ALGUIEN DIJO que el hombre joven no piensa en la muerte.
Este muchacho estaba sentado sobre las raíces botadas de un jagüey y comía un mango. El jugo le manchaba la barba negra y corría por sus manos. Se reía, porque a su lado otro rebelde contaba un cuento. Lo que pasa, dijo el cuentista, es que el sobrino erasí, medio bobo. Pero no había manadie pa ponele la inyesión a la tía, así que tenía que ser él. Los demás se rieron. Conocían el cuento pero se reían. Y el sobrino que va la botica y viene con la medesina y la jeringa y lo prepara to para inyetar a la tía, que se tuvo que subir lenagua, y entonse le pregunta, así, con su carebobo, Tía ¿quédonde le meto, por el tiro o por el machetaso?
Se tiró para atrás exagerando su contento pero de veras contento, con el mango, la semilla pelada en la boca, apretada la nuez hilosa y dulce entre los blancos dientes. Vio las ramas del jagüey elevarse entrecruzadas y al moverse el sol aparecía y desaparecía entre las hojas, haciendo blanco al árbol y blancas las ramas y blanco el paisaje. Cerró los ojos y vio rojo y negro y rojo. Se reía y oía el viento en los árboles y el crujido de las ramas y un pájaro que cantaba. No, piaba. Tal vez un judío, que los campesinos cubanos llaman así por su sonido, sin saberlo, aunque ellos lo explican diciendo que es porque traiciona, queriendo decir que este pájaro, como todos los arrieros, pía siempre que ve acercarse al hombre, y los campesinos y los demás pájaros y las bestias del monte lo usan como centinela. También los rebeldes lo tenían por vigía.
Reía, cerrados los ojos, el mango en la mano, los brazos hacia arriba, manchados de amarillo hasta el verdeolivo de la manga, al tenderlos para coger impulso y sentarse y quizás pararse. Se reía cuando lo tumbó la descarga. Nunca supo qué lo mató, si una bala amiga escapada o un tiro de una emboscada enemiga o qué. Cayó hacia un lado y rodó bajo el árbol hasta la cañada. ¿En qué pensaba? Alguien dijo que nunca se sabe lo que piensa el valiente.