El protector de Nelly
Miércoles, 23
También Nelli, el pobre jorobadito, estuvo mirando ayer el paso del regimiento; pero de un modo así, como pensando: «¡Yo no podré nunca ser soldado!». Es un buen chico y, además, estudioso; pero demacrado y pálido, le cuesta trabajo respirar. Su madre es una señora pequeña y rubia, vestida de negro, que acostumbra a acudir a la puerta de la escuela a la salida para evitar que salga en tropel con los demás, y lo acaricia mucho.
Como tiene la desgracia de ser jorobado, muchos chicos se burlaban de él en los primeros días y hasta le pegaban en la espalda con las bolsas; pero él nunca se enfadaba ni decía nada a su madre, para no darle el disgusto de saber que su hijo era objeto de burla por parte de sus compañeros. Se mofaban de él y el pobre chico sufría y lloraba en silencio, apoyando la frente sobre el banco.
Pero una mañana se levantó Garrone y dijo:
—¡Al primero que toque a Nelli o se meta con él, le doy un tortazo que le hago rodar por el suelo!
Franti no hizo caso; Garrone le propinó un tortazo y el burlador dio tres vueltas sobre el pavimento. A partir de entonces, nadie se metió con el jorobadito.
El maestro le puso cerca de Garrone, en el mismo banco, y se han hecho muy amigos. Nelli ha tomado mucho cariño a su corpulento compañero; apenas entra en la escuela, le busca, y nunca se va sin decirle: «Adiós, Garrone». Y lo mismo hace éste con él.
Cuando a Nelli se le cae una pluma o un libro debajo del banco, Garrone se inclina y se los recoge, y después le ayuda a ordenar la bolsa y a ponerse el abrigo. Por todo ello, Nelli le quiere mucho, le mira constantemente y, cuando el maestro lo alaba, se pone tan contento como si le alabase, a él. Nelli tuvo que referírselo todo a su madre, tanto las burlas y lo que le hacían sufrir los primeros días como el comportamiento del compañero que le defendió y a quien tanto quiere; debe habérselo dicho por lo sucedido esta mañana.
El maestro me mandó llevar al Director el programa de la lección media hora antes de la salida. Estando yo en su despacho entró la señora rubia, vestida de negro, madre de Nelli, que dijo:
—Señor Director, ¿hay en la clase de mi hijo un chico llamado Garrone?
—Sí, señora.
—¿Tendría la bondad de hacerle venir un momento? Es que deseo decirle algo.
El Director llamó al bedel y lo mandó al aula. Un minuto después llegó Garrone, muy extrañado, a la puerta. Apenas lo vio, salió la señora a su encuentro, le echó los brazos al cuello, le dio muchos besos en la frente y le dijo:
—¿¡Eres tú Garrone, el amigo de mi hijo, su protector!?
Después buscó precipitadamente en sus bolsillos y en su bolso y, no encontrando nada, se quitó del cuello una cadenilla con una crucecíta y se la puso a Garrone por debajo de la corbata, diciéndole:
—Tómala, llévala en recuerdo mío, querido niño, en recuerdo de la madre de Nelli, que te da un millón de gracias y te bendice.