Mi padre
Sábado, 17
Tus compañeros Coretti y Garrone no contestarían nunca a su padre, hijo mío, como tú lo has hecho esta tarde al tuyo.
¡Enrique! ¿Qué ha pasado? Debes jurarme que nunca más volverá a ocurrir cosa semejante. Cuando te reprenda tu padre y vaya a salir de tus labios una mala respuesta, piensa en el día que, irremisiblemente, tendrá que llegar, en el que te llame a su cabecera para decirte:
—Te dejo, Enrique.
¡Oh, hijo mío! Cuando oigas su voz por última vez, y también mucho después, al llorar a solas en la habitación donde dio el último suspiro, en medio de los libros que ya nunca abrirá, si entonces recuerdas haberle faltado alguna vez al respeto, también te preguntarás: «¿Cómo pudo suceder tal cosa?». Comprenderás que fue siempre tu mejor amigo, que, cuando se veía obligado a reprenderte o castigarte, sufría más que tú, no habiéndole guiado jamás otra cosa que tu bien. Entonces te arrepentirás y besarás la mesa en la que tanto trabajó y sobre la que dejó sus fuerzas en bien de sus hijos, y con el fin de que nada nos faltara.
Ahora no te das cuenta de muchas cosas. El oculta todas sus preocupaciones, excepto su bondad y su cariño. No sabes que algunos días se encuentra tan cansado, que cree que sólo le quedan pocas semanas de vida, y entonces no cesa de hablar de ti, no siente más pesar que dejarte sin protección, lamentando la posibilidad de que no logres situarte como él quiere en la vida; entonces encuentra nuevos estímulos para proseguir su esfuerzo. Ni siquiera sabes que con frecuencia desea tu compañía porque tiene una amargura en el corazón y disgustos, como todos los hombres de este mundo. Te busca como a un amigo para consolarse y olvidar. Se refugia en tu cariño para recobrar la serenidad y nuevos ánimos.
Piensa, pues, lo doloroso que debe ser para él encontrar en ti frialdad y falta de afecto cuando va en busca del cariño filial. ¡No te manches jamás con la negra ingratitud! No olvides que, aun en el caso de que tuvieses la bondad de un santo, no podrías compensarle lo suficiente por lo que ha hecho y continúa haciendo por ti. Piensa, asimismo, que nadie tiene la vida asegurada, y que una desgracia inesperada podría arrebatarte a tu padre, del que tanta necesidad tienes, dentro de dos años, de tres meses o mañana mismo. ¡Cómo verías cambiar entonces, hijo mío, todo cuanto te rodea, lo vacía, triste y desolada que te parecería esta casa, con tu pobre madre vestida de luto! Anda, Enrique, vete al despacho en donde está trabajando tu padre; ve de puntillas, para que le pase inadvertida tu entrada, pon tu frente en sus rodillas y dile que te perdone y te bendiga.
TU MADRE.