ELLA ESTABA LAVANDO EN EL PATIO cuando le trajeron la noticia. No dijo nada ni lloró ni mostró emoción. ¿Es verdá?, preguntó solamente. El hombre, el que habló, porque eran tres los que vinieron, dijo que sí con la cabeza y explicó. Por el radio mencionaron su nombre con el de otros compañeros caídos. Tenía su sombrero en la mano y ahora se golpeó una pierna con el ala. Sabíamos que el parte oficial era falso, dijo. Todo eso de batalla y de muertos en acción es una mentira descarada, claro. Fue de otro lado que nos contaron cómo pasó. Los cogieron presos y los llevaron al cuartel y los mataron allá, dijo. Después fue que inventaron el combate. Ella los miró y no dijo nada. Tendría cuarenta años, quizá menos, pero parecía una vieja. Llevaba un gastado vestido de florecitas moradas y el pelo recogido en un moño. Sus ojos eran de un verde amarillo muy pálido y parecía que le molestara la luz del mediodía. En el silencio se oyó el viento entre los árboles del patio y una gallina cacareaba. Ustedes me perdonan, dijo, pero tengo que seguir lavando.
Terminó y entró en la casa y se hizo café. Lo tomó de pie, en la puerta, mirando cómo el aire se hacía visible entre las sábanas.