La madre de Franti
Sábado, 28
Votini es incorregible. Ayer, en la clase de religión, en presencia del Director, el maestro preguntó a Derossi si se sabía de memoria las dos estrofas del libro de lectura que empiezan con las palabras: «Doquiera la mente mía, sus alas rápidas lleva…». Derossi dijo que no las sabía y Votini se apresuró a decir que él sí las sabía. Lo dijo sonriendo, para mortificar a Derossi, pero el mortificado fue él, pues no pudo recitar la poesía, por entrar en el aula, mientras tanto, la madre de Franti, angustiada, despeinados sus grises cabellos, toda llena de nieve, llevando como a la fuerza a su hijo, que ocho días antes había sido expulsado de la escuela.
¡Qué escena más triste tuvimos que presenciar!
La pobre señora se hincó casi de rodillas delante del Director, con las manos cruzadas y diciéndole en tono suplicante:
—¡Tenga la bondad, señor Director, de admitir de nuevo a mi hijo en la escuela! Hace tres días que está en casa, pero lo he tenido escondido. ¡No permita Dios que su padre lo descubra, porque es capaz de matarlo! ¡Tenga compasión de esta madre infeliz, que no sabe qué hacer! ¡Se lo pido con toda el alma!
El Director procuró llevarla fuera, pero ella se resistía sin dejar de suplicarle y de llorar.
—¡Si usted supiese lo que este hijo me hace sufrir, tendría compasión de mí! ¡Por favor, admítalo! Yo creo que llegará a enmendarse. No espero vivir mucho tiempo, pues llevo la muerte dentro de mí. Pero antes de expirar desearía verle cambiar, porque…
El llanto ahogó sus palabras y no pudo terminar la frase; luego añadió:
—Es mi hijo, lo quiero y moriría de pena; admítalo de nuevo, señor Director, para que no sobrevenga una desgracia en la familia. ¡Hágalo por caridad hacia una pobre madre! —y se cubrió el rostro con ambas manos, sin parar de sollozar.
Franti permanecía impasible, con la cabeza baja. El Director le miró, estuvo un rato pensativo y, al fin, le dijo:
—Vete a tu sitio.
La madre se quitó entonces las manos de la cara, muy consolada, y empezó a darle las gracias, sin dejar de hablar al Director, y se marchó hacia la puerta, enjugándose los ojos y diciendo atropelladamente:
—Hijo mío, sé bueno. Tengan paciencia con él. Muchas gracias, señor Director; ha hecho usted una gran obra de caridad. Adiós, hijo. Pórtate bien. Buenos días, niños. Gracias, señor maestro; hasta la vista. Perdonen tanta molestia. ¡Soy una madre…!
Y dirigiendo desde el umbral una mirada más de súplica a su hijo, se fue, recogiendo el chal que le iba arrastrando, pálida, encorvada, temblorosa, y aún la oímos toser cuando bajaba por la escalera.
El señor Director miró fijamente a Franti en medio del silencio de la clase, y le dijo con voz que hacía temblar:
—¡Franti, estás matando a tu madre!
Todos miramos a Franti, y el sinvergüenza se sonrió.