comenzaran.