La primera nevada del año
Sábado, 10
¡Adiós, paseos por Rívoli! Ha llegado la hermosa amiga de los chicos. Ya ha caído la primera nevada. Desde ayer tarde, a última hora, no han cesado de caer copos a granel, tan gruesos como flores de jazmín. Esta mañana daba gusto, cuando estábamos en clase, verlos pegar en los cristales y amontonarse en los repechos; también contemplaba el maestro el espectáculo y se frotaba las manos. Todos estábamos contentos pensando hacer bolas y deslizarnos por el hielo, para luego tener el placer de calentarnos junto a la lumbre en casa. Únicamente no se distraía Stardi, completamente absorto en la lección y sosteniéndose las sienes con los puños.
¡Qué preciosidad! ¡Cuánta alegría hubo a la salida! Todos empezamos a correr y saltar por las calles, gritando, gesticulando, cogiendo bolas de nieve y hundiéndonos en ella como perritos en el agua. Los padres que esperaban fuera tenían los paraguas blancos; los guardias municipales también estaban cubiertos de nieve, y blancas se pusieron enseguida nuestras bolsas y carteras. Todos parecían fuera de sí por la alegría, incluso Precossi, el hijo del herrero, el paliducho, que nunca se ríe, y Robetti el que salvó al niño del ómnibus, que saltaba con sus muletas.
El calabrés, que nunca había tocado la nieve, hizo una pelota y empezó a comérsela como si fuera un melocotón. Crossi, el hijo de la verdulera, se llenó de nieve la bolsa; y el albañilito nos hizo reír cuando mi padre le invitó a que fuese mañana a nuestra casa; tenía la boca llena de nieve, y, no sabiendo si escupirla o tragarla, se quedó pasmado sin responder nada. También las maestras salían corriendo y riéndose de la escuela; mi maestra de la primera superior, ¡pobrecilla!, corría por la nieve, resguardándose la cara con su velo verde y sin parar de toser.
Entretanto centenares de muchachas de la escuela vecina pasaban como chillando y pisando la blanca alfombra; los maestros, los bedeles y los guardias gritaban:
—¡A casa, a casa! —tragando copos de nieve y blanqueándose los bigotes y la barba. Pero también se reían de la turba de chiquillos que festejaban el invierno.
Mucho festejáis la venida del tiempo invernal… Pero hay chicos que carecen de abrigo, de calzado y no tienen lumbre para calentarse. Hay millares que bajan al poblado, tras largo camino, llevando en sus manos ateridas de frío una poca de leña para calentar la escuela. Hay centenares de escuelas rurales casi sepultadas en la nieve, tan desnudas y lóbregas como cavernas, donde los chicos se ahogan por el humo o dan diente con diente por el frío, mirando con terror los blancos copos que caen sin cesar, que se amontonan sin descanso sobre sus lejanas cabañas, amenazadas por los aludes. Mientras vosotros festejáis el invierno, pensad en las miles de criaturas a quienes esta estación les trae miseria y les produce la muerte.
TU PADRE.