SALIERON LAS AMAS DE CASA batiendo cacerolas y ollas y gritando: «¡Queremos comida!». La manifestación adelantaba hacia el centro del pueblo, hacia la plaza donde había «ondeado por primera vez la enseña nacional».
A treinta kilómetros de allí, en la capital de la provincia, el jefe de la guarnición que era a su vez el gobernador de la provincia ordenó que los tanques avanzaran sobre el pueblo.
Todo terminó en que subrepticiamente se hicieron llegar alimentos a la ciudad sublevada y al temeroso militar que había enfrentado tanques contra cacerolas lo enviaron de embajador a un país africano —y desde entonces se le conoce como el Rommel de aluminio.