EL VIEJO MAYOR GENERAL entró en la capital con una mano en cabestrillo, la derecha, dislocada o, como diría un presidente en el futuro, «enferma de popularidad» —tantas veces había tenido que darla a las multitudes que se agolpaban a su paso.
La entrada en la capital fue una apoteosis y el viejo mayor general no salía de su asombro, comentando: «Caramba, si hubiéramos llegado a tener tanta tropa como admiradores habríamos acabado con los españoles a sombrerazos», y añadía: «A sombrerazos, ¡caray!».