I

Hay constancia de que ya a mediados del mes de marzo había sido abierta nuevamente al tránsito la ruta que iba de la Ciudad Eterna, Roma, a la de Capua, que aunque algo más pequeña no era por ello menos hermosa, pero esto no quiere decir que el tráfico por aquel camino hubiera vuelto inmediatamente a la normalidad. Porque, en realidad, durante los últimos cuatro años, ningún camino de la República había gozado de la pacífica y próspera corriente comercial y de personas que era de esperarse de un camino romano. En mayor o menor medida, en todas partes había habido disturbios y no sería inexacto afirmar que el camino entre Roma y Capua era símbolo de tales disturbios. Se decía —y con razón— que tal como andaban los caminos así andaba Roma; si en los caminos había paz y prosperidad también las había en la ciudad.

Por doquier en Roma habían sido fijados anuncios con el aviso de que cualquier ciudadano que tuviera negocios en Capua podía viajar allí para tramitarlos, pero por el momento no se aconsejaban los viajes de placer a aquel lugar. No obstante, con el transcurso del tiempo y habiéndose adueñado de las tierras de Italia la apacible y dulce primavera, las restricciones fueron dejadas sin efecto y una vez más la hermosa arquitectura y los espléndidos paisajes de Capua atrajeron a los romanos.

Además del natural atractivo de la campiña de Campania, aquellos que gustaban de los buenos perfumes, a pesar de sus precios, exageradamente elevados, encontraban en Capua el placer junto al beneficio. Allí estaban situadas las fábricas de perfumes de mayor envergadura, sin igual en el mundo entero; y a Capua se fletaban esencias raras y aceites de toda la tierra, perfumes exóticos y exquisitos, aceites de rosas de Egipto, el perfume de lilas de Saba, las amapolas de Galilea, el aceite de ámbar gris y de corteza de limón y de naranja, las hojas de salvia y de menta, palo de rosa y sándalo, y así casi hasta el infinito. Los perfumes podían ser adquiridos en Capua poco menos que a la mitad de lo que se pedía por ellos en Roma, y cuando se considera la creciente popularidad de los perfumes en aquel tiempo, tanto para los hombres como para las mujeres —así como la falta que hacían—, es posible comprender que bien podía emprenderse un viaje a Capua por esa sola y única razón.