SU VIDA ESTUVO MARCADA por las contradicciones. Había nacido en Venezuela y, muy joven todavía, ingresó en el ejército español, con el cual peleó contra los libertadores de su país. Vino a la isla entre las tropas derrotadas en Venezuela. Llevaba insignias de coronel y «tenía fama de bravo». También tenía fama de deportista y de aficionado a las diversiones. Era muy bien parecido y figuraba en los salones de la mejor sociedad. Finalmente se casó con una habanera de familia adinerada y fue trasladado a España, envuelta entonces en la guerra carlista. Allá ascendió rápidamente hasta hacerse mariscal de campo. Regresó a la isla con cargos importantes. Pero de alguna manera —tal vez su afición a los deportes fuera la causa— comenzó a conspirar contra los poderes coloniales de que todavía formaba parte. Tuvo que huir del país.
Regresó al frente de una expedición con el propósito de «libertar la isla del yugo colonial». La expedición fue un fracaso pero por primera vez se peleó en la isla bajo la bandera que al correr de los años se convertiría en la enseña nacional. Volvió a huir al extranjero, escapando casi milagrosamente. Al poco tiempo organizó otra expedición, que también fracasó. Pero esta vez sí fue atrapado, juzgado y condenado a morir en la horca. Dicen que subió al patíbulo sonriendo a la multitud que vino a presenciar la ejecución con la misma sonrisa elegante que desplegaba en los salones de la ciudad apenas diez años antes.